Novecento de A. Baricco… Brillante interpretación de Julio Viera, que bien vale descubrir… Teatro Boedo XXI (Caba)

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«Tocábamos porque el océano es grande y da miedo, tocábamos para que la gente no notara el paso del tiempo, y se olvidara de dónde estaba, y de quién era. Tocábamos para hacer que bailaran, porque si bailas no puedes morir, y te sientes Dios. Y tocábamos ragtime, porque es la música con la que Dios baila cuando nadie lo ve»…

A. Baricco

Novecento es un relato que el escritor italiano Alessandro Baricco (Turín, 1958) escribió para un actor en 1994; el mismo  Baricco no tenía claro que fuera una obra de teatro, sólo tenía claro que era una historia para ser contada en voz alta. Giuseppe Tornatore la llevó al cine en 1998, con Tim Roth en el papel del pianista que la protagoniza, y que pasó sin pena ni gloria, porque la potencia de este relato no está en las imágenes que un creador genere para contarla, sino en la propia mente de quién la escucha y la imagina. Por eso un montaje como este que llega a un circuito off de esta Buenos Aires primaveral, más exactamente al Teatro Boedo XXI (Avda. Boedo 853), es disfrutar del mismo con mayúsculas, volver a reflexionar sobre la emoción y gracias a un “INTÉRPRETE” como es Julio Viera, cuando en él transcurren múltiples personajes, de tantas edades, de tantas experiencias, tan disímiles y tan riquísimos, junto a la mejor destreza del «monólogo – cuenta cuentos» uno se siente parte del relato surcando el océano junto a Novecento. Un actor que está absolutamente solo en escena, sin más adorno que la luz, su cuerpo y su voz, un pasaporte seguro como es en este caso, una gran experiencia.

Al irse desarrollando la obra inmediatamente emergen, una serie de preguntas:

-¿Quién habría pensado que dos padres sometidos a la crisis europea del 1900 dejarían en las mejores manos a su bebé dentro de una caja de zapatos?

-¿Quién ha adivinado que entre las personas que lo recibirían en un barco de migrantes, ese bebé encontraría cultura, experiencias, aprendizajes, amigos, un padre, un mejor amigo, un retador, el riesgo de morir y por sobre todo la plenitud de su ser?

-¿Quién si quiera ha entendido que Novecento es la historia de cómo la naturaleza humana puede ser capaz de darlo todo por el propio mundo que las circunstancias le ayuden a construir?

-¿Cómo pudo un barco como el «Virginia» reunir tantas historias, calor de hogar y desafíos para que un bebé abandonado pudiese convertirse en el más prodigioso pianista de todos los tiempos, sin siquiera pisar tierra durante toda su vida?

Pues aquí, en este punto hay que nombrar rigurosamente a Mónica D’Agostino (directora) la cual en base a un gran interprete, fue buscando en su interior a ese narrador que crea imágenes en base a su decir la teatralidad, cuestión que se le agrega para la toda la bella partitura planteada por Nicolás Di Lorenzo, llena de sutileza como emoción. Una historia de este trompetista que es simple y que llanamente nos plantea la historia de un tipo que lo ha perdido todo, que ha tenido que vender hasta la trompeta, y lo único que tiene es una cosa: una historia, la historia de su amigo Novecento.

Una historia que nos conecta con la infancia, porque sentados en el patio de butacas, a oscuras, miramos admirados a ese señor ahí arriba que nos va contando una historia alucinante, nos mantiene en vilo como los mejores narradores, pura esencia. Un acto íntimo entre el actor y el espectador que se vive con gran intensidad, un encuentro de los que marcan y dejan huella, como un concierto de cámara interpretado por virtuosos.

«La última vez que lo vi estaba sentado sobre una bomba. En serio. Estaba sentado sobre una carga de dinamita así de grande. Es una larga historia… Él decía: ‘No estás jodido verdaderamente mientras tengas una buena historia a cuestas y alguien a quien contársela.’ Él sí que tenía una buena historia… Él era su buena historia. Delirante, a decir verdad, pero hermosa… Y aquel día, sentado sobre toda aquella dinamita, me la regaló. Porque yo fui su mejor amigo… Y he hecho tonterías, y si me ponen boca abajo nada saldrá de mis bolsillos, hasta la trompeta vendí, todo, pero… aquella historia no.… ésa no la he perdido, todavía está aquí, tan límpida e inexplicable como tan sólo lo era la música cuando, en mitad del océano, la tocaba el piano mágico de Danny Boodmann T. D. Lemon Novecento»…

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