LA MUERTE y LA DONCELLA” de Ariel Dorfman , un texto movilizante para una realidad con heridas abiertas

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Sala Oreste Caviglia (Teatro Nacional Cervantes)

Elenco:

Marcela Ferradás, Horacio Peña, Carlos Santamaría

Producción TNC: Yamila Rabinovich
Producción en gira TNC: Marcelo Dorto
Fotografía TNC: Mauricio Cáceres / Gustavo Gorrini
Diseño gráfico: Verónica Duh / Ana Dulce Collados
Asistente de dirección: Marcelo Mendez
Música: Adrián Odriozola
Iluminación: Marco Pastorino
Escenografía y vestuario: Daniela Taiana
DIRECCION: Javier Margulis

Nuestra calificación: EXCELENTE

Por Lilian Fleitas

Cuando Ariel Dorfman estrenó La muerte y la doncella en Chile, en 1990, tuvo escaso éxito. El país recién recobraba las estructuras democráticas tras casi dos décadas de dictadura. El trágico tema de los desaparecidos, los asesinados, los presos políticos y los exiliados estaba demasiado fresco en la conciencia nacional. A fines de 1991, el escritor y dramaturgo chileno la estrenó en una sala independiente de Nueva York y al año siguiente debutó en Broadway con un éxito notable y con el protagonismo de Glenn Close, Gene Hackman y Richard Dreyfuss. De allí comenzó su representación en otras ciudades del mundo. En 1994 Roman Polanski convirtió la pieza teatral en un notable film sobre la brutalidad de los regímenes autoritarios y sus repercusiones en sus víctimas y victimarios, con el protagonismo de Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson. Finalmente, esta dolorosa reflexión sobre la arrolladora presencia de la venganza y la necesidad impostergable del perdón .

Dorfman (Buenos Aires, 1942) es un autor nacionalizado chileno muy prolífico que ha transitado las rutas del ensayo, la novela y el drama teatral desde posiciones muy radicales y altamente ideologizadas hasta recientes posturas más amplias y comprensivas de la naturaleza humana. Tras el golpe de Estado contra Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, vivió exilado en Europa y Estados Unidos donde labró una carrera muy prolífica como autor y como profesor universitario. Después del plebiscito que sustrajo del poder a Augusto Pinochet, regresó a Chile, en 1990, y planteó el conflicto de la reconciliación en La muerte y la doncella, un texto que colocó el dedo en la herida abierta. Un tema que inicialmente encontró resistencia pero luego fue incorporado como parte integral de la transición chilena.

El montaje de Margulis conserva los rasgos básicos del texto original y apenas cambia algunos detalles. En su adaptación, Paulina Escobar es una mujer de mediana edad que años antes había sido torturada y violada por los esbirros del régimen. Es la esposa de Gerardo Escobar, un abogado que ha adquirido importancia en la defensa de los derechos humanos y quien ha recibido la propuesta del nuevo Presidente de la República de liderar la comisión que investigará los actos represivos del anterior gobierno. Una noche un accidente obliga a su marido a traer a casa a un desconocido, el doctor Miranda, a quien Paulina cree reconocer como uno de los torturadores de la dictadura. Ella nunca ha visto su rostro pero recuerda su olor el sonido de su voz y, sobre todo, el Cuarteto para cuerda, nº 14 en re menor, D. 810, de Franz Schubert, más conocido como La muerte y la doncella, la música que utilizaba cuando la torturaban. Paulina lo hace prisionero en contra de la opinión de su esposo, y lo interroga en busca de una confesión que vendrá de manera sorprendente. Tres personajes prisioneros de sus dudas y angustias. La víctima, el sospechoso y quien debe impulsar la justicia.

El director Margulis llevó al extremo el espacio escénico y redujo en un pequeño ambiente con un sillon y dos laterales con solamente una silla te las distintas situaciones que evolucionan, desde la búsqueda de la verdad en materia de derechos humanos hasta la condena final más allá del sistema de justicia. Este desarrollo dramático no sólo se sustenta en un sólido texto y en un montaje muy sobrio y preciso sino también en un trabajo interpretativo que moviliza la trama y descubre facetas de sus personajes. Al principio Ferradas, Santamaría y Peña parecen dudar ante la definición de cada ser humano pero a medida que entran en calor se apropian cabalmente de sus personalidades y experiencias más íntimas. Alzan la voz cuando tienen que hacerlo o casi susurran cuando el texto se los pide. La interrelación que tejen entre sí conduce a un final políticamente incorrecto pero humanamente inevitable.

La muerte y la doncella es una de las mejores opciones de la cartelera teatral porteña. Un magnífico texto, una dirección acertada y unas actuaciones sobresalientes constituyen el trípode de su puesta en escena. Representa un pequeño lunar de calidad en un panorama dominado por el teatro comercial y los ya agotados monólogos.

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