Sansón de las islas. Autoría: Gonzalo Demaría. Dirección: Emiliano Dionisi. Intérpretes: Luciano Castro, Manuel Vicente, Vanesa Maja y Gonzalo Gravano. Cantantes: Constanza Díaz Falú y Fernando Ursino. Vestuario: Jorge López. Iluminación: Lucía Feijoó. Escenografía: Cecilia Zuvialde. Música original y dirección musical: Manuel de Olaso. Asesor en lucha: Javi Guerrero. Teatro San Martín (Corrientes 1530): Sala Casacuberta. Funciones: miércoles a sábados, a las 20.30, y domingos, a las 19.30. Nuestra opinión: excelente.
En la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, Sansón de las Islas se alza como una experiencia teatral que no solo conmueve, sino que sacude las fibras más profundas del espectador. Escrita por Gonzalo Demaría y dirigida con maestría por Emiliano Dionisi, esta obra es un canto épico y desgarrador que fusiona la tragedia íntima de un luchador de captura con el trauma colectivo de la Guerra de Malvinas. Es teatro en su forma más pura: visceral, poético y profundamente argentino, un espejo que refleja nuestra historia con una intensidad que no da respiro.
La trama es un golpe maestro: Sansón (Luciano Castro), un ídolo del catch retirado y enfermo, es arrastrado de vuelta al ring en 1982, en plena dictadura militar, para un espectáculo patriótico televisado, 24 horas por Malvinas. Su rival, Jorgito (Gonzalo Gravano), representa la juventud y el futuro, pero el verdadero combate es interno: Sansón enfrenta un dilema moral que resuena como un eco bíblico. Demaría construye una fábula sobre la construcción y destrucción de los héroes populares, usando el catch como metáfora de una guerra absurda donde el espectáculo tapa la tragedia.

Luciano Castro entrega una actuación monumental, encarnando a Sansón con una fisicidad imponente y una vulnerabilidad que desarma. Su cuerpo, marcado por el pasado, contrasta con unos ojos que cargan el peso de la derrota, creando un personaje inolvidable. Vanesa Maja, como Lea, es el corazón de la obra, navegando con maestría entre la ternura, la pragmatismo y el dolor, arrancando suspiros en cada escena. Pero es Manuel Vicente, como el coronel Garmendia, quien se roba el aliento de la sala. Su presencia escénica es un vendaval: con una dicción impecable y una pisada vocal que resuena sin necesidad de micrófono, Vicente hace vibrar hasta la última fila de la Casacuberta. Su “buen decir”, cargado de cinismo y autoridad, conecta especialmente con la juventud, que descubre en él a un actor de raza, capaz de llenar el espacio con una potencia que el teatro contemporáneo rara vez ofrece. Es un recordatorio de lo que el teatro puede lograr cuando la voz y el cuerpo son suficientes para hipnotizar.

La obra alcanza una dimensión operística gracias a la inclusión de los solistas líricos Constanza Díaz Falú y Fernando Ursino, voces consagradas en las recientes temporadas del Teatro Colón. Sus intervenciones, como relatores que encarnan el espíritu de una Argentina de “altre tempi”, rompen la cuarta pared con una intensidad que eriza la piel. Sus bellas voces, cargadas de dramatismo, no solo narran, sino que elevan la obra a un plano mítico, convirtiéndola en una verdadera ópera del ser argentino. Este hallazgo de Demaría y Dionisi es un acierto absoluto: Díaz Falú y Ursino no son meros cantantes, son presencias que dialogan con la historia, tejiendo un puente entre el pasado y el presente.

La dirección de Emiliano Dionisi es un prodigio de equilibrio y audacia. Transforma la Casacuberta en un coliseo donde el ring se vuelve un altar de sacrificios, jugando con la ruptura entre realidad y fantasía. La música original de Manuel de Olaso, con su aire ritual, y la iluminación de Lucía Feijoó, que acentúa los contrastes entre gloria y decadencia, crean una atmósfera envolvente. El vestuario de Jorge López, anclado en los 80, refuerza la estética de una época marcada por el fervor patriotero y la desolación.

Sansón de las Islas es una operación quirúrgica sobre la identidad argentina, un reflejo de nuestra historia que corta como bisturí y sana como arte. En 75 minutos, la obra combina la visceralidad del catch, la poesía de la tragedia y la potencia de la ópera, marcándonos a todos con su pregunta: ¿qué precio pagamos por los relatos que nos venden? Es un acto de resistencia, un grito de dignidad en un mundo que aún fabrica chivos expiatorios. Felices los que puedan presenciar este milagro teatral, porque no es solo una obra: es un acontecimiento que resuena en el cuerpo y el alma. ¡Imperdible!