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LA VERDADERA HISTORIA DE RICARDO III – Teatro San Martín, O cómo destripar a Shakespeare con radiografías, LEDs y mucho ego

LECTURA RECOMENDADA

Traducción Lautaro Vilo. Dramaturgia Calixto Bieito, Adrià Reixach. Dirección Calixto Bieito. Elenco: Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis «Luisón» Herrera, Silvina Sabater. Diseño de video Adrià Reixach. Música original y diseño sonoro Janiv Oron. Diseño de iluminación Calixto Bieito, Omar San Cristóbal. Diseño de vestuario Paula Klein. Diseño de escenografía Barbora Horáková Joly. Sala: Martin Coronado (Teatro San Martin , C.A.B.A. – Avda. Corrientes 1530). Funciones: Miércoles a sábados, 20 horas. Domingos, 19 horas. Nuestra calificación: regular


Uno llega al San Martín con el respeto en alto, como quien entra a un templo. Se recuerda a ALCÓN, se imagina a OLIVIER flotando con túnica shakesperiana y mirada de águila desde alguna nube del teatro eterno. Y uno espera… teatro. Pero no. Esta vez nos tocó otra cosa.

Yo, el crítico, resistí. Aguanté la primera escena, la segunda, hasta que mi conciencia se me fue de entreacto y me dejó solo con el programa en la mano y una sensación en el pecho parecida al gas. Y justo entonces, se apareció él.

“¡Permiso, estimado! Esto no lo resuelve la crítica: lo requiere la cirugía”, bramó el Dr. Merengue, desdoblado en mí como la voz que no calla y que aún cree en el bisturí teatral.

Ahí estaba CALIXTO BIEITO, el enfant terrible que ya no es niño ni terrible, repitiendo sus provocaciones como si fueran éxitos. Convencido de que escandalizar es dirigir y que cuanto menos se entienda, más “contemporáneo” se es.

Esta “RICARDADA” empieza como una clase de historia mal editada. Se invoca el hallazgo arqueológico de 2012, se mezclan pantallas, tierra, placas radiográficas (sí, radiografías) y gente con cara de trauma sin resolver. El texto de SHAKESPEARE queda tan triturado como un repollo en licuadora. Y en el medio, aparece JOAQUÍN FURRIEL, valiente, hiperquinético, entregado… ¡Pobre Joaquín! Más sacudido que un whisky barato. Le pone todo: voz, cuerpo, epilepsia, energía de último turno en el Colón… pero no hay forma de nadar en un océano de confusión escénica sin ahogarse al menos un poquito.

Foto gentileza: Carlos Furman.

La escenografía, con su estética de posguerra ortopédica, es una mezcla de parking británico con exposición de rayos X. El vestuario, de Paula Klein, merece mención especial: una suerte de carnaval esotérico donde se cruzan Peaky Blinders con Walking Dead y un toque de feria medieval sin presupuesto.

El elenco entero parece sobrevivir a una puesta que los ignora. Citemos algunos: LUIS ZIEMBROWSKI, noble pero ahogado. INGRID PELICORI, firme como lejana. BELÉN BLANCO, intensa aunque vencida por los decibeles. ¿Micrófonos? Sí, pero no ayudan. ¿Vocalización? A la buena de Dios. ¿Actuación? Hay, pero sepultada bajo toneladas de simbolismo mal digerido.

Foto gentileza: Carlos Furman.

A esta altura, el pobre RICARDO III ya no sabe si es villano, víctima o paciente de resonancia magnética. La célebre línea “¡Mi reino por un caballo!” acá suena más bien: “¡Mi texto por una brújula!”

Desde las alturas, se intuye una ronda invisible: LAURENCE OLIVIER, ALFREDO ALCÓN, JOHN PHILIP KEMBLE, JOHN BARRYMORE. Todos esos Ricardos que supieron encarnar al jorobado de la ambición con arte, verdad y teatralidad. Desde sus nubes, se miran, se toman un whisky sin hielo y murmuran:
“Tranquilos, hijitos. Shakespeare sobrevive. Pero guarden el data show, por el amor al verso blanco.”

Foto gentileza: Carlos Furman.

Y desde su trono celeste, el BARDO mira esta producción como quien ve una versión escolar con presupuesto, y dice —con ese inglés de ceja levantada—:
“All right, Bieito. Te perdono. Pero devolveme el texto. Y el respeto, si te queda algo suelto.”

Y ahora sí, el bisturí final: ¡BASTA, BIEITO!

Sos un producto de vos mismo. Una fotocopia de tus propias provocaciones. Te disfrazás de iconoclasta para esconder que no tenés nada nuevo que decir. Y encima, usás a SHAKESPEARE como excusa para que hablen de vos.

Si ya no te interesa lo que dice el texto, no lo nombres más. No le robes el apellido para justificar tus delirios. No lo cites en tus catálogos. Porque eso, querido mío, es como darle margaritas a los chanchos.

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