La Bohème, ópera en cuatro actos con música de Giacomo Puccini.
Libreto en italiano de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica. Estreno: 1 de febrero de 1896 – Teatro Regio de Turín, Italia. Dirección musical: Mtro. Carlos Vieu. Dirección de escena: Mariana Ciolfi. Dirección de Coro de niños y Estable: Santiago Cano y Monica Dagorret. Diseño de escenografía: Oscar Vázquez. Diseño de vestuario: Stella Maris Müller. Diseño de iluminación: Fabricio Ballarati. Elenco: Maria Belen Rivarola Mimí, Nazareth Aufe como Rodolfo, Eugenia Coronel Bugnon como Musetta, Juan Salvador Trupia como Marcello, Fernando Grassi como Schaunard, Emiliano Bulacios como Colline, Fernando Alvar Nuñez como Benoît, Víctor Castells como Alcindoro, Sergio Spina como Parpignol, Leonardo Palma como Sargento y Alfredo Martínez como Aduanero. Sala Alberto Ginastera (Teatro Argentino de La Plata, Avenida 53 entre calles 9 y 10) . Nuestra calificación: muy buena
En el año que marca el centenario de la muerte de Giacomo Puccini, el Teatro Argentino de La Plata decidió rendirle homenaje con una de sus obras más queridas y representativas: La Bohème. Esta producción, lejos de ser un mero acto conmemorativo, se presentó como una experiencia teatral completa, capaz de poner de relieve no solo la inmortal música del compositor toscano, sino también la capacidad del segundo coliseo de la República Argentina para ofrecer propuestas líricas de primer nivel. En un contexto en el que los homenajes a Puccini florecen en teatros de todo el mundo, las expectativas eran altísimas, y el reto no menor: ofrecer una versión que se sintiera fresca, dinámica y, sobre todo, emotiva.
Y es que La Bohème es mucho más que una ópera. Es un viaje sensorial que encapsula la esencia del melodrama italiano llevado a sus últimas consecuencias. Es una obra donde Puccini despliega toda su capacidad para combinar la más pura emoción con una escritura musical sofisticada y llena de matices, capaz de llevar al espectador desde la más profunda congoja hasta la risa más sincera. Cada uno de sus cuatro actos está diseñado con precisión milimétrica, ofreciendo un equilibrio perfecto entre personajes, situaciones dramáticas y momentos musicales que, incluso tras más de un siglo desde su estreno, siguen resonando con una potencia conmovedora.
Sin embargo, en este tipo de homenajes, las expectativas siempre son altas. ¿Qué puede aportar una producción del segundo coliseo de la República Argentina, con un elenco que no figura entre las luminarias más mediáticas del firmamento lírico internacional? La respuesta es simple: profesionalismo y verdad. El elenco visto bajo la dirección musical del maestro Carlos Vieu, demostró que no es necesario contar con un Jonas Kaufmann o una Anna Netrebko en escena para que La Bohème sea vibrante y profundamente emotiva. A veces, el verdadero valor de una representación radica en su honestidad interpretativa, en la capacidad de los artistas de conectar con el público desde la sinceridad y la pasión por la música, algo que se sintió profundamente en esta producción.
Un elenco comprometido y una batuta inspirada
El rol de Mimí, uno de los personajes más queridos del repertorio lírico, fue encarnado por María Belén Rivarola, quien ofreció una interpretación que dejó una huella profunda en el público. Desde su primera aparición en escena, Rivarola capturó la esencia de la joven costurera: una mezcla de fragilidad y determinación, de dulzura y dolor. Su voz naturalísima, de amplio aliento y fraseo sincero, resultó perfecta para dar vida a una Mimí a la que dotó de humanidad y vulnerabilidad. El timbre de su voz cargado de matices, llenó la sala con una interpretación que mantuvo al público en vilo desde el primer hasta el último compás. Rivarola supo transmitir no solo el dolor de la enfermedad que consume a Mimí, sino también la alegría de los momentos de amor con Rodolfo, en una actuación vocal y dramática que fue creciendo en intensidad a lo largo de la obra.
Nazareth Aufe, como Rodolfo, fue su compañero ideal en esta travesía emocional. Aufe mostró un dominio vocal envidiable, con un timbre fresco y un fraseo elegante que resaltó en los momentos más líricos de su rol. Su «Che gelida manina», el aria más conocida del personaje, fue interpretada con una mezcla perfecta de pasión juvenil y sutileza, logrando que el público se sumergiera en la emoción del momento sin recurrir a exageraciones. Aufe encarnó a un Rodolfo vibrante, lleno de ardor latino, con una proyección vocal que nunca cedió, ni siquiera en los momentos más demandantes del tercer y cuarto actos. Fue un Rodolfo que hizo del canto su medio de expresión más sincero, logrando una química palpable con la Mimí de Rivarola, y haciendo que su relación en escena se sintiera auténtica y cercana, algo fundamental para que la tragedia del final impactara con la fuerza necesaria.
