La dama de picas de Piotr Ilich Tchaikovsky. Director musical: Timur Zangiev. Directora e iluminación – Vera Nemirova. Escenógrafa – Johannes Leiacker. Diseñador de vestuario – Marie-Luise Strandt. Directora de coros – Martin Schebesta. Reparto: Hermann – Yusif Eyvazov. Tomsky / Plutón – Alexey Markov. Yeletsky – Boris Pinkhasovich. Chekalinsky – Andrea Giovannini. Surin – Ivo Stanchev. Chaplitsky – Hiroshi Amako. Narumow – Dan Paul. Dumitrescu Maestro de ceremonias – Hans-Peter Kammerer. Condesa – Elena Zaremba. Lisa – Anna Netrebko. Polina / Daphnis – Elena Maximova. Institutriz – Stephanie Maitland. Masha / Chloe – Maria Nazarova. Piano en el escenario – Kristin Okerland. Sala: Wiener Staatsoper. Función: 27 de Junio de 2025. Nuestra calificación: muy buena.
Estrenada en San Petersburgo en 1890, La dama de picas ocupa un lugar singular en el catálogo de Tchaikovsky, tanto por su complejidad psicológica como por la densidad de su orquestación. Con libreto de su hermano Modest, que transformó radicalmente el relato de Pushkin, la ópera indaga en la obsesión, el aislamiento social y el vértigo del juego, envolviendo a sus protagonistas en un destino trágico que no deja resquicio para la redención.
La producción presentada en la Wiener Staatsoper entre el 21 y el 30 de junio de 2025 ha revalidado la vigencia de esta obra, no solo como un drama personal sino como un espejo inquietante de desequilibrios sociales contemporáneos.
Dirección musical: la mano firme de Zangiev
Timur Zangiev condujo a la Wiener Staatsopernorchester con una seguridad admirable, destacando los contrastes emocionales de la partitura. La orquesta sonó con opulencia, recreando con riqueza tímbrica la atmósfera sombría que exige Tchaikovsky, desde los presagios siniestros en los metales hasta la delicadeza melancólica de las cuerdas. Zangiev exhibió especial afinidad con los pasajes más turbulentos, manejando los clímax con gran teatralidad, aunque por momentos —en particular en las confrontaciones entre Hermann y el espectro de la Condesa— el volumen orquestal se impuso por encima de algunas voces.
El Coro de la Wiener Staatsoper, preciso y vigoroso, aportó dramatismo a las escenas colectivas del primer acto, reforzando la atmósfera opresiva que envuelve a los personajes desde el inicio.
Dirección escénica: Nemirova y el eco del derrumbe soviético
Vera Nemirova trasladó la acción a la Rusia de los años 90, un paisaje posterior a la caída del comunismo donde los nuevos ricos conviven con la indigencia más descarnada. La escenografía de Johannes Leiacker propuso una dialéctica visual entre el lujo ostentoso de casinos y la crudeza de cocinas populares, mientras que el vestuario de Marie-Luise Strandt reforzó los contrastes sociales.
Aunque este enfoque subrayó con eficacia la tensión de clases —tema latente en la ópera—, ciertos recursos resultaron previsibles, como la omnipresencia de sin techo y niños de la calle que a ratos bordeó el cliché. En contrapartida, la dirección de actores se centró en delinear con claridad las relaciones, permitiendo que las derivas emocionales de Hermann y Lisa fuesen el núcleo palpitante del espectáculo. Quizá se haya echado en falta un tratamiento más fantasmagórico en la aparición del espectro de la Condesa, escena que pide un componente onírico que la puesta resolvió con un realismo casi desapasionado.
Anna Netrebko: un debut como Lisa que deja huella
El esperado debut de Anna Netrebko como Lisa justificó por sí solo la expectación generada en torno a esta producción. La soprano rusa ofreció una caracterización que conjugó el poder vocal —con un timbre cada vez más ancho y sombrío, ideal para el lirismo dramático del papel— con una vulnerabilidad que hizo de Lisa un personaje hondamente humano. Su gran escena del segundo acto, impregnada de desesperación contenida, fue uno de los momentos más intensos de la velada.
Netrebko brilló asimismo en el dúo con Polina, donde Elena Maximova desplegó una voz cálida, dúctil y emotiva que enriqueció la escena. La afinidad musical entre ambas resultó evidente en ese dúo del segundo acto, que se convirtió en un pequeño remanso lírico antes del torbellino final. Maximova, además, aportó una presencia escénica delicada y natural, construyendo una Polina que actúa como espejo y sostén anímico de Lisa, reforzando así la tragedia de su destino.
Yusif Eyvazov y el descenso al abismo de Hermann
Yusif Eyvazov delineó un Hermann febril, dominado por la obsesión. Su voz de tenor, robusta y con un metal incisivo, retrató la progresiva alienación del personaje, aunque por momentos se echó en falta mayor refinamiento para dar cuenta de la psicología atormentada del oficial. Su química escénica con Netrebko —pese a la distancia de su vida personal— fue convincente, agregando verosimilitud a la tragedia final.
Resto del elenco y aspectos técnicos
Entre el elenco de secundarios, Alexey Markov ofreció un Tomski vibrante y carismático, mientras que Boris Pinkhasovich brindó distinción y un legato impecable como Yeletsky, logrando uno de los mayores aplausos de la noche con su aria “Ya vas lyublyu”. Elena Zaremba encarnó una Condesa de contornos espectrales, con una voz algo contenida que sin embargo subrayó el misterio del personaje.
Visualmente, el trabajo conjunto de Leiacker y Strandt ofreció una postal inquietante de la Rusia postsoviética, reforzada por una iluminación que sumergió el escenario en claroscuros constantes.