Dirección: Daniel Marcove – Asistencia de dirección: Marta Barnils Elenco: Marcos Woisnky, Junior Pisanu, Gabriel Nicola, Mariano Engel, Amanda Bond, Alejo Mango, Nacho Stamati, Sebastian Dartayete, Camila Truyol, Lucas Matey, Toto Salinas, Beni Gentilini, Arnoldo Tytelman. Diseño de vestuario: Daniela Taiana; Diseño de escenografía: Héctor Calmet; Diseño de luces: Miguel Morales; Realización de escenogracía: Rina Gabe; Música original: Sergio Vainikoff; Diseño gráfico: Nahuel Lamoglia; Prensa: Mutuverría PR; Produción ejecutiva: Alberto Teper, Mauro J. Pérez. Teatro: El Tinglado (Mario Braaavo 948) – Funciones: sábado 20 hs – domingos 18 hs Nuestra calificación: excelente
Una producción que pese a la sencillez en la escenografía (en contraste con la riqueza del vestuario) no impacta menos en atmósfera, caracterización y dramaturgia.
La reconstrucción del conglomerado irrepetible de brillantes y enormes talentos intelectuales y artísticos de la Viena de comienzos de siglo XX es atractiva y deslumbrante; sin embargo, el brillo incandescente se ve subtendido por los oscuros presentimientos que no tardarán en sepultar bajo su estruendo todo rastro humano de arte, cultura, educación, ciencia, tecnología. Como anuncia con entera exactitud el pequeño programa de mano, “las referencias son históricas pero lo que trasuntan son presagios de asombrosa actualidad, tan válidos para la Argentina de hoy como para el mundo…”
Y exactamente así será. Desfilan por la escena, en dos oportunidades, 1913 y veinte años después, rostros que supieron iluminar al mundo, también con sus conflictos, pasiones, arrebatos, traiciones, engaños y decepciones amargas, acompañando acompasadamente su desatada creatividad. Se presentan en las sencillas sillas de mimbre del café Alma Mahler, Oskar Kokoschka (se menciona el torbellino de ambos amantes plasmados en “La Novia del Viento”, hoy en el Museo de Arte de Basilea, un amor que fuera llevado al cine por Dieter Berner), Adele Bloch-Bauer (la “Mona Lisa austríaca”, retratada por Gustav Klimt en dos oportunidades; uno de dichos cuadros se encuentran en la Neue Galerie de New York), Peter Altenberg (cuyos versos fueran musicalizados por Alban Berg), Alfred Adler (el “socialista”, luego de su rencilla inconciliable con el psicoanálisis), el feroz periodista satírico Karl Kraus (primero interesado, luego descalificador del descubrimiento del Inconsciente), Stefan Zweig (que menciona su colaboración con Richard Strauss, que hubiera de ser eliminada en 1935 para resurgir sólo en posguerra), el filósofo Ludwig Wittgenstein, Trotzky, Tito, Stalin, un anónimo marido que escolta cobardemente a una vehemente prostituta, el mismo Sigmund Freud, y un suicida en acto de protesta… conducidos y orquestados por el jefe de los camareros, al que todos se dirigen con un elegante “Herr Ober”, entre el auténtico café vienés y la célebre “Sachertorte”. Y un diminuto, desconocido acuarelista que sin cesar profiere vituperios y exabruptos minimizado y desechado por todos, ciegos desconocedores – el descubridor y certero teorizador del Inconsciente no lo es menos – de la fatal sombra de destrucción y ruina que el entonces ignorado, luego mortífero y poderoso, será capaz de arrojar sobre todo el esplendor, anticipada ya por quienes aprovecharán y harán botín de la catástrofe por venir. Y precisamente allí estará la admonición subterránea que concluye y deshace, destruye el centelleo fulgurante del luminoso primer plano.
El numeroso elenco, con figuras de todas las edades y espléndidamente caracterizados, se desenvuelve e interactúa con máxima precisión, como una aceitada máquina que no permite que un solo minuto pase inadvertido. El numeroso público no puede menos que agradecer con una ovación el valioso y excepcional trabajo conjunto de autor, director e intérpretes, tan atractivo como indispensable advertencia en momentos en que el mundo parece destinado a la inevitable compulsión a la repetición.