Autores: Patricio Abadi y Nacho Ciatti. Idea original: Luciano Castro, Mey Scpápola. Dirección: Mey Scápola. Intérprete: Luciano Castro. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez. Iluminación: Matías Sendón. Música y diseño sonoro: Nicolás Bari, Matías Niebur. Voces en off: Rodolfo Barili, Osvaldo Príncipi. Sala: Chauvín (San Luis 2849, Mar del Plata). Foto de portada, gentileza: Prensa de Caer (y levantarse). Nuestra calificación: muy buena.
Luciano Castro entra al escenario como quien sube al cuadrilátero: listo para golpear, recibir golpes y, sobre todo, hacer que el público sienta cada impacto. En «Junior», Castro no actúa: transpira. Su interpretación es una mezcla de adrenalina, furia contenida y ternura incómoda, como si el boxeador que encarna estuviera atrapado no solo en una celda, sino en el guion de su propia vida. ¿Tiene fallas? Claro, pero nadie le va a pedir a un nocaut que sea sutil.
La obra, escrita por Patricio Abadi y Nacho Ciatti, es una joya del realismo emocional, un poema narrado a trompadas que oscila entre el patetismo de un hombre vencido y la grandeza de alguien que todavía sueña con levantarse. El texto no escatima en crudeza, pero tampoco en belleza, y convierte la vida de Junior en un espejo distorsionado donde todos vemos nuestras propias derrotas. Es como si alguien hubiera puesto a Bukowski a escribir sobre boxeo y, de paso, le hubiera dado un abrazo.
El espacio escénico es tan austero como efectivo. Mey Scápola, desde la dirección, demuestra que no necesita lujos para entregar una experiencia visceral. Su trabajo es quirúrgico: cada movimiento está medido, cada silencio pesa, y cada sombra ilumina. La escenografía de Gonzalo Córdoba Estévez y la iluminación de Matías Sendón son como el cuadrilátero mismo: simples, funcionales y con un filo que corta. Y luego están las intervenciones en off de Rodolfo Barili y Osvaldo Príncipi, que le dan a la obra un toque de épica y realismo, como si el mismísimo boxeo estuviera narrando su propia decadencia.
¿Y Castro? Castro es Junior, con todo lo bueno, lo malo y lo caótico que eso implica. Su conocimiento del boxeo le da credibilidad, su físico le da presencia, y su entrega total le da alma. Sí, a veces su interpretación parece más un cross que un jab; se siente que todavía está ajustando la precisión de su decir. Pero esa crudeza también es su mayor virtud: Junior no es un personaje perfecto, y Castro lo interpreta con la misma imperfección que lo hace humano.
Caer (y levantarse) es una obra que noquea. No es una caricia, es un puñetazo directo al estómago emocional del espectador. Es incómoda, desgarradora y, a pesar de todo, profundamente conmovedora. Es teatro sin maquillaje, sin concesiones, y sin miedo a mostrar las cicatrices. Y al final, cuando Luciano Castro se queda solo bajo la luz, sudando su verdad, no queda más que levantarse y aplaudir. Porque si algo nos enseña esta obra, es que todos estamos en el ring, y rendirse nunca es una opción.