domingo, 8 de diciembre de 2024
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CONCLAVE: desilusiona en el 39 Festival Internacional de Cine de Mar del plata

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Edward Berger, el director que deslumbró con la nueva versión de SIN NOVEDAD EN EL FRENTE, parece haber dejado su inspiración en el frente para entregarnos Cónclave, una película que promete intriga y tensión, pero entrega un desfile de clichés vestidos con sotanas. Basada en la novela de Robert Harris, la trama se adentra en el proceso de elección papal, un tema cargado de potencial dramático, pero que aquí se reduce a un reality show de egos clericales y giros absurdos.

Ralph Fiennes, uno de los actores más versátiles de nuestra época, parece haberse equivocado de set. Como el cardenal Lawrence, ofrece una actuación tan sobria que choca con el circo que lo rodea. Su rectitud y sentido del deber quedan aplastados por una narrativa que convierte al Vaticano en una versión de lujo de Gran Hermano. Cada cardenal está más ocupado afilando su daga metafórica que buscando la guía divina, mientras los diálogos oscilan entre lo pomposo y lo ridículo.

¿Y qué decir de Isabella Rossellini? Su monja rebelde, enfrentándose a un grupo de cardenales, es tan inverosímil que termina siendo risible. El guion intenta usarla como un catalizador de preguntas profundas sobre el papel de las mujeres en la Iglesia, pero lo hace con una torpeza tal que uno no sabe si reír o suspirar de frustración.

El gran «giro» de la película —la aparición de un misterioso cardenal que nadie conoce— se siente más como un chiste interno que como una revelación impactante. Carlos Diehz interpreta al cardenal Benítez con una solemnidad que no encaja en la caricatura que Berger ha construido a su alrededor. Y cuando finalmente se desvela su secreto, el público no queda impactado, sino desconcertado, como si el guion hubiera sido escrito en un arrebato de delirio creativo.

Visualmente, Cónclave es irreprochable. Berger y su equipo recrean el Vaticano con un detalle impresionante, desde los patios de piedra hasta los corredores opulentos. Pero este esplendor visual es solo un disfraz. Detrás de la fachada, la película carece de sustancia y se tambalea entre el drama barato y la sátira involuntaria.

El clímax es el colmo del absurdo: una sala de cine oscura como escenario de inspiración divina. Es un momento tan risible que ni siquiera el público más indulgente puede tomárselo en serio. Berger parece decidido a destruir cualquier ilusión de grandeza que la película pudiera haber tenido.

En resumen, Cónclave es como un sermón mal preparado: pomposo, interminable y desesperante. Ralph Fiennes merece algo mejor. El público, también. Si buscas entretenimiento, tal vez encuentres algo de placer en la ridiculez de todo esto. Si buscas profundidad, más vale rezar por un milagro.

Edward Berger nos debía otra obra maestra; nos entregó un pecado cinematográfico.

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