BUSCANDO A SHAKESPEARE – (Argentina, 2025, Documental, 93′). Dirección: Gustavo Garzón y Daniel Werner. Guión: Mariana Sagasti y Víctor Cruz. Fotografía: Nicolás Gorla, Tomas Ridilenir. Música: Joaquín Garzón. Montaje: Julia Straface. Sonido: Nahuel Palenque. Producción ejecutiva: Daniel Andrés Werner. Producción asociada: Mariana Sagasti. Producción: Werner Cine. Intérpretes: Mark Rylance, Joaquín Furriel, Roberto Carnaghi, Norman Briski, Gustavo Garzón y Mariana Sagasti. BAFICI 2025 – Nuestra calificación: muy buena
Oh, gente amable de este ilustrado año 2025, reúnanse para escuchar una historia de maravillas de celuloide, hilada por Gustavo Garzón y Daniel Werner en su obra Buscando a Shakespeare , que ha honrado el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) con su estreno. Apoyada por el noble INCAA y realizada por Werner Films, esta película se aventura audazmente en una pregunta antigua como las estrellas: ¿quién fue el verdadero William Shakespeare? Con una narrativa a menudo ensayada por académicos y soñadores, teje de nuevo un tapiz de indagación, divirtiéndose con la duda y el deleite. ¿Puede un enigma literario mover las arenas del relato de la historia? En verdad, esta imagen proclama «sí», y en su desarrollo, cautiva el corazón y la mente de nosotros que vivimos en esta era moderna.
Una pregunta que perdura a través de los siglos
Con la osadía de un caballero andante, Buscando a Shakespeare sondea las profundidades de un misterio: ¿fue el hombre de Stratford el único autor de aquellas obras divinas —Romeo y Julieta , Macbeth , La tempestad— o fue solo un nombre, una sombra que cubría otros ingenios? La ausencia de manuscritos, el silencio de su pluma en misivas privadas, las lagunas en su crónica terrenal generan desconfianza. Los cineastas, como actores en el propio escenario del Globe, no ofrecen una única verdad para coronar. En cambio, presentan una galería de contendientes —Christopher Marlowe, Edward de Vere, Francis Bacon, Mary Sidney— y nos invitan a reflexionar sobre cada uno de ellos. Esta restricción es su laurel; no buscan atar la mente, sino liberarla. En nuestra época, cuando las certezas se desmoronan bajo escrutinio, tal invitación a cuestionar toca una fibra profunda, casando el espíritu isabelino con nuestro escepticismo de 2025.
Una peregrinación por reinos antiguos y nuevos
Filmada en las legendarias tierras de Inglaterra, las vibrantes calles de Argentina y las tranquilas costas de Uruguay, la película crea un soneto visual. Los adoquines de Londres, el sagrado Globe, el abrazo del Río de la Plata: no son meros escenarios, sino actores del drama, que vincula el reinado de Isabel con nuestros propios días bulliciosos.
La historia se desarrolla así: Garzón, al ser invitado a participar en una obra impregnada de versos de Shakespeare, se ve arrastrado a la incertidumbre de Sagasti. A partir de esta chispa, se desarrolla un viaje en busca del consejo de académicos, actores y poetas. La Declaración de Duda Razonable, respaldada por figuras célebres como Mark Rylance, Derek Jacobi e incluso los fantasmas lejanos de Chaplin y Freud, le otorga un manto de seriedad. Sin embargo, la película no necesita tales adornos; su relato fluye como un río cristalino, una maravilla en nuestro abarrotado 2025, donde las pantallas compiten por la mirada fugaz.
Virtudes justas y defectos muy leves
En verdad, Buscando a Shakespeare obra una alquimia excepcional: ilumina a la vez que cautiva, una hazaña que no se lleva a la ligera en este año de ruido incesante. Se divierte con su enigma, mezclando alegría y asombro, y muestra cómo el Bardo —quienquiera que sea— ha forjado el alma de Occidente. Su debut en el BAFICI, un refugio para relatos audaces y extraños, es tan apropiado como la rima final de un soneto. Para este crítico, que ha visto las modas de 2025 fluctuar y desvanecerse, el poder de la película para conmover el corazón y el intelecto es un bálsamo, un recordatorio de que el arte perdura más allá de las tendencias efímeras de nuestra era digital.
Sin embargo, ninguna obra está exenta de defectos. A veces, el torrente de teorías puede abrumar al novato, como una tempestad que sacude una frágil barca. El ritmo, aunque vivaz, flaquea en ciertas escenas, como si el relato quisiera abarcar un cielo demasiado vasto. Las imágenes, hermosas como un amanecer de verano, se prolongan quizás demasiado, opacando la intimidad que el alma busca. Son nimiedades, pero en una obra tan finamente hilada, incluso las nimiedades llaman la atención.
Una convocatoria al Salón de las Maravillas
Buscando a Shakespeare no es una mera crónica del escepticismo; es un himno a las historias que nos unen, mortal a mortal, de era a era. No ofrece un decreto final, ni debería hacerlo, pues el placer de un enigma reside en preguntarlo. En este, nuestro 2025, cuando las verdades se mueven como sombras en una tormenta, la película canta una nota atemporal, instándonos a buscar, a meditar, a apreciar la voz —sea quien sea— que habló de amor y dolor eternos.
¿Puede un enigma literario transformar nuestra visión del tejido histórico? Con un floreo delicado y audaz a la vez, esta película grita «¡sí!», dejándonos no con certezas, sino con el anhelo de perseguir la verdad adonde sea que nos lleve. Que los actores regresen pronto: el escenario siempre está listo.