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Un Ballo in Maschera: talento argentino en el elenco y batuta italiana hicieron vibrar al Colón, más allá de la escena

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Un ballo in maschera, música: Giuseppe Verdi – Libreto en italiano: Antonio Somma basado en el libreto de Eugène Scribe para Daniel Auber, Gustave III, ou Le Bal masqué. Elenco: Gastón Oliveira Wekesser(Riccardo), María Belén Rivarola(Amelia), Leonardo López Linares (Renato), María Luján Mirabelli (Ulrika), Constanza Díaz Falú (Óscar), Emiliano Bulacios (Samuel), Mario De Salvo (Tom), Sergio Wamba(Silvano), Juan González Cueto (juez), Diego Bento (sirviente). Coro Estable: director Miguel Martinez. Dirección musical: Beatrice Venezi. Dirección de escena: Rita Cosentino. Escenografía: Enrique Bordolini. Vestuario: Stella Maris Müller. Iluminación: José Luis Fioruccio. Función del 4 de Diciembre del 2024, Teatro Colón. Nuestra opinión: muy buena.

Giuseppe Verdi, en Un ballo in maschera, nos regala una historia que mezcla amor prohibido, lealtades traicionadas y el inexorable destino trágico. En su núcleo, la obra cuenta la historia de Riccardo, gobernador de Boston/ Gustavo Rey de Suecia, quien ama a Amelia, la esposa de su mejor amigo Renato. Este triángulo se enreda con profecías de muerte, conspiraciones políticas y un final desgarrador en un baile de máscaras. La partitura de Verdi exige una puesta en escena que potencie la intensidad de la obra, pero lo que vimos en el Teatro Colón fue un espectáculo dividido: un elenco y una dirección musical extraordinarios enfrentados a una propuesta escénica que intentó ser original a costa de Verdi.

Las voces que hicieron la noche

María Belén Rivarola, como Amelia, se convirtió en el alma de esta función. Su interpretación fue una lección de técnica y emoción, con un fraseo impecable y una expresividad desgarradora. Morrò, ma prima in grazia fue, sin duda, el momento más conmovedor de la noche, una actuación que demostró que Rivarola no solo canta Verdi, sino que lo vive. Cada palabra, cada nota, estaban cargadas de una intensidad notoria de excelencia.

María Belen Rivarola (Amelia) – Foto gentileza: Lucía Rivero

Gastón Oliveira Wekesser, en el papel de Riccardo, ofreció una actuación correcta pero sin la «chispa» necesaria para elevar a este gobernador al nivel de héroe trágico. Aunque su voz es técnicamente sólida, su
Di’ tu se Fedele sonó brillante pero carente de la ligereza encantadora que debería irradiar, y en el final, la desesperación no se sintió tan desgarradora como la música sugiere. Riccardo necesita fuego, y Oliveira solo le ofreció una tibia llama que nunca terminó de encender la tragedia.

María Belen Rivarola (Amelia),Gastón Oliveira Wekesser(Riccardo) – Foto gentileza: Lucía Rivero

María Luján Mirabelli, como Ulrica, tuvo con una actuación arrolladora. Desde su Re dell’abisso, affrettati , dejó en claro que dominaría la escena con una voz potente, un registro impecable y una presencia magnética. Su capacidad para alternar entre los registros graves y agudos con facilidad fue de impacto, y su interpretación capturó a la perfección el misterio y la fuerza de su personaje.

María Luján Mirabelli(Ulrika) – foto gentileza Lucia Rivero

Constanza Díaz Falú, en el papel de Oscar, fue una verdadera soubrette. Con una agilidad vocal y una vivacidad escénica que iluminaron cada momento, aportó frescura y alegría al drama. Su interpretación, llena de picardía y ligereza, capturó el espíritu del personaje con plena precisión, siendo una de las sorpresas más agradables de la noche.

