Piriapolis, Marzo 2025.
Hay algo en Laura Canoura que las palabras no alcanzan a abrazar. Es como querer detener un río con las manos: se desliza, te empapa, te arrastra. No estoy aquí para atraparla, sino para abrirle la puerta de par en par, para que vos, que me lees con el corazón en vilo, sientas el temblor de su voz, el peso de sus silencios, el aleteo de su mariposa. Laura es un torbellino suave: canta, interpreta, hace que las palabras corten como cuchillos y luego curen como un bálsamo. Es la poeta del alma, una uruguaya que le canta al instante, a la vida que renace cuando todo parece perdido. Y yo, que la miro con los ojos nublados, sé que su garganta guarda un milagro: hacer que del dolor brote vida, que del abismo nazca un amanecer.
Apostilla 1. La raíz que me quiebra
Laura me fija la mirada, y juro que en sus ojos veo el Montevideo de sus días pequeños, el eco de una infancia que me parte en dos. “Mi viejo era un silencio con piernas”, me dice, y yo lo imagino entrando por la puerta, las manos rotas de trabajo, los ojos hundidos en un cansancio que nunca explicó. “De él aprendí a hablar callando”, murmura, y su voz me atraviesa como un recuerdo que no es mío pero me duele igual. Luego está su madre, un vendaval de vida, poniendo discos de Gardel mientras el mate humeaba y la casa se llenaba de tango y candombe. “Ella me dio la música, me la metió en las venas”, dice con una sonrisa que tiembla, y cuando suena La Mariposa Monarca, siento que les canta a ellos, a esas raíces que la anclan y me destrozan. Mi alma se estremece: Laura me hace suya sin pedírmelo.
Apostilla 2. El corazón en carne viva
El aire se detiene cuando Laura me suelta: “Cantar es arrancarme la piel, ¿sabés?”. Su voz, esa que ha cruzado tormentas y décadas, me golpea como un relámpago, y yo me quedo mudo, con el corazón en la garganta. Me lleva a esa niña que fue, creciendo entre los silencios pesados de su padre y las risas rotas de su madre en una casa humilde de Villa Muñoz. A los 20, con una guitarra que no era suya y un fuego que le quemaba el pecho, ya cantaba en bares oscuros. Me habla de Rumbo, de los 70, de la dictadura que les robaba el aire. “Cantábamos sin saber si amanecíamos vivos”, dice, y su voz se quiebra un instante, como si aún oliera el miedo. Pero su público la abrazó, la hizo faro en la niebla, y ella lo sintió en cada mirada, en cada aplauso que era un grito ahogado. Me miro en sus ojos y lloro por dentro: Laura es un alma desnuda, y yo no sé cómo sostener tanto.
Apostilla 3. Uruguay en cada herida
Hablar con Laura es pisar su tierra con el corazón descalzo. “Uruguay es chiquito, pero me late en el pecho como un tambor”, me dice, y su risa se rompe en un sollozo que no llega a salir. En La Mariposa Monarca hay un amor que duele, un amor por ese país de ríos quietos y silencios que gritan, por esa Montevideo que la parió y la vio sangrar. Escucho Para abrir la noche y cada nota me corta: es su suelo, su gente, un abrazo que me envuelve y me desarma. “Es mi deuda y mi refugio”, susurra, y yo siento que su Uruguay me abraza también, aunque duela.
4. El espejo que me salva
“Subirme al escenario es encontrarme con ellos, con los que me sostienen”, dice Laura, y su voz se quiebra de pura emoción, como si hablara de un amor que no explica. No es solo cantar: es un pacto sagrado, un latido compartido. Me lleva a los días de Rumbo, cuando su gente llegaba con el alma hambrienta, buscando un pedazo de luz, y a este presente con La Mariposa Monarca, donde los ve más calmos pero igual de eternos. “Son mi patria viva, mi respiración”, me confiesa, y yo, con los ojos húmedos, entiendo que ella no canta sola: canta con ellos, para ellos, por ellos. Son su espejo, su fuerza, y yo me miro en esa entrega y me pierdo de tanto sentir.
Apostilla 5. La mariposa que me lleva
A días de soltar La Mariposa Monarca, Laura está quieta, pero su mirada arde como un incendio que no se apaga. “Este disco me arrancó pedazos, pero me dio alas”, me dice, y yo veo a esa muchacha de pelo suelto y corazón desbocado que empezó cantando en bares, con la vida por delante y el alma en la voz. Su familia, su público, su Uruguay: todo está ahí, en esas canciones que parecen frágiles pero me levantan el espíritu. A sus jovenes años de adultez, Laura es esa mariposa: delicada, pero imposible de quebrar. “Soy yo, pero también son ellos”, dice, y juro que por un segundo me abraza con sus palabras, me hace parte de su vuelo. No busca nada, y lo tiene todo. No corre tras la eternidad, pero ya me la grabó en el alma. Y yo, roto y vivo, lloro mientras la escucho.
Cuando cierro la entrevista «on line» con Laura Canoura siento el impacto, con su voz clavada en el pecho como un puñal dulce. No la entrevisté: me dejé arrasar por ella. Y vos, que me lees con el corazón en las manos, ¿te animás a sentirla? Porque cuando lo hagas, te va a pasar lo mismo: su canto no solo suena, te abraza, te rompe,te hace…