jueves, 20 de marzo de 2025
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Las cosas maravillosas: Florencia Otero y un viaje teatral inolvidable

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Libro: Duncan Macmillan – Jonny Donahoe.  Dirección: Mey Scápola. Traducción y versión: Pablo Gershanik. Intérprete: Florencia Otero. Producción general: Eloísa Canton, Bruno Pedemonti, Tomás Rottemberg, Michel Haussman. Asistencia de dirección y producción: Luis Cicero. Sala: Multiteatro Comafi. Nuestra calificación: excelente.

Desde el momento en que Florencia Otero pisa el escenario, Las cosas maravillosas nos atrapa en su juego, un juego que es tan lúdico como desgarrador, tan simple como profundamente humano. Bajo la dirección sensible y afilada de Mey Scápola, esta obra no es solo una historia contada, sino una experiencia compartida, un espejo en el que nos reflejamos con una sonrisa temblorosa.

Desde el inicio, Otero rompe la cuarta pared sin esfuerzo, entregando pequeños papelitos al público como si repartiera migajas de esperanza. Cada número en su lista –gritado, leído, celebrado– es una pieza del rompecabezas de la existencia, desde el placer casi infantil de reventar plástico de burbujas hasta el rayo de sol que se cuela por la ventana. Y así, con la complicidad del público, se va construyendo una memoria colectiva, un refugio contra la sombra de la depresión que atraviesa la historia de su personaje.

Pero esta no es una narradora cualquiera. Otero maneja el humor y el drama con una precisión que desarma. Nos hace reír y nos deja sin aliento en cuestión de segundos, recordándonos que la vida no se mueve en líneas rectas, sino en curvas impredecibles. Y lo hace con un carisma avasallante, esa energía arrolladora que le da a la obra una sensación de intimidad casi inquietante.

La dirección de Scapola es una caricia y un golpe al mismo tiempo. Se apoya en la simpleza y la confianza: en la fuerza del texto de Duncan Macmillan, en la entrega de Otero y, sobre todo, en la participación del público, que pasa de ser espectador a cómplice sin darse cuenta. En sus manos, Las cosas maravillosas no es solo un monólogo teatral, sino un ritual en el que, por un rato, todos encontramos razones para seguir adelante.

Al final, cuando las luces se apagan, la sensación que queda no es solo la de haber presenciado una obra excepcional. Es la de haber compartido algo genuino, algo que nos pertenece a todos. Porque si algo nos enseña Las cosas maravillosas es que la vida, con todos sus altibajos, sigue siendo una experiencia que vale la pena. Y que, al final del día, lo que realmente nos salva es el otro.

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