Carmen, ópera de Georges Bizet, libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac . Elenco: Francesca Di Sauro (Carmen); Leonardo Caimi (José); Jaquelina Livieri (Micaela); Simon Orfila (Escamillo); Cristian de Marco (Zúñiga); Felipe Carelli (Morales); Laura Polverini (Frasquita); Daniela Prado (Mercedes), etc . Coro de Niños, directora Helna Campos. Coro Estables del Teatro Colón, Director Miguel Martinez. Dirección musical: Kakhi Solomnishvili. Director de escena: Calixto Bieito. Repositor: Yves Lenoir. Función extraordinaria. Teatro Colón. Nuestra opinión:regular
La versión de Carmen de Calixto Bieito, que ya cumple 25 años desde su estreno, ha envejecido peor que un vino barato. La primera vez que vi esta Carmen en el Liceu y luego en la Ópera de París (2012 y 2015), fue una experiencia absolutamente desagradable. Su carácter controversial, lejos de ser una reinterpretación dramática, resultó en un despliegue de provocaciones de mal gusto. Parece que el reloj de la gloria de Bieito se detuvo hace tiempo, y pocas cosas envejecen tan rápido como las producciones teatrales que intentan ser radicales pero se quedan en lo superficial.

Coro Estable del Teatro Colón y solistas. Foto gentileza: Arnaldo Colombaroli, Prensa Teatro Colón
La conexión con Bieito en esta nueva reposición/estreno es practicamente inexistente. Los involucrados claramente preferirían estar trabajando en una nueva producción, y eso se nota. Los decorados y vestuarios, otrora frescos y desafiantes, ahora lucen más rancios que un pan de hace semanas. El enfoque general es un despropósito, encajando torpemente con el radicalismo light de Bieito, quien parece haberse suavizado, pero no lo suficiente para dejar de ser irritante.
La producción carece de sentido, más allá de uniformes que insinúan los últimos días de la España franquista. La violencia, omnipresente y sin motivo, presenta simplemente a un grupo de personas desagradables, incluido Don José. Este enfoque no esclarece nada y más bien oscurece la narrativa. La idea de “España” como una recreación perpetua y degenerante ha sido reemplazada por una aceptación de la cursilería y vulgaridad turística, elementos que Bieito solía criticar. Esta Carmen parece más apta para un teatro comercial de Avenida Corrientes que para el Primer Coliseo Oficial de la República Argentina.

Francesca Di Sauro (Carmen). Foto gentileza: Arnaldo Colombaroli, Prensa Teatro Colón
A pesar de todo, el ballet del cuarto acto mantiene su fuerza y mordacidad. La toxicidad de la masculinidad persiste, impactando en escenas como cuando Don José golpea a Micaela y luego asesina brutalmente a Carmen. Sin embargo, Carmen y Don José son más que esta violencia simplista. Personalmente, el uso provocativo de la bandera, símbolo de una nación, en esta ocasión España , me pareció completamente fuera de lugar, como cualquier uso humillante de símbolos patrios con fines provocativos.
Traer tres protagonistas extranjeros carentes de calidad vocal para los roles de Carmen, Don José y Escamillo resulta un sinsentido cuando en Argentina contamos con un semillero de voces talentosas. En esta producción, los argentinos brillaron con luz propia, destacando la soberbia y brillante Micaela de Jaqueline Livieri y los coprimarios, junto a los cuerpos estables de nuestro teatro.

Jaquelina Livieri (Micaela), Leonardo Caimi (Don José). Foto gentileza: Arnaldo Colombaroli, Prensa Teatro Colón
¿Por qué se eligió a un director cuya batuta jugó en todo momento en contra del brillo de una partitura que debería ser como un champagne burbujeante y que, en este caso, se sirvió en una copa sin gas? Las actuaciones no hicieron más que sumar a la mediocridad general. Leonardo Caimi, como Don José, careció de la fuerza vocal y dramatismo necesarios, con una dicción francesa deplorable. Francesca Di Sauro, como Carmen, mejoró a lo largo de la noche, aunque su «fiamma» italiana la llevó a excesos escénicos; su centro vocal desparejo y carente de volumen hizo que su voz quedase en el escenario y no corriera en la sala, un debut que pasa sin pena ni gloria. Simon Orfila, como Escamillo, mostró una interpretación escénica carismática pero vocalmente irregular, llegando a una punzante voz caprina. Jaqueline Livieri, como Micaela, brilló vocalmente en todas sus intervenciones, siendo el final del tercer acto el momento más aplaudido de la noche, demostrando una interpretación lograda y agradecida por el público.
Los demás intérpretes, como Cristian De Marco en el rol de Zúñiga, Felipe Carelli como Moralès, Laura Polverini y Daniela Prado como Frasquita y Mercédès, ofrecieron actuaciones convincentes en sus papeles secundarios, lo cual demostró que nuestros cantantes brillaron más que los «internacionales». Aquí surge la pregunta: ¿qué sentido tiene traer, en una situación de crisis de nuestra Patria, a figuras extranjeras, cuando aquí tenemos el Instituto del Teatro Colón y diversos conservatorios que poseen semilleros de voces excepcionales?
La partitura de Bizet, dirigida por Kakhi Solomnishvili, recibió una interpretación decente, pero fue notoria la carencia en su batuta de marcar matices. Los eximios maestros que forman la Orquesta Estable no pudieron dejar de sonar en contra de una partitura brillante y delineada como filigrana en climas de Bizet. El Coro Estable, dirigido por Miguel Martinez, y el de niños, bajo la supervisión de Helena Cánepa, fueron lo más destacado en relación a la paupérrima versión vista.
En resumen, Calixto Bieito, el » Tarantino de la ópera», debutó en el Teatro Colón con una parodia de mal gusto de Carmen de Bizet. Aunque ha recibido elogios en Europa y EE. UU., intercambia clichés por otros igualmente trillados. La violencia sádica y la provocación gratuita resultan perturbadoras, y la elección de los intérpretes no ayudaron a elevar la producción. A pesar del esfuerzo de los solistas locales y cuerpos estables, la producción no convenció en absoluto.
*** Merece recordarse cuando la Orquesta Estable, el Coro y los Solistas del Teatro Colón, en una entrega rotunda, llena de excelencia y jerarquía, brillaron con Carmen en tierras del Sultanato de Omán. Fui partícipe de todas las funciones que brindaron en la Ópera de Mascate, invitado por el Sultanato. Fue en el 2019, pero claro, ustedes dirán que eran otros tiempos. No, mis amigos, era jerarquía: Elena Maximova, José Cura, Anita Hartig, George Petean, con la dirección de Antonello Allemandi y la regie del ganador del Oscar Gianni Quaranta. Y todo esto en un ambiente árabe, con la censura inherente, pero en una producción tradicional, con hasta los caballos en la plaza de toros sobre el escenario… Pero claro, esa es otra historia…



