Cuando Puccini murió en 1924, sólo dejó bocetos para el final de su ópera “Turandot”. Se propuso y rechazó un desfile de destacados compositores italianos antes de que finalmente se eligiera a Franco Alfano para completarlo.
Incluso si no fuera la primera opción, la selección de Alfano tenía mucho sentido. En 1921, había tenido éxito con “La Leggenda di Sakùntala”, que, al igual que “Turandot”, tenía una ambientación asiática exótica, una música rica en colores y un final que bordeaba la tragedia antes de pasar a una transfiguración dichosa.
Se creía que la partitura de Alfano había sido destruida durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que la reconstruyó de memoria y la retituló simplemente “Sakùntala”, y se estrenó en 1952
Basada en una historia de “El Mahabharata”, la ópera se centra en Sakùntala, una joven tímida que se cría entre ermitaños en la India. Un rey declara su pasión por ella, pero uno de los ermitaños la maldice (por la débil razón de que ella no está presente para abrirle una puerta) para que su amante real la olvide. Si bien ella se suicidó cuando el rey la recuerda, su bebé recién nacido es rescatado en el último minuto.
Alfano escribió música densamente perfumada para esta trama densamente perfumada. Sin pausas para aplausos, cada uno de los tres actos avanza en lánguidas exhalaciones que recuerdan a Debussy y Ravel, mientras que las disonancias de la partitura, suntuosas más que severas, suenan como el Strauss de la década de 1910 (“Der Rosenkavalier”, “Ariadne auf Naxos”).
