El Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, ese majestuoso ritual que marca el inicio de cada año con valses, polkas y una estética impecablemente vienesa, se ha convertido en el blanco predilecto de los cruzados de la inclusión. Para estos guerreros modernos, que parecen haber tomado un curso intensivo de destrucción de tradiciones, el hecho de que solo hombres hayan dirigido este evento durante más de 80 años es un ultraje digno de escándalo global.
La Tradición Como Villano: en la narrativa inclusiva, cualquier tradición que no se arrodille ante los nuevos dogmas es automáticamente culpable. En este caso, la exclusividad masculina del podio no es vista como un reflejo histórico o una cuestión artística, sino como un símbolo del “opresivo patriarcado musical”. Poco importa que la dirección de este concierto sea un honor que se gana por mérito, entendimiento profundo del repertorio vienés y un manejo excepcional de una de las mejores orquestas del mundo. Para los fanáticos del cambio por decreto, el talento siempre queda en segundo plano frente al género.
El Ataque a lo Exclusivo: los movimientos inclusivos tienen un curioso don: convertir lo exclusivo en excluyente. En su cruzada, ignoran que la exclusividad del Concierto de Año Nuevo no es una barrera, sino una celebración de lo mejor que la música vienesa tiene para ofrecer. Pero, claro, en su lógica, cualquier espacio que no cumpla con su lista de verificación inclusiva es una afrenta que debe ser reconfigurada a su imagen y semejanza. No es suficiente que la Filarmónica de Viena haya abierto sus puertas a mujeres en las últimas décadas, un cambio significativo para una institución que, hasta hace poco, era sinónimo de tradición rígida. No. Ahora el podio del Concierto de Año Nuevo debe ser colonizado, no porque haga falta, sino porque así lo dicta la última moda ideológica.