Orquesta Sinfónica Nacional. Director invitado: Emmanuel Siffert. Sala: Auditorio Nacional. Función: 11 de Abril 20 hs. Nuestra calificación: buena
Programa:
Lalo Schifrin
“The plot”, de Misión: Imposible
Dirty Harry Suite
Bullitt
Mannix
Cincinnati Kid
Rod Schejtman
La magia di vivere
Lalo Schifrin y Rod Schejtman
Sinfonía ¡Viva la libertad!
El estreno mundial de la Sinfonía ¡Viva la libertad! por la Orquesta Sinfónica Nacional configuró una velada de contrastes luminosos, entrelazando la vibrante herencia cinematográfica de Lalo Schifrin, la introspección lírica de La magia di vivire de Rod Schejtman y una nueva obra sinfónica de ambos compositores, impregnada de un poderoso mensaje de esperanza.
Las obras
El programa abrió con una selección de partituras de Lalo Schifrin, extraídas de Harry el Sucio , Bullitt , Mannix y Cincinnati Kid . Estas piezas, emblemáticas de la edad de oro del cine y la televisión, desarrollan un dinamismo rítmico anclado en el idioma del jazz. Mannix destacó por un vigoroso contrapunto entre percusión y piano, dialogando con los metales en una danza de tensiones rítmicas, mientras Harry el Sucio evocaba una atmósfera de crudeza urbana y Cincinnati Kid ofrecía un lirismo melancólico, tratamiento de introspección. El encore final del concierto con Misión Imposible, inyectó una chispa de espontaneidad que resonó con el público como un destello de «virtuosismo» orquestal.
Le siguió La magia di vivire de Schejtman, una partición de estructura diáfana que, a través de un delicado tejido de cuerdas, invita a la contemplación. Su simplicidad formal encierra una profundidad emocional que apela a la reflexión íntima, con líneas melódicas que se despliegan como un susurro meditativo, buscando conectar al oyente con un espacio de calma interior.

La segunda parte del concierto presentó la Sinfonía ¡Viva la libertad! , estructurada en tres movimientos. El primero, una «obertura» de amplio aliento, en el cual se escucha un discurso sonoro expansivo mediante leimotivs que anticipan el tono optimista de la obra, aunque las texturas orquestales carecieron en ciertos momentos de nitidez. El segundo movimiento, surge como el corazón de la sinfonía, con una percusión contundente liderada por los timbales que evocaron un andar reflexivo, impregnado de resonancias de Shostakovich y Prokofiev. Las flautas y los cornos articularon un contrapunto lírico que dotó al movimiento de una narrativa introspectiva y vital. El tercer movimiento, al mejor estilo de una «marcha en caracter», abrió con un contrapunto de vientos —flautas, tubas y cornos—, seguido por un rubato de violines y arpa que equilibró tensión y emotividad. La reaparición del leimotiv inicial consolidó la unidad estructural, culminando en un cierre radiante que proyectó un brillo esperanzador.
Sentido estético y narrativo de las obras de Schifrin y Schejtman.
Las partituras de Schifrin, profundamente arraigadas en la estética de los años 60 y 70, trascienden su función cinematográfica para convertirse en retratos sonoros de una época. Su uso del jazz como columna vertebral confiere a estas piezas un sentido de inmediatez y movimiento perpetuo —“música que camina”, en palabras precisas—, capaz de evocar tanto la adrenalina de una persecución ( Bulitt ) como la melancolía de un alma errante ( Cincinnati Kid ). En Mannix , la interacción entre percusión y piano crea una narrativa de tensión y resolución que refleja el carácter de su protagonista, mientras que Harry el Sucio destila un realismo crudo, casi visceral. Estas obras no solo acompañan imágenes, sino que las generan, proyectando un universo sonoro donde lo narrativo y lo emocional se entrelazan con una claridad cinematográfica. Su interpretación, sin embargo, requiere una sensibilidad que equilibre el vigor rítmico con los matices expresivos, una tarea que pone a prueba la capacidad de cualquier orquesta para trascender lo meramente funcional.
Por su parte, La magia di vivire de Schejtman ofrece un contraste radical, anclado en un minimalismo expresivo que privilegia la introspección sobre la exuberancia. Las cuerdas, protagonistas absolutas, tejen una narrativa de fragilidad y esperanza, como si cada frase melódica fuera de un instante de pausa en un mundo acelerado. La obra no busca impresionar, sino conmover, invitando al oyente a habitar un espacio de reflexión donde el silencio entre las notas es tan elocuente como el sonido mismo. Su sentido radica en su capacidad para destilar emociones universales —soledad, anhelo, resiliencia— en un lenguaje despojado, haciendo de la simplicidad un vehículo de trascendencia. Para que esta partitura alcance su pleno potencial, la interpretación debe ser precisa en su delicadeza, permitiendo que cada matiz revele la profundidad de su mensaje.

La dirección de Siffert y la Sinfónica Nacional
La dirección de Emmanuel Siffert, sin embargo, no estuvo a la altura de las demandas expresivas del programa. Su enfoque, marcado por una inclinación hacia un fortissimo persistente y una carencia de matices dinámicos, transformó a la Sinfónica Nacional en un ente sonoro monolítico, más cercano a la contundencia de una banda sinfónica que a la sensibilidad de una orquesta sinfónica versátil. Las partituras de Schifrin, que requieren un equilibrio entre vigor rítmico y claroscuro emocional, se vieron reducidas a un despliegue de potencia que sacrificó la introspección inherente a su narrativa. De manera similar, La magia di vivire perdió su esencia contemplativa bajo un volumen uniforme, agravado por desajustes en la afinación que empañaron los pasajes más expuestos de las cuerdas. Incluso en la Sinfonía Viva la libertad , donde la orquesta mostró momentos de cohesión admirables, la falta de gradación dinámica limitó la profundidad de las texturas orquestales, particularmente en las transiciones del primer movimiento y en el equilibrio sonoro del tercero. La música, ya sea cinematográfica o sinfónica, exige una flexibilidad expresiva que revele sus múltiples capas, y la dirección de Siffert, al priorizar la intensidad sobre la sutileza, no permitió que la Sinfónica Nacional desplegace todo su potencial interpretativo.

El impacto de ¡Viva la libertad ! como estreno mundial
Pese a las limitaciones de la dirección, el estreno mundial de la Sinfonía ¡Viva la libertad! brilló como un hito artístico. Esta obra, con su tonalismo accesible y su empleo de leimotivs recurrentes, se presenta como una sinfonía de inmediata universal, mientras sus ecos de los grandes sinfonistas rusos del siglo XX —Shostakovich, Prokofiev— le confieren una gravitas que trasciende lo meramente local. Su narrativa visual, que evoca imágenes de lucha, reflexión y redención, resuena como un reflejo de las aspiraciones colectivas de una Argentina en busca de su horizonte. El segundo movimiento, sobresale por su capacidad para equilibrar introspección y empuje, mientras el cierre triunfal del tercer movimiento proyecta una esperanza luminosa, anclada en una identidad sonora profundamente evocadora. Aunque una interpretación más matizada habría realizado su impacto, la sinfonía se consolida como un aporte significativo al repertorio contemporáneo, capaz de hablar tanto al intelecto como al alma. ¡Viva la libertad! no solo marca un momento de afirmación creativa, sino que se erige como un testimonio sonoro de resiliencia, destinado a perdurar en la memoria de quienes lo presenciaron.