Autor y director: Matías Feldman. Intérpretes: Carla Peterson, Marco Antonio Caponi, Nicolás García Hume, Diego Cremonesi, Emilia Claudeville y Juan Isola. Vestuario: Mariana Seropian. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estevez. Iluminación: Ricardo Sica. Sala: Paseo La Plaza (Corrientes 1660). Funciones: martes 20,15. Nuestra calificación: excelente
En un Buenos Aires donde las pantallas ya no solo cuelgan de las paredes sino que se infiltran en las córneas, «Reverso» aterriza en el Paseo La Plaza como un grito que se niega a ser silenciado por el zumbido constante del metaverso. Matías Feldman, con la precisión de quien conoce los bordes del abismo, ha creado una obra que no solo entretiene, sino que clava una estaca en el suelo de una realidad que se nos escapa entre los dedos. Estamos en 2025, pero el aire huele a un futuro donde lo virtual amenaza con tragarse lo último que nos queda de humanos.
Carla Peterson da vida a Teresa —o Tes, como prefiere llamarse cuando el peso de su nombre real la aplasta— con una intensidad que quema. No es solo una actriz en escena; es una mujer que podría ser cualquiera de nosotros, atrapada en un ciclo de traumas que no nombra pero que todos sentimos. Su refugio es el metaverso, un lienzo donde pinta personajes excéntricos con la urgencia de quien teme que el silencio la devore. Y funciona: cada invención absurda, cada giro descabellado, nos arrastra con ella, no como espectadores pasivos, sino como testigos de su lucha por no desaparecer.
Marco Antonio Caponi, en el rol del amigo que la ama y la confronta, es el cable a tierra que esta distopía incipiente necesita. Su elección de amar a otro hombre no es un adorno progresista, sino un desafío a un mundo que empieza a preferir algoritmos a emociones. Cuando intenta sacar a Tes de su fantasía virtual, no lo hace con sermones, sino con una humanidad cruda que sabe a café fuerte después de demasiadas noches en vela. Es el recordatorio de que, incluso cuando la realidad se enfría como un plato de lentejas olvidado, sigue siendo lo único que podemos tocar.
Feldman, que ya ha jugado con los límites en su proyecto Pruebas, trae esa audacia al teatro comercial sin pedir permiso. Los avatares que habitan «Reverso» —con sus movimientos exagerados y sus diálogos que rozan lo delirante— podrían parecer un tropiezo en manos menos hábiles, pero aquí son un acierto. Lo que empieza como caos se transforma en una especie de claridad extraña, como si alguien hubiera ajustado el enfoque de una cámara borrosa. Emilia Claudeville y Nicolás García Hume, guiados por su dirección impecable, tejen el absurdo y lo real con una naturalidad que desarma, mientras Juan Isola irrumpe como una ráfaga de humor negro, un espejo de nuestras contradicciones que nos hace reír aunque duela.
La obra se ríe en la cara del snobismo porteño, esa clase que tiene plata para drones pero no para sentimientos, y lo hace con una ironía que no necesita alzar la voz para cortar profundo. Teresa, rechazando a Marcos (Diego Cremonesi, sólido como un faro en la tormenta), no es una villana ni una víctima; es un reflejo de esa ansiedad que nos empuja a todos hacia pantallas que prometen salvación pero solo entregan repetición. Y sin embargo, «Reverso» no se hunde en la crítica fácil: nos da un final que ilumina, que nos saca del teatro con algo parecido a la esperanza.
En este 2025 donde el metaverso ya no es ciencia ficción sino una app más en el celular, «Reverso» es un antídoto. Las actuaciones, con su energía casi palpable, no son artificio, sino vida pura. Feldman nos tiende un espejo que no miente: estamos aquí, tambaleándonos entre lo virtual y lo real, y esta obra nos da permiso para reír, para sentir, para seguir peleando. No es solo teatro; es un manual de supervivencia disfrazado de arte, y salir de la sala es como encender una linterna en un apagón que no sabíamos que estaba ocurriendo.