L’elisir d’amore de Donizetti… regreso al bel canto en tiempos de rock and roll… Teatro Colón de Buenos Aires

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Director musical Evelino Pidò – Director de escena Emilio Sagi

Escenografía Enrique Bordolini – Vestuario Renata Schussheim

Orquesta Estable del Teatro Colón

Coro Estable del Teatro Colón Miguel Martínez  Director

Elenco:

Nemorino Javier Camarena – Adina Nadine Sierra

Doctor Dulcamara Ambrogio Maestri

Belcore Alfredo Daza – Giannetta Florencia Machado

Donizetti ha reunido todas las características del género tal como el público en general puede imaginarlo: encanto y frescura de una música que alterna alegría y melancolía, búsqueda de la belleza expresiva en el canto, argumento convencional – tenor enamorado de la soprano a quien un barítono quiere conquistar y que finalmente triunfa sobre su rival–, la aparente ingenuidad de un libreto cómico que ahorra palabras, situaciones y gestos, colocando al público en una forma de superioridad de conocimiento en relación a los personajes.

El director Emilio Sagi nos presenta una cancha de basquetbol entre paredes de un barrio /colegio o vaya a saber qué … gradas estáticas son el alter ego de la platea de sala, y amplias rejas enmarcan un escenario en donde transcurre la acción. Una imagen que ronda lo. La escena transcurre entre porristas, teenagers rockeras bien parecidas a un episodio de West Side Story o bien en el segundo acto directamente al musical americano Grease. Una propuesta, no clara en “pasticci “y que no genera coherencia sino disparate hasta llegar a un the end que bordea un fin de fiesta al mejor estilo de zarzuela. Ropaje, y marcaciones forzadas a fin de engalanar a sus protagonistas son el resultado de una propuesta de Sagi /Bordolini /Schussheim que no quedara en el recuerdo.

En la función estreno, se sintió dos rendimientos absolutamente diferentes desde el punto de vista vocal- Una primera parte que sirve de presentación de los personajes estuvo sin brillo, de forma correcta que no correspondía a semejantes “celebritys” en escena. Ni la aparición del Dulcamara en su Udite… resultó eficaz. Muy diferente fue el exuberante segundo acto, en donde las voces salieron por fin de gatera o bien de su zona de confort.

El Nemorino en la persona de Javier Camarena fue crescendo luego de una satisfactoria cavatina “Quanto e bella” del primer acto. Su voz fue reafirmando su articulación y una proyección que parecen tan difíciles como naturales. La belleza del tono está al servicio de una precisión expresiva innegable y que culmina con naturalidad en el célebre aria «Una furtiva lagrima», manteniendo en vilo a todo el público. La soprano Nadine Sierra no se quedó atrás, tan a gusto en el virtuosismo vocal y los saltos de octava como en la actuación escénica, supo combinar la gracia del canto con su elegancia corporal, elevando su personaje a la sublimación del amor.

Foto:Máximo Parpagnoli – Prensa Teatro Colón

Junto a la emoción y la profundidad del sentimiento, la dimensión cómica la encarna el personaje de Dulcamara, a quien el barítono Ambrogio Maestri presta su poderosa voz y su impresionante presencia física, en una interpretación que va a su encuentro en plenitud durante el segundo acto. El Belcore de Alfredo Daza, si bien se presta con talento a todos los caprichos de la puesta en escena y acierta magistralmente en el papel de actor bufón que le ha sido asignado, tuvo desajustes a nivel vocal debido a una proyección insuficiente que hace que el texto a menudo no sea muy audible y su voz presente desafinaciones. Florencia Machado completa ventajosamente el reparto aunque la reducida partitura asignada a Giannetta no permite hacer justicia a sus manifiestas cualidades vocales pero si su arte de la pantomima, al igual que el Coro Estable que en todas sus intervenciones mostró su disfrute en escena y sus bellas voces sirvieron para completar felizmente esta conmovedora historia de amor, que es sin embargo es una crítica agridulce a la humanidad, como nos recuerda el nombre del gran organizador de las festividades finales, Dulcamara.

Foto:Máximo Parpagnoli – Prensa Teatro Colón

La Orquesta Estable, por su parte, estuvo dirigida con tanta precisión como elegancia por Evelino Pidò, muy atento a los cantantes, a su necesidad de suspenso, de silencio, sobre todo en momentos de emoción como la súplica de Nemorino al final del primer acto. Sin embargo, como contrapunto, unos cuantos tempos más animados habrían aportado un toque extra de locura a la función.

El verdadero elixir, como se demostró una vez más esta noche, es la música de Donizetti y su arte de cantar hermoso (bel canto)

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