¿Qué obtienes cuando mezclas a Mozart con el antiguo Egipto, marionetas dignas de “Plaza Sésamo” y un toque de simbolismo masónico? Pues una “Flauta Mágica” tan peculiar como asombrosa. Tomer Zvulin y su director asociado Ian Silverman decidieron que nada menos que un Egipto de juguete, con pirámides al estilo Lego iluminadas y animalitos de felpa, serían el marco perfecto para una ópera que, aunque ya tiene más de 200 años, sigue dando de qué hablar. ¿Y la sorpresa? Que el resultado es una obra vibrante y visualmente fantástica, que roba carcajadas y aplausos.
La escenografía de David Higgins se llevó los laureles, transformando el escenario en un colorido set de bloques, como si Mozart hubiera hecho un safari en la juguetería del Louvre. Este libro pop-up que se abre y cierra a gusto es, al mismo tiempo, un homenaje y una irreverencia al simbolismo masónico, ideal para los que gustan de ver serpientes gigantes persiguiendo a tenores (y no estamos hablando de los críticos). Con su decorado y vestuario, Higgins logra que hasta la Reina de la Noche parezca recién salida de una pirámide de confitería, vestida de misterio y destellos eléctricos que cortan la escena. Uno no sabe si aplaudir o buscar el manual de instrucciones para armar las escenas.
Pero más allá de los logros escenográficos, la verdadera estrella de esta producción es Santiago Ballerini en el papel de Tamino. Ballerini, quien no es ajeno a las exigencias del bel canto, entrega una actuación vocal y escénica que no solo eleva la producción, sino que se convierte en el corazón mismo de la noche. Su interpretación de Tamino es refrescante: su voz, cálida y poderosa, atrapa en cada aria. Ballerini es un tenor que logra el balance perfecto entre fuerza y delicadeza, entre el heroísmo y la vulnerabilidad, capturando así la esencia de su personaje.
Al lado de Ballerini, Rainelle Krause como la Reina de la Noche y Mei Gui Zhang como Pamina brillan en sus respectivos roles, complementando la historia con una química que refuerza la atmósfera mágica. Krause, con su imponente técnica de coloratura, enfrenta el infame «Der Hölle Rache» como si cada agudo fuera un encantamiento en la noche; Zhang, en cambio, aporta una dulzura y ternura cautivadoras que equilibran el poderío de sus compañeros.
Luke Sutliff y Amanda Sheriff como Papageno y Papagena son la chispa cómica que mantiene la ligereza y el humor en la obra, logrando una conexión entrañable con el público. Por otro lado, Peixin Chen hace una entrada memorable en el papel de Sarastro, con una voz de bajo profunda y rica que resonó como si viniera de las mismas profundidades de una pirámide.
A nivel técnico, esta Flauta Mágica se apoya en un equipo creativo que no dejó detalle al azar. La escenografía de David Higgins es un libro pop-up de sorpresas visuales que evoca las antiguas tradiciones masónicas en cada símbolo, mientras que las proyecciones de Nicholas Hussong, la iluminación de Thomas C. Hase y la dirección orquestal de Arthur Fagan, junto al maestro de coro Rolando Salazer, arman un espectáculo cohesivo y fascinante que destaca tanto en lo visual como en lo auditivo.
Esta versión de La Flauta Mágica en la Ópera de Atlanta es, en definitiva, una de esas producciones que logra equilibrar lo clásico y lo moderno, y si bien hay mucho que admirar en el diseño escénico y la dirección, es la interpretación de Santiago Ballerini lo que realmente eleva esta obra y le da un toque ideal.