Timur Zangiev Conductor – Peter Sellars Director de Escena – George Tsypin Escenografo Camille Assaf Vestuarista James F. Ingalls Iluminador Antonio Cuenca Ruiz Dramaturgo
Peixin Chen The General – Asmik Grigorian Polina – Sean Panikkar Alexey Ivanovich – Violeta Urmana Antonida Vasilevna Tarasevicheva – Juan Francisco Gatell The Marquis – Michael Arivony Mr Astley – Nicole Chirka Blanche – Zhengyi Bai Prince Nilsky – Ilia Kazakov Baron Wurmerhelm – Joseph Parrish Potapych – Armand Rabot Director – Samuel Stopford – Michael Dimovski Jasurbek Khaydarov …
Concert Association of the Vienna State Opera Chorus – Pawel Markowicz Chorus Master – Vienna Philharmonic
Función dia 28 de Agosto 20 Hs. – Nuestra calificación: Buena
Los “extraterrestres” han invadido el escenario de la Felsenreitschule en Salzburgo con una invasión tan desmesurada que la escena se transforma en un museo de ciencia ficción en descomposición. Las naves espaciales, que han estado estacionadas allí por tanto tiempo, están cubiertas de polvo y telarañas, como si fueran antigüedades olvidadas en un rincón de la galaxia. Pero, ¡oh, la sorpresa! En un destello de luces deslumbrantes y efectos especiales, estos OVNIs se convierten en gigantescas ruletas que giran y brincan, como si nos encontráramos en una kermés de pueblo en lugar de en un prestigioso festival de ópera. Los decorados de George Tsypin y la iluminación de James F. Ingall, al desafiar toda lógica y sentido común, crean un entorno que parece estar a años luz de cualquier posibilidad realista para un escenario excavado en roca. Realmente es un logro… si lo que se busca es una exhibición absoluta de disparate.
Peter Sellars, el maestro de la espiritualidad excéntrica, nos ofrece una versión de ‘El Jugador’ de Prokofiev que parece haber salido de una pesadilla de mal gusto. La obra, ambientada en un presente nebuloso y adornada con naves espaciales de tercera categoría, se convierte en un torbellino de ideas absurdas y mal ejecutadas. La feroz crítica social de Dostoievski, que ya era una mordaz observación sobre la adicción y la corrupción, se diluye completamente entre correos electrónicos y referencias al activismo climático. Es como si alguien hubiera pensado que la ópera necesitaba un “toque moderno” cargado de incoherencia y confusión. La trama, una vez incisiva, ahora parece un revoltijo de modernidades que no hacen más que complicar lo que ya era un laberinto de desesperanza y conflicto.

The Gambler 2024: Asmik Grigorian (Polina, the General’s stepdaughter) © SF/Ruth Walz
El elenco, atrapado en el caos circundante, mantiene una dignidad envidiable. Asmik Grigorian se esfuerza por ser una Polina apasionada, mientras Sean Panikkar interpreta a Alexei con una desesperación tal que uno no sabe si debe atribuirla al personaje o a la tortura que debe soportar. Juan Francisco Gatell, en el papel del Marqués, se desliza por el escenario con una actitud tan servil y caricaturesca que su actuación parece más una parodia que una interpretación seria, mientras su voz, por pura ironía, resuena con una claridad que contrasta enormemente con el ridículo que lo rodea. Peixin Chen, en el papel del General, canta con la autoridad de un general de opereta, pero su personaje se pierde en un mar de gestos exagerados y caricaturescos. Y, en medio de este desmadre, Violeta Urmana como Babulenka se roba el espectáculo, demostrando que incluso en el caos más absoluto, hay quienes logran brillar.

Sean Panikkar (Alexey Ivanovich, tutor of the General’s children), Violeta Urmana (Antonida Vasilevna Tarasevicheva, the ‘Babulenka’), Joseph Parrish (Potapych, Babulenka’s butler), Asmik Grigorian (Polina, the General’s stepdaughter) © SF/Ruth Walz

© SF/Ruth Walz
El joven director Timur Zangiev, debutante en el festival, parece haber confundido la partitura de Prokofiev con un campo de batalla. La Filarmónica de Viena, obediente y precisa, lo sigue con una disciplina casi militar, mientras los cantantes luchan por hacerse oír en medio de un estruendo constante. ¿Sutileza? ¿Rango dinámico? Todo esto parece ser un lujo imposible aquí, y el resultado es un despropósito sonoro que deja al espectador al borde del abucheo y de la sordera.
Sellars, con su infinito ego, debe estar convencido de que su cóctel de neomarxismo y ciencia ficción de bajo presupuesto será celebrado por un público que ha desembolsado más de 400 euros por entrada. Pero, en realidad, lo único que ha logrado es una sinfonía de abucheos bien orquestada. Al final, nos queda la impresión de haber sido testigos de un experimento fallido, donde la coherencia fue la primera víctima sacrificada en el altar de una pretensión artística sin sentido.