Marco Bellocchio sacude la gran pantalla con “La conversión”. Ambientada en la Bolonia del siglo XIX, la película sumerge al espectador en el dramático secuestro de Edgardo Mortara, un niño judío arrebatado de los brazos de su familia para ser criado en la fe católica por orden del papa Pío IX. Basada en la obra literaria de Daniele Scalise y con guion coescrito por Susanna Nicchiarelli, “Rapito” es un viaje al corazón de una de las controversias más conmovedoras de la historia italiana.
Bellocchio, conocido por su enfoque crítico y laico, teje una narrativa que fusiona lo personal con lo político, exponiendo una flagrante injusticia y el abuso de autoridad del último “papa rey”. La película retrata la resistencia de Pío IX ante la emergencia de un estado italiano moderno y laico, y cómo, bajo la excusa de un bautismo secreto, el niño es arrancado de su hogar y llevado a Roma para ser moldeado por la doctrina católica. La lucha de sus padres por recuperarlo y la repercusión internacional del caso, con figuras como Napoleón III manifestando su repudio, son capturadas con intensidad en la pantalla.
“La conversión” no solo es una crítica a la colusión entre la Iglesia y el poder político, sino también una reflexión sobre el antisemitismo y la manipulación de la fe. La película, con su estética de claroscuro y una banda sonora que intensifica cada momento, presenta una serie de escenas memorables que desafían al espectador, incluyendo la imagen del papa Pío IX en una humillante ascensión por las “escaleras sagradas” y un Edgardo adulto, convertido en ferviente cristiano, que lo confronta.
En un acto simbólico de liberación, Edgardo desclava a Jesús de la cruz, una escena que resuena con la liberación utópica de Aldo Moro en la filmografía de Bellocchio. “La conversión” no solo cumple con las expectativas sino que también plantea preguntas incómodas sobre el poder eclesiástico y su influencia en la sociedad.
Con “La conversión”, Bellocchio ofrece una visión audaz y sin concesiones de la historia, una que resonará con el público mucho tiempo después de que las luces del cine se apaguen.