La etiqueta Victoriana y los perros…

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En la época victoriana, los libros de etiqueta ofrecían consejos minuciosos sobre la conducta adecuada durante las visitas. Aunque algunas pautas variaban, un aspecto se mantenía constante: llevar a tu perro contigo cuando visitaras a un amigo o conocido era considerado un comportamiento inapropiado. En su obra «Etiqueta y guía para la verdadera cortesía» de 1866, Arthur Martin destacaba que «los perros queridos nunca son bienvenidos en el salón. Deben ser vigilados para evitar que salten sobre sillas o sofás, o que se posen en un vestido de mujer, pues tal atención resulta completamente inadecuada».

Esta prohibición de ingresar con perros a la sala de estar se mantuvo firme durante la era victoriana, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. En su libro «Reglas de etiqueta y cultura doméstica» de 1893, la Sra. Walter Houghton aconsejaba: «Nunca se debe llevar niños o mascotas, ya que podrían resultar molestos para algunas personas». Pero, ¿qué debía hacer un visitante si el anfitrión tenía un perro? Afortunadamente, también existían consejos para este escenario. El invitado «nunca debía criticar el clima ni al perro de la familia». Georgina Benham, en su obra «Polite Life and Etiquette» publicada en 1891, iba un paso más allá al sugerir no solo evitar críticas, sino también hacer amistad con las mascotas: «No debe avergonzarse de entablar amistad con ninguna mascota. Sería grosero, insensato, débil y humillante reprender a un pobre perro, vaca o caballo…».

Fragmento: Victoria y Albert con sus perros, artista Edwin Henry Landseer

Sin embargo, es importante destacar que los manuales de etiqueta de la época no especificaban claramente si estos consejos aplicaban a los perros pequeños que una dama pudiese llevar en brazos. Tras una investigación más profunda, se concluye que estos consejos se dirigían principalmente a perros grandes. No obstante, esto no implica que los perros pequeños fueran completamente bienvenidos en el salón de sus dueños, ya que también podían resultar igual de molestos que sus contrapartes más grandes.

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