sábado, 14 de junio de 2025
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Don Carlo entre Felipe II y los Océanos Contaminados: La Caótica Inauguración de la Temporada 24/25 en Viena (con video)

LECTURA RECOMENDADA

Don Carlo, versión italiana en 4 actos. Música Giuseppe Verdi – Libreto de Joseph Méry y Camille du Locle, basado en la obra Don Carlos, Infant Von Spanien (1787) de Friedrich Schiller, traducida al italiano por Achille de Lauzières y Angelo Zanardini – Wiener Staatsoper: Philippe Jordan, Dirección – Kirill SerebrennikovDirección de escena, Diseño de escena, Diseño de vestuario – Franck Evin, Diseño de iluminación – Orchestra of the Vienna State Opera – Concert Association Vienna State Opera Chorus – Galya Solodovnikova, Ko-Kostümbildnerin – Olga Pavliuk, Mitarbeit Bühnenbild – Ilya Shagalov, Videoartista – Daniil Orlov, Dramaturgia. Elenco: Roberto TagliaviniFilippo IIJoshua GuerreroDon CarloÉtienne DupuisRodrigo, Marchese di PosaDmitry UlyanovIl Grande Inquisitore Asmik GrigorianElisabetta di ValoisÈve-Maud HubeauxLa Principessa Eboli – Ilia Staple, Tebaldo Ileana Tonca, Una voce dal cielo – Hiroshi Amako, Il Conte di Lerma, Un araldo reale – Ivo Stanchev, Un frate – Evgeny Kulagin, Choreographie und Regieassistenz Nuestra calificación: regular

Preparados, inauguración de la Temporada 2024/2025 de la Ópera Estatal de Viena, por streaming… ¡Oh, Serebrennikov! Qué sería del teatro sin directores que creen estar reinventando la pólvora con cada producción… Esta vez, nos regala su versión de Don Carlo, que, en lugar de deslumbrarnos con un drama lírico potente, nos sumerge en una especie de visita guiada por un museo futurista, donde las voces, impecables, son las verdaderas heroínas que salvan la noche de un naufragio seguro.

Empezamos fuerte: libertad, el gran tema de la ópera y, por supuesto, el motor de la producción. Libertad de Don Carlo para no casarse con Isabel, libertad para no deshacer los entuertos en Flandes y, claro, la libertad de Felipe II para someterse como un títere más a la Iglesia. Pero lo mejor viene después, cuando Serebrennikov decide que los trajes históricos no son suficientes. ¿Por qué no meter, de paso, un par de referencias al trabajo infantil en Asia, la contaminación de los océanos y la deforestación del Amazonas? Total, estamos en el siglo XXI y el exceso de contenido es una virtud, ¿no?

El escenario, repleto de dobles de los protagonistas que se revisten de túnicas históricas mientras cavan su propia tumba—sí, literalmente—, nos recuerda más a un Halloween mal interpretado que a una grandiosa tragedia real. Todo esto mientras el coro, convertido en visitantes de museo, mira desde arriba como si fuera la exhibición más extraña del Louvre. Si el objetivo era meternos en un contexto contemporáneo, la conexión se perdió bajo capas y capas de brocado y perlas, y no precisamente de la manera que Verdi hubiera imaginado.

Ahora, pasemos a lo que de verdad importa: ¡las voces! Porque, aunque Serebrennikov se haya empeñado en hacernos perder el hilo con su caos escenográfico, Asmik Grigorian como Elisabetta fue simplemente espléndida. La mezcla de madurez y fragilidad que muestra en su aria final «Tu che le vanità» nos recordó por qué, a pesar de todo, seguimos yendo a la ópera. Joshua Guerrero, a pesar del desastre circundante, logra dar vida al pobre Don Carlo, aunque algunos momentos son, seamos sinceros, un tanto clichés y predecibles. Pero quien realmente se roba la velada es Étienne Dupuis como Rodrigo, el marqués de Posa, con una interpretación llena de carisma, y Ève-Maud Hubeaux, cuya Eboli brilla tanto en lo vocal como en presencia escénica.

Por su parte, Philippe Jordan intentó salvar lo que pudo, manteniendo a la orquesta de la Ópera Estatal de Viena unida y ofreciendo, al menos, momentos de poderosa intensidad. Pero, ¡ay!, ni siquiera él pudo escapar de los abucheos que resonaron durante los intermedios, dirigidos claramente a la dirección de escena. Su trabajo, aunque competente, fue víctima de la sobrecarga sensorial que dominó la producción.

En definitiva, esta producción de Don Carlo nos deja claro que la ópera no debe ser un museo. Y si Serebrennikov cree que este juego de disfraces y confusión es la solución, es él quien ha fallado en darle nueva vida a una de las grandes tragedias de Verdi.

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