Tragedia lírica en dos actos Música de Gaetano Donizetti (1797-1848) – Libreto de Giuseppe Bardari, basado en la traducción de Andrea Maffei de la obra Maria Stuarda, de Friedrich von Schiller. Estreno en el Teatro Real – Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con el Gran Teatre del Liceu, el Donizetti Opera Festival – Bergamo, La Monnaie/De Munt de Bruselas y la Ópera Nacional de Finlandia (Suomen kansallisooppera ja -baletti).
Dirección musical: Jose Miguel Pérez-Sierra – Dirección de escena y vestuario adicional: David McVicar – Escenografía: Hannah Postlethwaite – Vestuario: Brigitte Reiffenstuel – Iluminación: Lizzie Powell – Dirección de movimiento: Gareth Mole – Dirección del coro: José Luis Basso
Elisabetta: Aigul Akhmetshina – Maria Stuarda: Lisette Oropesa – Roberto, conde de Leicester: Ismael Jordi – Giorgio Talbot: Roberto Tagliavini – Lord Guglielmo Cecil: Andrzej Filonczyk – Anna Kennedy: Elissa Pfaender. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Función 29 de Diciembre . Nuestra calificación: buena.
La velada en el Teatro Real comenzó con la expectación que solo una ópera de Donizetti puede generar. La trama de Maria Stuarda, ese combustible eterno de las artes basado en las tensiones entre Isabel I de Inglaterra y María Estuardo, promete mucho, pero, como suele suceder en el bel canto, entrega un argumento más bien simplón. ¿Reinas en disputa por religión, legitimidad dinástica y política? Nada de eso: esto es una pelea de gatas por el apuesto conde de Leicester, con un telón de fondo de insultos, celos y, finalmente, decapitaciones.
David McVicar se encarga de la puesta en escena y, como siempre, deja un regusto agridulce. El decorado, cargado de simbolismos fáciles —un orbe que se rompe al final de la ópera, por ejemplo—, parece diseñado para quien prefiere que la metáfora le golpee en la cara. Sin embargo, lo peor es su dirección de actores. El público se ve obligado a soportar nobles que caminan sin sentido, ceños fruncidos y manos en empuñaduras, como si la intensidad dramática pudiera suplirse con ademanes repetitivos. La ambientación, fiel al periodo isabelino, salva algo la función, aunque sería interesante ver algún atisbo de creatividad que no se reduzca a un intento fallido de innovar.
Pasando a las voces, Aigul Akhmetshina como Isabel entrega un desempeño sólido, aunque más por su registro grave y contundente que por sutilezas interpretativas. Es una reina enojada, y se nota, pero a costa de renunciar a cualquier matiz en su caracterización. Por su parte, Lisette Oropesa, quien cargaba con las expectativas de la noche, mostró lo mejor y lo peor de su arte. Es innegable que posee una técnica admirable y un timbre exquisito, pero el rol de María parece quedarle justo. Los momentos de mayor intensidad vocal la superaron, aunque su delicadeza en los pianos y su capacidad de conmover salvaron los muebles. ¿Es la diva suprema del Real? Puede que sí, pero también sería interesante que el público desarrollara una mirada crítica que vaya más allá del aplauso entusiasta.
El elenco masculino dejó poco que comentar, salvo decepciones. Ismael Jordi, como Leicester, parece creer que actuar es estar de pie y respirar; vocalmente, no pasa de correcto. Tagliavini, como Talbot, tiene algún momento destacable, pero no logra transmitir ni media emoción genuina. Y Filonczyk, como Lord Cecil, entrega un trabajo tan frío como una espada sin usar. Elisa Pfaender, en el pequeño rol de Anna Kennedy, se desempeña dignamente, aunque su papel sea irrelevante.
El coro del Teatro Real merece, por el contrario, un aplauso especial. Vestidos de aldeanos y metidos en debates angloescoceses que parecen extraños para unos paisanos, lograron entregar un desempeño sólido que, por momentos, elevó la ópera a cotas verdianas.
En el foso, José Miguel Pérez-Sierra demuestra que la dirección orquestal es, muchas veces, un acto de rescate. La partitura de Donizetti no es la más inspirada, pero el maestro logró extraer lo mejor de los músicos para lucir a los cantantes.
En resumen, esta Maria Stuarda deja un sabor ambiguo: voces potentes pero con limitaciones, una dirección escénica que desaprovecho los clímax escénicos y un público entregado que, tal vez, debería exigir más. En el teatro, como en la corte de Isabel y María, no todo lo que brilla es oro.