Autor: Martin Ortiz. Elenco: Daniela Catz, Luciana Dulitzky, Maria FOrni, Mario Petrosini, Cristian Sabaz. Maquillaje: Ana Belén Fajinas, silvia Zavaglia. Escenografia, vestuario: Jorgelina Herrera Pons Adea. Direccion: Martin Ortiz. Sala: Cuatro Elementos (Alberti2746 – Mar del Plata). Nuestra calificación: muy buena
En un país donde la tragedia y la comedia son hermanas siamesas, Museo Beresford escrita por Martín Ortiz llega como un espejo sucio que nos muestra lo que no queremos ver, pero con tanta gracia que no podemos dejar de mirar. Es teatro grotesco con un giro contemporáneo, donde la risa no es un alivio, sino un recordatorio de que estamos todos hundidos en el mismo chiquero.
Un texto que corta como serrucho desafilado
Ortiz nos lleva de paseo por la argentinidad más rancia, empezando en 1806 con un par de patriotas amateur que intentan defender la nación con baldazos de aceite hirviendo. Este glorioso inicio da paso a una familia actual que bien podría ser la de cualquiera: muertos que no se callan, sobrinos más interesados en la herencia que en la tía difunta, y un choque generacional que convierte el living en una trinchera de insultos y verdades a medias.
El texto está cargado de ironías tan punzantes que podrían usarse como armas. Ortiz disecciona a la familia argentina, esa “institución sagrada”, con la precisión de un carnicero con resaca. Y lo mejor es que lo hace entre risas: ríase usted de Peteco y compañía, pero sepa que también se está riendo de sus propias miserias.
Un elenco que brilla (y no por lo limpio)
Daniela Catz, como Justina, encarna a la tía fantasma que todos quisiéramos tener y que nunca se calla. Sus comentarios son dagas envueltas en humor negro, y su presencia es tan viva que nos hace olvidar que está muerta. María Forni, como Clara, es el único ser cuerdo en este pandemónium familiar, pero claro, la cordura nunca gana en estas historias.
Mario Petrosini (Peteco) logra lo imposible: un personaje que te hace reír, te indigna y, de alguna manera, te recuerda a ese primo insoportable que todos tenemos. Luciana Dulitzky (Clotilde y Titina) y Cristian Sabaz (José, Neneco y Raquel) nos regalan un desfile de personajes que parecen sacados del zoológico nacional, cada uno más tragicómico que el anterior.
La puesta: minimalismo con sabor a reality show
La escenografía hace lo justo: recrea el espacio de una familia en ruinas, con más grietas emocionales que paredes. El vestuario acompaña con ese toque de “somos de ahora pero seguimos atrapados en el pasado”. La iluminación, por suerte, evita dramatismos y deja que la acción se desarrolle con toda su crudeza cómica.
Conclusión: entre risas y preguntas incómodas
Museo Beresford es una obra que no solo entretiene, sino que golpea con la fuerza de una sátira bien hecha. Ortiz no ofrece respuestas ni consuelos; su teatro es un lugar donde el público se ríe para no llorar y sale cuestionándose si el país tiene remedio o si estamos condenados a ser un eterno museo de nuestras propias miserias.
Si algo queda claro tras ver Museo Beresford, es que el teatro argentino sigue siendo una trinchera cultural capaz de resistir a cualquier embate –político, económico o histórico–, armado con lo más letal de todo: la verdad envuelta en carcajadas.