domingo, 8 de diciembre de 2024
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Sujo: Una narrativa tan cruda que roza lo insostenible (39 Festival de Cine Internacional de Mar del Plata)

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El cine, como arte, puede ser un espejo de la realidad o una lupa que exacerba sus aristas más incómodas. Sujo, la nueva propuesta mexicana que sigue el tortuoso crecimiento de un joven huérfano en el inframundo de Tierra Caliente, Michoacán, opta por lo segundo. Sin embargo, lejos de dignificar su tema o proponer una reflexión profunda, la película parece hundirse en una representación tan salvaje y cruda que ahoga al espectador, cuestionando no solo el propósito del relato, sino también su lugar en un escenario tan prestigioso como los Oscar.

La brutalidad como espectáculo: la pobreza y la violencia sin catarsis

La obra de Rodrigo Valadez y Astrid Rondero se inscribe en una tradición del cine mexicano que ha encontrado en la violencia y la marginalidad su materia prima. Pero a diferencia de narrativas que logran abrir una puerta al entendimiento humano, Sujo se vuelve una sucesión de escenas que, si bien estilizadas y técnicamente correctas, encierran a sus personajes en un determinismo asfixiante. La representación de la niñez y adolescencia del protagonista bajo el yugo de la violencia no deja lugar a la esperanza; en cambio, se siente como un tour de force emocional que roza lo exploitativo.

En un momento donde la consciencia social sobre las desigualdades y los entornos de exclusión es alta, resulta cuestionable si el cine debe insistir en usar el sicariato y la miseria como elementos de fascinación morbosa. ¿Es necesario exponer al público a una crónica que se siente casi voyerista en su retrato del sufrimiento, especialmente cuando otras historias han logrado explorar el mismo contexto con mayor sensibilidad?

La narrativa fragmentada y la empatía a medias

La división en capítulos, centrada en las figuras que moldean al protagonista, parece un intento por humanizarlo. Las mujeres en la vida de Sujo aportan algo de calidez a una película que, de lo contrario, sería completamente gélida. Sin embargo, esta estructura también evidencia las limitaciones del guion. Las relaciones entre los personajes quedan subdesarrolladas, y aunque las actuaciones —especialmente las femeninas— son destacables, el arco de Sujo se siente más como un eco de su entorno que como una evolución real.

La violencia, aunque nunca explícita en pantalla, pesa en cada fotograma. Pero el uso constante de sombras y naturalismo visual, por parte de la cinefotógrafa Ximena Amann, no logra compensar una falta de profundidad en el tratamiento de sus temas principales: el determinismo y el libre albedrío. La película plantea estas cuestiones, pero las abandona en favor de una inmersión estilística en el inframundo.

El dilema del exhibicionismo cinematográfico

El mayor problema de Sujo radica en su aparente necesidad de explotar el sufrimiento como un medio para validar su autenticidad. Si bien es cierto que la violencia estructural y el narcotráfico son realidades palpables en México, convertirlas en el centro absoluto de una narrativa oscurece cualquier posibilidad de rescatar la dignidad humana detrás de esos contextos. A los 30 minutos, el filme se torna irrespirable, no por su potencia narrativa, sino por su reiteración en una visión que condena a su país a un perpetuo estado de desolación.

El cine mexicano ha demostrado en ocasiones anteriores que es posible representar la violencia y sus consecuencias sin caer en el maniqueísmo ni en el sensacionalismo. Sin señas particulares es un ejemplo reciente que logra este equilibrio con maestría, mostrando los estragos del narcotráfico sin despojar a sus personajes de su humanidad. En comparación, Sujo parece más interesada en mostrar el golpe de un boxeador sin guantes que en preguntarse por qué ese combate es necesario.

Conclusión: ¿un retrato necesario o una estrategia de impacto?

Sujo pretende ser un retrato descarnado de la niñez y juventud atrapadas en un ciclo de violencia, pero se queda a medio camino entre el cine social y el espectáculo del sufrimiento. La crudeza de su relato, aunque legítima, no encuentra un propósito más allá de ser una demostración de lo insoportable.

Ante una nominación al Oscar, cabe preguntarse si este perfil de cine no refuerza estereotipos sobre México y su sociedad, priorizando la validación internacional sobre una introspección honesta y respetuosa. Quizás sea momento de que el cine mexicano comience a reimaginar sus narrativas, buscando no solo mostrar la oscuridad, sino también iluminar los caminos para salir de ella.

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