Vida paralelas, autoria y dirección: Mercedes Carreras. Elenco: Sandra Maddonni, Cecilia Candela, Silvia Sab, María Iranzo, Neyen Grotadaura, Karina viñas. Producción: Maria Carreras, Jorge Faienzo. Asistencia de escenario, vestuario, técnica: Verónica Riado, Emanuel Barreto, María Belen. Peinados: Andy hair style. Sala: Villa Victoria (lunes 21 hs.) – Nuestra calificación: excelente
Como hombre, adentrarme en Vidas paralelas es un acto de escucha, de aprendizaje, y, sobre todo, de profundo respeto. Mercedes Carreras nos regala una obra que no solo honra a Victoria Ocampo, sino que reivindica a todas las mujeres que, a través de sus palabras, sus actos y hasta sus silencios, construyeron los cimientos de un pensamiento más libre y humano. Desde la primera escena, me sentí no como un simple espectador, sino como un testigo invitado a mirar detrás del velo de las vidas de estas mujeres, a quienes la historia no siempre les ha dado el espacio que merecen.
La puesta en escena, alojada en la atmósfera única de la Villa Victoria, no es simplemente un marco; es un personaje más, un eco de las pisadas, los susurros y los gestos que alguna vez llenaron esos salones. Aquí, el público no está sentado en la comodidad de la distancia. Estamos ahí, en el centro de una intimidad que nos envuelve. Cada crujido del piso, cada roce de una falda al pasar, nos conecta con estas mujeres de carne y hueso, cuyas historias, aunque distintas a las nuestras, nos tocan de maneras profundas e inesperadas.
Sandra Maddonni logra algo extraordinario en su interpretación de Victoria Ocampo. No solo encarna a una figura emblemática del pensamiento argentino, sino que la humaniza, la hace vulnerable y cercana. Maddonni da vida a una Victoria que envejece, que lucha contra su cuerpo y, finalmente, contra el silencio. Es imposible no sentirse conmovido al ver cómo se desdibuja su fuerza física, mientras su legado intelectual se agranda ante nuestros ojos.
A su lado, Cecilia Candela, Silvia Sab, María Iranzo y Neyen Grotadaura, en los papeles de las empleadas que rodearon a Victoria, son las voces que equilibran la balanza. Sus personajes nos recuerdan que, mientras unas mujeres desafiaban los cánones sociales desde los espacios intelectuales, otras lo hacían desde el trabajo invisible, desde el esfuerzo cotidiano. Fani, la fiel asturiana, simboliza a esas trabajadoras inmigrantes que fueron el sostén de tantas familias, mientras que las mujeres provenientes de las provincias traen consigo otra perspectiva, otra lucha, igualmente digna y poderosa.
Karina Viñas, como María Rosa Oliver, aporta una fuerza serena, con la precisión de quien comprende que, en esta historia, las palabras también son armas, y la complicidad entre mujeres, un refugio y un motor de cambio.
Lo que más impacta de Vidas paralelas es su capacidad para mostrar la soledad como un hilo conductor. La soledad de Victoria, que, aunque rodeada de admiradores, vivió marcada por el aislamiento que a menudo acompaña a quienes desafían su tiempo. La soledad de las trabajadoras, cuyo esfuerzo sostenía vidas que nunca serían las suyas. Y la soledad compartida, esa que a veces hermana a las mujeres en miradas silenciosas o en gestos cotidianos que pasan desapercibidos.
Como hombre, esta obra me interpela. Me obliga a reconocer los silencios y las ausencias que históricamente hemos impuesto o ignorado. Me recuerda que nuestra tarea, desde este lugar, es escuchar, aprender y honrar las historias de estas mujeres. Mercedes Carreras, con una sensibilidad que desarma, pone sobre la mesa las contradicciones, los miedos, los amores y las luchas de estas mujeres apasionadas, logrando que quienes asistimos salgamos transformados.
Vidas paralelas no es solo teatro; es un acto de justicia, de memoria y de resistencia. Mientras los visillos se encuentran corridos y las actrices caminan esos pisos que parecen guardar ecos del pasado, uno siente que está frente a algo más grande: la confirmación de que las mujeres que habitaron estas historias no solo cambiaron su mundo, sino que también siguen cambiando el nuestro.
Gracias, Mercedes Carreras por recordarnos que el teatro, como la vida, es un espacio donde las voces olvidadas pueden y deben ser escuchadas.