Fuera de temporada ( Hors-saison , 2023), dirigida por Stéphane Brizé, es una joya íntima que explora con sutileza y humor agridulce las complejidades de la depresión, las decisiones que definen nuestras vidas y las sombras de los caminos no tomados. Ambientada en el ventoso paisaje invernal de Quiberon, esta película francesa se sostiene sobre las magníficas actuaciones de Guillaume Canet y Alba Rohrwacher, quienes encarnan a Mathieu y Alice, dos almas heridas que se reencuentran en un momento de profunda insatisfacción existencial.
La premisa es sencilla pero profundamente evocadora: Mathieu, un actor famoso sumido en una crisis personal tras abandonar una obra de teatro por pánico escénico, se refugia en un spa para desconectar. Allí, por casualidad, se cruza con Alice, su exnovia de hace doce años, quien vive en el pueblo con una familia que se siente como una jaula construida por las circunstancias. Lo que sigue es un delicado retrato de dos personas atrapadas en las consecuencias de sus decisiones –o de su falta de ellas–, buscando un respiro en el reavivar de una conexión pasada.
Brizé aborda la salud mental masculina con una sensibilidad que recuerda a películas como Las ocho montañas o Otra ronda , sin nunca caer en el didactismo. Mathieu, interpretado por Canet con una mezcla de vulnerabilidad y autoironía, es un hombre que se desmorona en los pequeños detalles: desde su obsesión con una cafetera rebelde hasta el absurdo de presionar repetidamente el botón de una puerta automática mientras yace en la cama, incapaz de levantarse. Estas escenas, hilarantes y devastadoras a la vez, capturan la parálisis de la depresión sin necesidad de nombrarla. Por su parte, Rohrwacher dota a Alice de una fragilidad contenida, revelando su insatisfacción a través de gestos y silencios, especialmente en una conmovedora conversación con una amiga octogenaria que destapa, sin querer, su desdicha.
El guion, coescrito por Brizé y Marie Drucker, brilla por su economía narrativa y su capacidad para construir personajes complejos a través de momentos cotidianos. No hay grandes giros ni melodramas; en cambio, la película encuentra su fuerza en la acumulación de instantes aparentemente triviales –un paseo por la playa, una comida compartida– que van tejiendo una red de anhelo y resignación. El montaje de Anne Klotz es un pilar fundamental, alternando con maestría entre la intensidad emocional de los encuentros en interiores y los planos abiertos del paisaje bretón, que actúan como un recordatorio del aislamiento y la calma opresiva de Quiberon. Esta cadencia crea una sensación de respiración, permitiendo que la película se sienta ligera a pesar de su carga melancólica.
Visualmente, Fuera de temporada es un deleite discreto. La cinematografía de Antoine Héberlé captura la crudeza del invierno costero, con tonos fríos que reflejan el estado emocional de los protagonistas. El diseño de vestuario de Caroline Speith merece una mención especial: la sastrería impecable de Mathieu subraya su necesidad de proyectar éxito, mientras que los tonos suaves y desaturados de Alice evocan una vida desprovista de vitalidad. Estos detalles no solo enriquecen la narrativa, sino que refuerzan la idea de que los personajes están atrapados en roles que ya no les pertenecen.
El corazón de la película radica en la relación entre Mathieu y Alice, un romance fugaz que es más un lamento por lo que pudo haber sido que una promesa de futuro. Brizé evita los clichés del reencuentro amoroso, optando por una ambigüedad que respeta la complejidad de sus vidas. Ambos tienen responsabilidades –hijos, parejas, compromisos– que les impiden escapar, y la película no juzga sus elecciones, sino que las observa con empatía. El final, abierto pero esperanzador, deja al espectador preguntándose si este encuentro marca un nuevo comienzo o el cierre definitivo de un capítulo inconcluso.
Fuera de temporada no es una película de grandes declaraciones, pero su impacto reside en su honestidad y su capacidad para encontrar belleza en la tristeza. Es un recordatorio de que la vida, con todas sus decisiones y arrepentimientos, es un paisaje tan vasto y desolado como las costas de Quiberon, pero también un lugar donde, incluso en el invierno, puede surgir un destello de calidez. Una obra maestra menor que se queda contigo mucho después de que las olas se desvanezcan.