Era una tarde de marzo de 2025 cuando decidí desviarme de los típicos lugares turísticos en Piriápolis. Había oído hablar de la iglesia desacralizada de Francisco Piria, un lugar que no brilla en los folletos pero que despierta susurros entre los locales. Con el cielo cubierto de nubes grises y una brisa salada en el aire, tomé la ruta 37, dejando atrás el bullicio del balneario.

Mi GPS no fue de mucha ayuda; Tuve que guiarme por las indicaciones vagas de un pescador: “Busca el sendero entre los pinos, no tiene cartel”. Y así lo hice.Tras unos minutos de camino polvoriento, la vi. La iglesia emergió entre la vegetación como una aparición: muros de piedra erosionados, agujeros donde alguna vez pudieron estar vitrales y una torre rematada por un rosetón de ocho pétalos que parecía observarme. No era imponente como las grandes catedrales; Era algo más íntimo, más extraño, como un secreto a medio contar. Francisco Piria, el fundador de Piriápolis y un hombre fascinado por la alquimia, la había soñado como un templo único, dicen que para capturar la luz del solsticio en un ritual que nunca se concretó.

La Iglesia Católica lo rechazó, y desde entonces quedó allí, atrapada en un limbo entre lo sagrado y lo abandonado.Me acerqué con pasos cuidadosos, el pasto crujiendo bajo mis botas. El silencio era denso, roto solo por el viento que silbaba entre las vigas rotas. Las sombras en el suelo parecían moverse más de lo que deberían, y por un instante me pareció escuchar un murmullo, como si el lugar guardara ecos de otro tiempo. Entré por la puerta principal —o lo que quedaba de ella—, una abertura oscura que me recibió con un aire frío y un olor a madera húmeda mezclada con algo indefinible, casi metálico.Dentro, la luz se filtraba en rayos polvorientos, iluminando un suelo cubierto de escombros. VI restos de lo que parecía un viejo depósito de leña. Entonces, algo llamó mi atención: una piedra pequeña, medio enterrada, con símbolos tallados que no reconocí.



La levanté, y un escalofrío me recorrió. ¿Era una reliquia de las obsesiones alquímicas de Piria? ¿O solo una pieza perdida del pasado? La guardé en mi mochila, sintiendo que el lugar me evaluaba.De pronto, un crujido seco resonó desde el fondo, donde las sombras eran más densas. Giré la luz hacia allí, pero solo vi paredes desnudas. Mi pulso se aceleró. Las leyendas hablan de presencias, de algo que quedó atrapado en la voluntad de Piria, un hombre que desafió las fronteras entre lo humano y lo místico. No soy de los que creen en fantasmas, pero decidí que ya había visto suficiente. Salí con la piedra en mi mochila y una sensación de inquietud que no podía sacarme de encima.Esa noche, en mi cuarto con vista al mar, revisé mi hallazgo. Bajo la lámpara, los símbolos parecían más nítidos, casi cambiantes. Soñé con una luz dorada atravesando el rosetón, cayendo sobre un altar donde algo —o alguien— me miraba desde la penumbra. Al despertar, la piedra seguía allí, muda pero cargada de preguntas.Visitar la iglesia de Piria no es para todos. No hay guías ni souvenires, solo el peso de lo que fue y lo que pudo haber sido. Si vas, ve con sol a pleno y una mente abierta. Puede que encuentres más que ruinas; Puede que el misterio te siga a casa…