La Bohème, Puccini – una noche en donde las mujeres dieron triunfo en el MET

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A los 40 años del estreno de la célebre producción de Franco Zefirelli, volvió a escena mostrando nuevamente la eficacia dramática del texto y la música, pero que choca en el asombroso bullicio de la escena del Café Momus del Acto II. El elenco se ve empequeñecido por el caos que se arremolina en el escenario en una escena descrita en el libreto como una «multitud vasta y heterogénea de ciudadanos, soldados, sirvientas, niños, estudiantes, costureras, gendarmes, etc.»

Hay un elemento de «¿Dónde está Wally?» al ver a los cantantes principales mezclarse con la multitud, sus voces compitiendo con la miríada de actividades que se desarrollan a su alrededor. Pero los espléndidos decorados (que requieren largos intermedios para montarse) y la gran cantidad de extras en el escenario provocan invariablemente aplausos y gritos de admiración cuando se levanta el telón.

La soprano rumana Anita Hartig, trajo el tipo de sonido brillante y melifluo que hace que la escritura de Puccini se ilumine. Un vibrato firme y uniforme, un tono cálido, junto con frases esculpidas, hicieron de la actuación de Hartig el punto brillante de la noche. Su actuación fue cautivadora de principio a fin, sobre todo en un “Mi chiamano Mimì” que fue a la vez íntimo, cantado con inocencia y pasión. Hartig mostró una fuerza dramática fuerte, que transmitióla sensación del espíritu vibrante y alegre que lucha contra la fatiga opresiva de su enfermedad.

Federica Lombardi, mostró una voz rica, oscura pero ágil en su interpretación del Vals de Musetta. Se lanzó a la escena, jugando libremente con el tiempo y las frases, deleitándose con su picardía. 

Charles Castronovo nunca pareció sentirse cómodo en su Rodolfo. Era creíble como un hombre que desperdicia su oportunidad con la linda vecina de abajo al mostrarse demasiado fuerte la primera vez que la conoce, pero no es así como funciona esta ópera.  El pánico desesperado de sus últimas líneas habladas y sus gritos de «¡Mimì!» mientras su amor agonizaba perdió su fuerza como resultado, lo cual dio un nivel emocional en el resto de sobreactuación. Vocalmente, su amplio volumen lleno la sala inmediatamente, pero su sonido tenía un toque duro, al menos al principio. “Che gelida manina” no poseyó ningún tipo de ternura, y cuando se fue a su zona alta termino calando. Castronovo logro un sonido más completo recién en el tercer acto, pero estuvo repetidamente fuera de sincronía con la directora Eun Sun Kim.

Kim mantuvo firme al conjunto orquestal, al tiempo que resaltaba las ricas caracterizaciones musicales de la partitura de Puccini. Las texturas ricas y cremosas salieron del foso durante toda la noche, brindando a su vez un excelente apoyo a Hartig en su delicada escena de muerte.

Artur Ruciński presentó una cualidad áspera en él como Marcello, pero con un tono de peso y robustez que encajaba con el pintor noble, aunque emocionalmente delicado. Tenía una fuerte conexión con la Musetta de Lombardi, echando “humos de celos” mientras ella se paseaba por la taberna en el segundo acto, pero sucumbiendo alegremente a su pasión al final. Como Schaunard, Alexander Birch Elliott cantó con una voz terrenal tersa, aunque ligeramente pequeña, lo cual le sirvió para tomar la iniciativa en las escenas grupales.

Ryan Speedo Green aportó tonalidades oscuras con un toque de buffo al papel de Colline, cantando una “Vecchia zimarra” que le resultó sencilla, como tierna en tessitura Donald Maxwell presentó un sonido áspero, pero hizo un buen giro cómico como el lujurioso casero Benoit y el torpe aristócrata Alcindoro.

Una función de Bohème clásica, con dos voces femeninas riquísimas en un marco histórico que remarca la grandeza cinematográfica de Franco Zeffirelli.

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