La ópera es un género artístico en constante evolución, y la reposición de la producción de «Un baile de máscaras» dirigida por David Alden en el 2012 es un claro ejemplo de cómo los directores contemporáneos buscan reinterpretar y revitalizar las obras clásicas. Esta producción, ambientada en Estocolmo en la década de 1930, desafia las convenciones tradicionales y presenta una visión audaz, en ocasiones, desconcertante de la ópera de Giuseppe Verdi.
El Ícaro de Alden: La Simbología en ‘Un ballo in maschera’
Desde el principio, es evidente que David Alden se propuso hacer de «Un baile de máscaras» una experiencia visualmente impactante y simbólica. Alden toma como punto de partida la pintura «La caída de Ícaro» de Merry-Joseph Blondel, que adorna un techo en el Louvre de París. La elección de esta obra maestra de la pintura como hilo conductor establece un tono poético y ambicioso para la producción. Sin embargo, la relación entre esta pintura y la trama de la ópera es, en el mejor de los casos, tangencial, lo que plantea la pregunta de si la ambición simbólica de Alden puede llegar a ser excesiva.
El vínculo entre la caída de Ícaro y la historia de amor ilícito entre el rey Gustavo y Amelia, que finalmente conduce a un destino trágico, es una metáfora interesante pero difícil de seguir. La falta de claridad en esta relación simbólica puede dejar al público confundido, especialmente a aquellos que no están familiarizados con la pintura de Blondel.

Puesta en Escena: Un Enfoque Vanguardista de Alden
La puesta en escena de David Alden en «Un baile de máscara» es audaz y en ocasiones provocadora. Alden presenta la idea de que toda la ópera podría ser un sueño del rey Gustavo, lo que añade una capa adicional de complejidad a la producción. La presencia constante de la pintura de Ícaro, desde el preludio hasta la escena final, refuerza esta noción y establece un ambiente onírico.
El diseño escénico de Paul Steinberg es igualmente arriesgado, con una caja claustrofóbica y asimétrica en blanco y negro que domina la mayoría de las escenas. Esta elección refuerza la sensación de confinamiento y claustrofobia que rodea a los personajes, especialmente en los momentos de conspiración. La imagen de Gustavo en la pared de la casa de Anckarstroem es un toque visualmente impactante, simbolizando la opresión constante que siente el rey.
Sin embargo, la elección de presentar a los personajes con trajes modernos de la década de 1940 puede parecer desconcertante en el contexto de la década de 1930. Esta fusión de estilos temporales puede ser un intento de actualizar la trama, pero a menudo resulta discordante.
El Elenco y la Interpretación Musical
El elenco de esta producción es sin duda talentoso, aunque presenta altibajos en su rendimiento. Charles Castronovo, en el papel del Rey Gustavo, ofrece una actuación sólida, pero su registro de tenor lírico ligero carece de la amplitud y el brillo tonal que se esperaría para un papel principal. Aunque su presencia en el escenario es elegante y carismática, su voz no logra destacar de manera significativa.

Angela Meade, como Amelia, brinda una interpretación con momentos de brillantez vocal, pero también muestra ciertas debilidades. Su voz suntuosa y rica es una delicia para escuchar, pero los momentos de tensión y dificultad revelan un vibrato nervioso que disminuye la calidad de su interpretación. A pesar de estos desafíos, Meade logra brillar en el tercer acto, ofreciendo un emocionante y apasionado «Morrò, ma prima in grazia».

Quinn Kelsey, en el papel de Anckarstroem, roba el protagonismo con un poderoso «Eri tu» que recibe una ovación merecida. Su interpretación dramática como vocal es de alto impacto demostrando ser uno de los puntos destacados de la noche.
Olesya Petrova, en el papel de la adivina, presenta una voz oscuro y potente que se adapta perfectamente al personaje, no asi en su parte escénica.

Liv Redpath, en su debut como Oscar, aporta juventud y frescura al elenco, destacando en su actuación con un soplo de aire fresco y una voz cristalina.
La Dirección Musical y el Coro
La dirección musical de Carlo Rizzi se caracteriza por su detalle y elegancia. Logra un equilibrio cuidadoso y sigue el ritmo del drama con destreza. La relación con la orquesta del Met es evidente, y el coro también se destaca, especialmente en la escena de la lectura de la fortuna de Ulrica.
En Definitiva:
La producción de «Un baile de máscaras» en el Metropolitan Opera de de David Alden es una experiencia teatral única y desafiante. Puesta en escena vanguardista y el talentoso elenco contribuyen a una experiencia artística que puede resultar desconcertante pero, al mismo tiempo, enriquecedora. En última instancia, es un recordatorio de que el arte clásico puede seguir siendo relevante y emocionante cuando se aborda desde nuevas perspectivas. Aunque algunos pueden no estar de acuerdo con todas las decisiones de dirección, esta producción es una muestra del poder transformador de la ópera y su capacidad para mantenernos cautivados y sorprendidos en cada representación.