Constanza Días Falú(Oscar), Gastón Oliveira Wekesser(Riccardo) – Foto gentileza: Lucía Rivero

Leonardo López Lináres, como Renato, demostró ser uno de los más destacados intérpretes verdianos de su generación. Su experiencia internacional, evidenciada en roles como el de Nabucco (Arena di Verona) y Rolando en La Battaglia di Legnano (Trieste), se percibió en cada fraseo y matiz, entregando una interpretación llena de color y emoción. Su voz, con la nobleza y peso que exige Verdi, añadió profundidad al triángulo dramático de la obra, convirtiendo a este Renato, marcado por humanidad y conflicto interno, en un punto culminante de la noche y reafirmando su maestría en el repertorio verdiano.

Leonardo López Linares(Renatto), foto gentileza Lucia Rivero

A este grupo de solistas se les agregaron notoriamente en roles secundarios Emiliano Bulaciós (Samuel), Mario De Salvo (Tom), Sergio Wamba(Silvano), Juan Cueto(Juez) y Diego Bento(sirviente) quienes hicieron que el staff vocal sea de puro fuste en excelencia.

El Coro Estable, un protagonista más

El Coro Estable del Teatro Colón, bajo la dirección de Miguel Martínez, brilló con una claridad y fuerza que elevaron cada escena en la que participaron. Desde los momentos más ligeros hasta los más sombríos, su intervención fue siempre precisa y llena de intención dramática. La calidad vocal del coro destacó especialmente en el conjunto final, donde su sonido se fundió con la orquesta en un crescendo de enorme impacto emocional.

La dirección musical: la verdadera guía de la noche

Beatrice Venezi, al frente de la orquesta, ofreció una dirección llena de energía y sensibilidad. Supo capturar cada detalle de la partitura, resaltando los contrastes entre los momentos ligeros y los oscuros. La escena de Ulrica, por ejemplo, estuvo cargada de tensión gracias a las cuerdas ominosas y la percusión que anunciaban el destino inevitable de Riccardo. En el dúo entre Riccardo y Amelia, Venezi logró que la pasión de la música envolviera a la audiencia, mientras que en el final, el crescendo orquestal y coral se sintió como un golpe directo al corazón.

La orquesta, bajo su batuta, respondió con precisión y pasión, ofreciendo una interpretación que en todo momento mantuvo el espíritu de Verdi vivo y presente. Fue, sin duda, uno de los grandes triunfos de la velada.

La producción: ¿capricho o confusión?

Y ahora llegamos al punto más débil de la noche: la puesta en escena de Rita Cosentino. La decisión de trasladar la acción a un Boston que oscilaba entre el 1900 y ninguna parte no solo fue desconcertante, sino innecesaria. Convertir a Riccardo en el presidente William McKinley y adornar el escenario con una bandera estadounidense moderna fue un ejercicio de «creatividad» que agregó más preguntas que respuestas. ¿Qué relación tiene esto con la intensidad emocional de Verdi? Ninguna. La escenografía diseñada por Enrique Bordolini, con paredes móviles que intentaban añadir dinamismo, no logró más que distraer, mientras que la iluminación de José Luis Fioruccio, demasiado oscura en algunos momentos, terminó por entorpecer la visibilidad de la acción.

El vestuario diseñado por Stella Maris Müller del baile final, con referencias al mundo animal y fantástico, fue interesante pero completamente descolocado en el contexto general de la obra. Lo que debería haber sido un clímax lleno de tensión y tragedia terminó siendo un carnaval surrealista que no supo transmitir la atmósfera de fatalidad que el libreto exige.

En conclusión, este Un Ballo In Maschera fue de contrastes: voces que rozaron la excelencia, una dirección musical que rindió tributo al genio de Verdi, y una producción visual que pareció más preocupada por ser «original» que por ser coherente. A pesar de sus aciertos musicales, la puesta en escena dejó una sensación de oportunidad perdida, como si Verdi hubiera quedado atrapado tras una máscara que no era la suya.

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