Medida por medida (la culpa es tuya). Adaptación y dirección: Gabriel Chamé Buendía. Intérpretes: Matías Bassi, Nicolás Gentile, Elvira Gómez, Agustín Soler y Marilyn Petito. Música: Sebastián Furman y Gabriel Chamé Buendía. Escenografía e iluminación: Jorge Pastorin. Vestuario: Cecilia Allassia. Coach de baile: Damián Malvacio. Asistencia de dirección: Lorena Booth. Nuestra calificación: excelente
¿Quién dijo que Shakespeare tiene que ser solemne? Chamé Buendia, en su versión de Medida por Medida en el Teatro Politeama, llega para probar que el Bardo no solo se lee, sino que se juega, se transforma, y sí, también se reinterpreta con un guiño, pelucas y unos cuantos gags que te sacan carcajadas. No te confundas, esta no es una adaptación que destroza al pobre Will; más bien, lo reaviva con una frescura y un descaro que te hace pensar que, si Shakespeare viviera hoy, estaría compartiendo memes sobre su propia obra.
Esta versión sube la apuesta en todo: una escenografía de Jorge Pastorino que parece salida de la maleta de un mago, con sus estructuras móviles que aparecen y desaparecen como por arte de encantamiento, y personajes que, como conejos, brotan y se escabullen entre el velo dramático. Todo lo que ves es parte del gran truco, un truco que funciona perfectamente. Porque, sí, lo creas o no, entre el clown, el esperpento y los malabares visuales, la esencia shakespeariana está viva y coleando.
Nicolás Gentile en el papel de Angelo es un mago con todas las letras. Su habilidad para transformarse de juez severo a un ser dominado por la lujuria es digna de aplauso. Con un parpadeo, se convierte en el reflejo perfecto de la hipocresía del poder, y lo hace mientras nos deslumbra con una puesta en escena que te mantiene al filo del asiento… o al menos con la sonrisa preparada para la siguiente sorpresa. Claro, no todo es risas: Angelo también asusta con esa ambigüedad moral que tan bien maneja Gentile. Aquí no hay chiste que atenúe la reflexión profunda sobre el abuso de poder que el Bardo, y Chamé Buendia, no te dejan olvidar.
Elvira Gómez, como Isabella, le da el toque dramático justo para equilibrar tanto juego escénico. Su enojo contenido y su postura firme frente a la propuesta indecente de Angelo nos recuerda que, detrás de las risas y el caos, Medida por Medida sigue siendo una obra que cuestiona la ética y el poder. Entre ella y Angelo se arma un contrapunto eléctrico, que hace que el público navegue entre la tensión y la diversión con la misma facilidad con la que cambia la escenografía.
Y si de travesuras se trata, Matías Bassi, como el Duque disfrazado de fraile, se roba escenas con esa presencia omnipresente que controla los hilos del enredo como un titiritero maestro. Juega a ser autoridad, a ser invisible, y hasta a ser cómico sin perder nunca esa esencia de poder que Shakespeare le dio al personaje. Ahí está el genio de Chamé Buendia: logra que el Duque se sienta tan contemporáneo como enigmático, sin necesidad de disfrazarlo de algo que no es.
Agustín Soler y Marilyn Petito completan este elenco lleno de dinamismo. Soler, con su impronta clownesca, nos recuerda que Shakespeare no solo es para pensarse, también es para reírse. Sus apariciones como Lucio y Claudio son tan inesperadas como encantadoras, mientras que Petito, con su versatilidad, cambia de personaje con la facilidad de quien maneja el cuerpo como un instrumento afinado. Ambos hacen que el ritmo no decaiga ni por un segundo, y que la comedia de enredos sea un deleite visual.
Y, hablando de deleites visuales, el uso de proyecciones en vivo, un recurso que está ganando popularidad en el teatro porteño, funciona aquí como un guiño moderno al streaming, pero sin perder la teatralidad. Es un recurso ingenioso que Chamé Buendia utiliza para acercarnos aún más a los personajes y a sus emociones, como si Shakespeare nos estuviera mandando un mensaje directo desde otra época.
Esta Medida por Medida es mucho más que una versión descontracturada de un clásico. Es un espectáculo que reivindica al Bardo desde el juego, desde la magia y desde el humor, sin sacrificar su profundidad. Chamé Buendia consigue lo imposible: que reflexionemos sobre el poder, la ética y la corrupción, mientras disfrutamos como niños frente a un show de magia que no escatima en pelucas ni risas. Y sí, aunque por momentos te sientas tentado a creer que todo es una gran travesura, cuando se baja el telón te das cuenta de que detrás de los trucos, las carcajadas y los despliegues visuales, Shakespeare está más vivo que nunca.
Así que, si buscas un Shakespeare a la altura de nuestro tiempo, uno que te haga reír sin perder el respeto por los dilemas que plantea, esta es tu obra. Chamé Buendia ha hecho magia de la buena, de esa que transforma lo clásico en un juego lúdico sin traicionar su esencia.