El tan esperado primer episodio de la nueva producción holandesa Máxima nos deja con la clara sensación de haber visto algo antes. Como no podía ser de otra manera, la serie abre con una escena que se repite en el final: una intensa discusión entre Máxima y Guillermo sobre la polémica exclusión de Jorge Zorreguieta de su boda. Este intento de drama, que busca emular la tensión real de aquellos días, más parece una estrategia para enganchar a un público que busca en vano un reflejo de la realidad. Desde este momento, la serie nos lleva a un viaje por la vida de una de las reinas más queridas de Europa y su esposo holandés, con la promesa de ser «el próximo The Crown«. Sin embargo, a pesar de sus intenciones, Máxima se queda en una interpretación superficial que no logra profundizar en la complejidad de los personajes que pretende retratar.
Lo que la serie pretende hacer es centrarse en Máxima como persona, utilizando flashbacks para recordarnos su infancia y juventud, antes de su entrada en la nobleza holandesa. Sin embargo, ¿qué realmente nos dice este enfoque? Poco o nada que no sepamos ya. Los eventos significativos que marcaron a la reina de Holanda se muestran sin apenas rascar la superficie, dejando de lado cualquier oportunidad de explorar cómo estos momentos la moldearon como figura pública y persona. En lugar de eso, la serie opta por una visión edulcorada y romántica, donde el realismo y la crítica se sacrifican en el altar de la narrativa comercial.
La serie juega con la ambigüedad entre realidad y ficción, algo que ya hemos visto en otras producciones como The Crown. Pero mientras que la serie británica se esfuerza por ofrecer un equilibrio entre ambos elementos, Máxima se decanta por una narración que parece más interesada en entretener que en informar. Los actores, eso sí, hacen un trabajo notable al parecerse físicamente a los personajes reales, aunque esto no logra compensar la falta de profundidad en sus interpretaciones. Las escenas entre Martijn Lakemeier (Guillermo Alejandro) y Delfina Chaves (Máxima) están cargadas de una química palpable, al punto que resulta fácil olvidar que se trata de la representación de la familia real. Las escenas íntimas, aunque apasionadas, a veces cruzan la línea de lo incómodo, recordándonos que estamos viendo a los monarcas actuales en situaciones que difícilmente se imaginarían en la realidad. Los episodios, salpicados con música de Krezip y un tono que oscila entre lo serio y lo cómico, presentan una versión de la familia real holandesa que poco tiene que ver con la realidad.
En resumen, Máxima es un producto diseñado para entretener, no para informar. Con la segunda temporada ya confirmada, queda claro que los creadores confían en el éxito de esta fórmula. A fin de cuentas, lo que nos deja es una serie más interesada en el brillo superficial que en explorar la complejidad de su protagonista