sábado, 19 de julio de 2025
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Mozart a flor de piel: Opera Festival Buenos Aires y una Nozze di Figaro vibrante en el Avenida

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Le Nozze di Figaro, música: W. A: Mozart. Libreto: L. Da Ponte. Direccion Musical: Pablo Malzanelli. Regie: Emilio Urdampilleta. Vestuario: Mariela Daga. Solistas: Franco Gómez (Fígaro), Ana Sampedro (Susana), Luis Garta (Conde Almaviva), Monserrat Maldonado (Condesa Almaviva), Luchi Gyldenfeldt (Cherubino), Laura Domínguez (Marcelina), Don Bartolo(Gustavo Gilbert), Barbarina (Michelle Fogel), Don Basilio – Curzio( Edwin Salinas), Antonio (Fabián Cangueiro). Dtora. coro: Silvia Aloy. Coro y Orquesta Opera Festival Buenos Aires. Función vista: 21 de Junio 2025. Sala: Teatro Avenida. Nuestra calificación: Muy buena

Es un privilegio, lo digo con toda sinceridad, poder reflexionar sobre la reciente producción de Le Nozze di Figaro que la Ópera Festival Buenos Aires (OFEBA) presentó en el Teatro Avenida para celebrar su décimo aniversario. Esta ópera bufa de Wolfgang Amadeus Mozart, con libreto del siempre ingenioso Da Ponte, no deja de asombrarme: su equilibrio entre crítica social, juego escénico y perfección musical sigue siendo un milagro teatral. Esta versión, atravesada por una lozanía vibrante y un fervor contagioso, logró captar esa esencia con una energía que pedía a gritos ser festejada.

La dirección musical estuvo a cargo del talentoso Pablo Manzanelli, cuya expresividad desde el podio reveló una comprensión profunda del estilo mozartiano. La obertura —impecablemente articulada— marcó un comienzo vibrante. Las maderas, especialmente en el “Porgi, amor”, brillaron con transparencia que dio belleza y estilo. La orquesta, aunque de formato reducido, mantuvo el pulso firme y ágil. Hubo algún que otro tropezón, donde el vértigo colectivo pareció ganarle por momentos a la precisión, pero el resulta fue absolutamente muy bueno…

¡Ajá! —interrumpe desde el fondo mi otro yo, el Dr. Merengue, mientras agita un pañuelo y muerde un sánguche de milanesa—.
¡Te faltó decir que Manzanelli la rompió, compadre! La obertura fue como arrancar un Falcon Sprint a todo gas por Avenida Rivadavia, y las flautas… ¡puro caviar! Malzanelli dirigió como si Mozart le dictara los compases por WhatsApp. ¡Un fenómeno!

La propuesta escénica de Emilio Urdapilleta se alejó del pintoresquismo barroco para instalar la acción en un espacio abstracto, limpio, definido por paneles móviles que, con inteligencia y ritmo, delimitaban las estancias del palacio de Almaviva. El vestuario, sobrio y contemporáneo, apostó por una estética neutra, quizás demasiado contenida para algunos gustos, pero coherente con el enfoque general. La dramaturgia supo extraer lo mejor del humor mozartiano, con ritmo sostenido y momentos de gran eficacia, como los enredos de Cherubino o el caos perfectamente orquestado del segundo acto.

¡Ay, por favor! —vuelve el Dr. Merengue, esta vez con sombrero de gaucho y una remera de Racing—.
¡Los paneles parecían un Tetris en vivo, maestro! Y Cherubino corría como si estuviera en Gran Hermano versión rococó. El vestuario, medio fashion week, sí, pero ¿quién mira la ropa cuando la escena se prende fuego? Urdapilleta le puso sazón, ¡y eso que no usó ni una «espadita» de utilería!

El elenco vocal fue una grata sorpresa: juventud, precisión y entrega. Ana Sampedro fue una Susanna de gran proyección y agilidad, especialmente en el “Deh, vieni, non tardar”, que bordó con frescura y emoción. Franco Gómez compuso un Figaro de presencia escenica, aunque algo menos visible en los números de conjunto. Monserrat Maldonado, como la Condesa, aportó una noble melancolía con un “Dove sono” de fraseo refinado y elegante. Luis Gaeta fue un Conde convincente, autoritario, su “Hai già vinta la causa!” supo tener una coloratura emocional emocional. Luchi De Gyldenfeldt brilló como Cherubino: desenfado juvenil y musicalidad en “Non so più” y “Voi che sapete”.

El resto del reparto —Laura Domínguez, Gustavo Gibert, Franco Sabino, Fabián Cangueiro, Edwin Salinas y Michelle Fogel— contribuyó con caracterizaciones plenas de oficio y simpatía. Hubo química escénica, y sobre todo, hubo entrega.

¡Decilo, caramba, decilo! —me pincha el Dr. Merengue con su bastón de caña mientras se sirve un mate—.
¡Este elenco fue un fuego! Sampedro te sacaba suspiros, Gómez tenía más swing que una milonga, y Maldonado… ay, esa Condesa te hacía poner el pañuelo en la manga. Gaeta fue un Conde que no se deja, y Luchi como Cherubino… ¡una bomba de energía! Hasta el jardinero tenía actitud, viejo. ¡Aplausos, ovación, y a otra cosa!

La conclusión es sencilla y contundente: esta Nozze di Figaro fue una celebración en toda regla. Una combinación feliz de dirección musical inspirada, propuesta escénica eficaz y un elenco comprometido. OFEBA, con sus diez años recién cumplidos, se reafirma como un faro joven pero certero del quehacer lírico porteño.

¡Última, última! —cierra el Dr. Merengue, ya con micrófono de juguete en mano—.
¡Esto fue un fiestón, señores! OFEBA se mandó una producción de esas que dan ganas de volver al teatro con moño. Voces frescas, escena jugada, un Manzanelli endemoniado por el genio de Salzburgo… ¡y un Teatro Avenida que tembló como si se cantara fútbol! Hay que repetir esto, no solamente por bueno, sino ¡por fenómeno!

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