Festival Rachmaninov #2 – Teatro Coliseo: inefable música que provoca emociones diversas

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OFBA Orquesta filarmónica de Buenos Aires

Dirección musical: Srba Dinic

Piano: Nelson Goerner

Programa Sábado 23 de septiembre

Teatro Coliseo

Concierto para piano Nro 2 en do menor, op. 18

I Moderato

ll Adagio sostenuto

lll Alegro scherzando

Sinfonía Nro 2 en mi menor, op 27

l Largo

ll Allegro molto

lll adagio

lV Allegro vivace

La sala llena presagiaba una noche llena de emociones, el programa es sin duda de los más amados de la música, el público estaba emocionado además por el solista, costo llegar al teatro (Buenos Aires era un caos de tránsito) pero cuando se apagaron las luces comenzó la magia.

Nelson Goerner es un pianista destacado internacionalmente y mostró un aplomo y profesionalidad notorios. No se dejó llevar por lo emotivo de la partitura, lo que le quitó esa gracia histriónica extra de muchos artistas más mercadeables con estas obras, pero dejó clara su propia interpretación de la obra. Se mantuvo calmado, con ese fraseo exacto que posee y una fuerza para destacarse a pesar de la energía de la orquesta en los primeros movimientos (la orquesta saturaba un poco). Me pareció notar un tire y afloje en los tempis, el pianista manteniendo las cadencias del adagio y la orquesta apurando.

Srba Dinic no pudo controlar a los músicos que se notaron un poco ansiosos durante el concierto. Pareció que no disfrutaran de la música, salvo el primer cello y el clarinete que acompañaron sus apariciones con pequeños movimientos corporales. Sutilezas del espectador tal vez, empero aparentó que los músicos de la orquesta no habían entrado en calor, no lucían concentrados como el solista; para cuando ya estaban “en concierto”, ya había transcurrido la primer parte.

El público aplaudió entre movimientos, pero más por la emoción que por desconocimiento (nadie aplaudió durante la Sinfonía);  de pie ovacionaron a Goerner , que ofreció un bis que fue también aplaudido de pie por la sala colmada. Se podría decir que fueron dos conciertos, uno emocionante, ansioso, efusivo, el otro…pues otra cosa.

Foto Gentileza: Arnaldo Colombaroli , Prensa Teatro Colón

En la segunda parte (¿pueden creer que alguna gente se fue?) la orquesta sonó compacta, ordenada, los fraseos exactos. Srba Dinic, anticipando las entradas de manual, llevó a los músicos con gran energía para mantener la emoción que lejos de caer se potenció, pero se tornó más reverente.

Uno piensa que en conciertos con orquesta el público no participa: llega, lee el programa, aplaude y se va, no hay un ida y vuelta: Pues no, se vio y escuchó perfecto en la noche porteña, ya los primeros movimientos de la sinfonía fascinaron al público, pero el Adagio fue sublime.

Los “tosedores consuetudinarios” habían conspirado toda la noche – tos aquí, tos allá-, hasta hubo varios niños en el público charlaron y gritaron en la platea (ya he contado que soy madre de 4 y siempre digo que hay que llevarlos pero cuidarlos);  todos finalmente terminaron rindiéndose a la música. No se escuchó ni un suspiro, creo que todos estuvimos conteniendo la respiración. Un silencio, una comunión total desde el escenario hasta la última butaca, y de ahí al allegro vivace y de ahí a los aplausos finales.

No hay forma de explicar este tipo de experiencia. Lo inefable, lo inexplicable, las inseguridades de Rachmaninov convertidas en melodías que se entienden perfectamente en lo argumental a través del tiempo y las culturas, nos abren un boquete en la puerta del estómago y nos dejan agotados espiritualmente, pero felices de poder disfrutar estos artistas, estas obras maravillosas en la alocada Buenos Aires del 2023.

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