Los siete pecados capitales – El castillo de Barbazul…Dos propuestas que fluctuaron a puro fortísimo…Teatro Colón

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Los siete pecados capitales.

1933, París, tanto Weill como Brecht huyen de la Alemania nazi, y a pesar de la tensión artística generada entre estas dos grandes figuras en proyectos anteriores, deciden emprender juntos este último cabaret satírico, “Los siete pecados capitales”. Incluso en esta última colaboración tampoco quisieron dejar atrás el propósito que les unió en las primeras óperas conjuntas: tratar de cambiar la sociedad a través de un corrosivo cinismo que denunciaba la doble moral.

Este “ballet cantado”, donde cada movimiento corresponde a un pecado capital, vuelve a mestizar la música popular europea con aires de swing, entremezclando valses y marchas con ritmos de foxtrot o ragtime.

Sobre la pieza que Bertolt Brecht elaboró ​​a partir de un argumento del moscovita Boris Kochno, libretista de Mavra para Stravinsky once años antes (entre otras fructíferas colaboraciones), y el poeta inglés Edward James, Weill compuso en primavera el ballet cantado Die sieben Todsunden (Los siete pecados capitales).

Como declaró el propio Weill a Claude Dhérelle en una entrevista publicada por Paris-Soir el 26 de mayo de 1933, unos meses antes de su muerte …” Escribí una especie de ballet- Singspiel titulado Los siete pecados capitales o Anna Anna, la historia de dos jóvenes que desean ganar dinero para comprar una pequeña casa para su familia y que atraviesan siete ciudades y siete pecados” …

Los siete pecados capitales – Fotografía, gentileza Arnaldo Colombaroli – Prensa Teatro Colón

 La directora de escena Sophie Hunter junto a su equipo de escenografía, vestuario y videos Samuel Wyer – Nina Dunn como la iluminación de Jack Knowles, recrean un ámbito hollywodense de fuerte introspección dadaísta, cambiando el estilo tan concebido de cabaret a un lineamiento americano. 

En esta historia de manejo del cuerpo prostituido, la soberbia malhumorada de Anna-bailarina contrasta mucho con la eterna sonrisa de Anna-cantora; orgullo y pasado. La saludable sencillez de la propuesta de Hunter se centra en una evocación sublimada de situaciones dramáticas que, en la forma particular de esta obra donde son narradas más que escenificadas, es suficiente para transmitir. La propuesta de los videos resulta bastante virtuosa en cuanto al ritmo que da bajo una bravura de batuta el Mtro. Latham – Koening en foso que remarco el fortissimo en casi toda la duración de la obra.

Los siete pecados capitales – Fotografía, gentileza Arnaldo Colombaroli – Prensa Teatro Colón

La danza está en el centro del tema, tanto porque es un ballet como porque Anna baila, las dos mujeres dibujan un movimiento entre ellas, y tan solo al final del espectáculo cantan juntas. El concepto coreográfico un tanto anodino creado por Ann Yee, muestra estilo de baile quebrado, de imágenes individuales que no pasan de correctas con la impronta escénica planteada. Desde el punto de vista vocal, existió para este crítico, amplias dificultades de poder escuchar correctamente a las voces, debido al fortissimo en tempos que marco el director desde el podio (dejo aclarado que mi ubicación era la fila ocho de platea). Por tanto, es casi imposible poder escribir sobre el desempeño de cada intérprete.  

El Castillo de Barbazul

Se estrenó en mayo de 1918. Béla Bartók adaptó la obra de misterio de Béla Balázs escrita en 1910, en la cual se presenta el mundo espiritual del hombre.

 Barbazul lleva a su nueva esposa Judith al castillo, sobre el cual la mujer ya ha escuchado muchas historias siniestras. Cuando llegan al castillo, siete puertas selladas se abren frente a ellos. Judith se deja llevar por la curiosidad, así que, a pesar de la advertencia de Barba Azul, quiere saber qué esconden las puertas. Detrás de la primera puerta está la cámara de tortura, detrás de la segunda está la armería. Detrás de la tercera puerta está el tesoro, la cuarta se abre al jardín del castillo. Judit también ve sangre en las armas, joyas y flores. Detrás de la quinta puerta está el imperio del príncipe, pero arriba hay nubes sangrientas. El príncipe vuelve a advertir a su amada que no abra las otras puertas, pero ella se muestra inflexible. Detrás de la sexta puerta está el lago de las lágrimas. Tres mujeres emergen en silencio de detrás de la séptima puerta, la más temida. Las esposas anteriores de Barba Azul. Judit tampoco tiene escapatoria

 Es un drama de amor, un cuadro de soledad, una representación del alma de un hombre y una mujer, una obra que anuncia la imposibilidad de encontrarse. Este hecho arrastra inmediatamente la obra a esferas más seculares. Sarcásticamente diríamos: el hombre, que se rumorea que mata a sus esposas, advierte a la mujer: no hagas preguntas innecesarias.

El castillo de Barbazul – Fotografía, gentileza Arnaldo Colombaroli – Prensa Teatro Colón

Sin embargo, todavía hay algo aquí: como el hombre en realidad lleva un nombre mágico-totémico, y la mujer sólo un nombre personal, permanecen en la abstracción alegórica: en el drama de este mundo, el Hombre Eterno y la Mujer Eterna se revelan a nosotros. De esta manera, se fortalece el carácter de misterio, y al mismo tiempo, se abre el camino a las modernas interpretaciones psicológicas profundas.

Este texto escrito va acompañado de la música de Bartók. El compositor para el rol de Barbazul compone una pentatonía tranquila que se mueve en notas contiguas, mientras que la voz de Judit es más intensa y se intercala con grandes saltos, dando así carácter y personalidad a los dos personajes.

En cada puerta (en esta producción cofres), Bartók nos muestra un nuevo cosmos musical.

¿Dónde está el escenario: ¿afuera o adentro? ¿Por qué se atormentan los hombres y las mujeres? ¿Por qué nos decepcionamos, por qué nos separamos? ¿Por qué nos enamoramos de alguien y luego nos damos cuenta que solo proyectamos nuestras propias imágenes oníricas en la otra persona? ¿Qué ve un hombre en una mujer, qué quiere ver una mujer en un hombre? ¿Por qué se están matando entre ellos?

Tales preguntas uno siente que se arremolinan en el espectador, volver al presente partiendo del humano de tono oscuro vocal que Bartók, plantea en su obra.

Sus notorios protagonistas pudieron concretar en más de una oportunidad mostrar sus buenas tessituras: Károly Szemeŕedy y Rinat Shasam, lamentablemente nuevamente el fortísimo en la batuta del director Latham Koening, volvió a entorpecer al espectador en la apreciación de tan magistral obra.

El castillo de Barbazul – Fotografía, gentileza Arnaldo Colombaroli – Prensa Teatro Colón

La directora escénica en su propuesta de mundos, concibió una imagen que en ningún momento dio el terror del castillo, sino una lectura onírica muy relajada como absurda.

En resumen, una noche lírica fluctuante a puro fortísimo, con resultados ampliamente desparejos.

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