En el papel de Marcello, el barítono Juan Salvador Trupia entregó una actuación igualmente destacada. Su timbre baritonal, rico y bien proyectado, llenó de color cada una de sus intervenciones. Marcello, el pintor bohemio, es un personaje que requiere de una voz robusta pero capaz de moldearse a los diferentes tonos que la obra demanda, desde la ironía de las disputas con Musetta hasta la desesperación de la pobreza compartida con sus amigos. Trupia fue, en este sentido, un Marcello de grandes contrastes: divertido en sus momentos más ligeros, pero capaz de transmitir una profunda tristeza en las escenas finales. Su actuación en escena también estuvo cargada de una energía que dotó de vida y dinamismo a cada interacción con el resto del elenco.
Eugenia Coronel Bugnon fue la encargada de dar vida a Musetta, uno de los roles más exigentes en cuanto a presencia escénica y vocal. Bugnon no solo cumplió, sino que superó las expectativas. Desde su primera aparición en el famoso Café Momus, donde deslumbra con su coquetería y brillantez vocal, Bugnon demostró un dominio absoluto de su personaje. Pero lo que realmente destacó fue cómo, en el cuarto acto, Musetta se transforma en un personaje más profundo, menos frívolo, y Bugnon supo sacar oro de cada una de sus frases, aportando una interpretación emocionalmente rica y vocalmente impecable.
Los roles de Schaunard y Colline fueron interpretados por Fernando Grassi y Emiliano Bulacios, respectivamente, ambos ofreciendo actuaciones sólidas y bien integradas al conjunto. Grassi mostró su ya conocida versatilidad, mientras que Bulacios, con su voz de bajo , destacó especialmente en su interpretación de «Vecchia zimarra», un momento de gran emotividad que fue recibido con aplausos entusiastas del público.
Mariana Ciofi: Una regista que eleva la producción
La visión escénica de Mariana Ciofi fue otro de los pilares fundamentales de esta producción. Ciofi optó por una propuesta minimalista pero cargada de simbolismo, utilizando imágenes en blanco y negro para evocar una atmósfera que conectaba la ópera con el mundo cinematográfico que, de alguna manera, anticipa la obra de Puccini. Este enfoque permitió que los personajes y las relaciones entre ellos fueran el verdadero centro de atención, evitando distracciones visuales innecesarias y haciendo que la narrativa fluyera con una naturalidad encomiable.
La escena del tercer acto, con la nieve como protagonista, fue uno de los momentos más impactantes visualmente, creando un espacio de desolación que subrayó a la perfección el desencuentro entre los personajes. Ciofi logró un equilibrio entre tradición y modernidad, respetando la esencia de la obra pero aportando un toque fresco y visualmente atractivo que no sobrecargó la acción, sino que la acompañó con elegancia. El uso de simbolismos visuales fue sutil pero efectivo, contribuyendo a una experiencia teatral que se sintió, en muchos momentos, casi cinematográfica.
Un segundo acto lleno de belleza
Uno de los momentos visualmente más impactante de la producción fue el segundo acto, situado en el bullicioso Café Momus. Aquí, el Coro Estable del Teatro Argentino y el Coro de Niños fueron el marco perfecto para completar un cuadro escénico cargado de dinamismo y belleza. La energía y precisión de ambos cuerpos corales aportaron una vivacidad única a la escena, recreando el ambiente festivo y efervescente de la vida parisina con una perfección casi pictórica. Las voces del Coro de Niños (a cargo de Mónica Dagorret) añadieron una capa adicional de encanto y color, mientras que el Coro Estable, dirigido por Santiago Cano , ofreció una actuación cohesionada y potente que elevó aún más la atmósfera de celebración. Las imágenes creadas en este acto, llenas de movimiento y alegría, contrastaron de manera brillante con la desolación de los actos finales, reforzando la narrativa emocional de la ópera.
Carlos Vieu y la Orquesta Estable: El alma musical de la producción
Por último, no podemos dejar de mencionar el trabajo del maestro Carlos Vieu al frente de la Orquesta Estable del Teatro Argentino. Vieu, un director que conoce los entresijos de la música de Puccini, optó por una lectura clara, concisa y llena de dinamismo. Sin caer en excesos, su batuta se movió entre la delicadeza de los momentos más íntimos y la grandiosidad de los pasajes más sinfónicos, manteniendo siempre un perfecto equilibrio entre la orquesta y las voces. La orquesta se convirtió en una auténtica protagonista de la velada, desgranando cada detalle de la partitura con precisión y emotividad. Los colores orquestales, desde las cuerdas sedosas hasta los metales vibrantes, fueron el lienzo perfecto sobre el cual se desplegaron las emociones de los personajes, logrando que cada frase musical resonara con una intensidad que traspasó la sala.
En definitiva, esta producción de La Bohème en el Teatro Argentino de La Plata fue mucho más que un simple homenaje a Puccini. Fue una declaración de amor a la ópera, a la música y al teatro, y un recordatorio de que, incluso en los momentos más difíciles, el arte sigue siendo un refugio para el alma.