Dentro de las privadas pre-estreno que se llevan a cabo en el 24º Festival de Cine Alemán de Buenos Aires, tuvimos en el día de hoy la posibilidad de apreciar el nuevo film de Wim Wenders: Anselm, en el cual el aclamado director se aleja del documental tradicional para entregarnos una auténtica obra de arte cinematográfica, donde cada plano, cada imagen y cada uso del 3D se convierten en una inmersión sensorial que trasciende los límites de lo que entendemos por cine. Más que un simple retrato de Anselm Kiefer, el influyente pintor alemán, Wenders nos ofrece una experiencia contemplativa y creativa que desafía nuestra percepción del arte visual.
Desde el inicio, queda claro que Wenders no busca hacer un documental biográfico estándar. En lugar de depender de entrevistas o imágenes de archivo, Wenders nos lleva directamente al corazón de la obra de Kiefer, permitiendo que sean las creaciones del artista las que hablen por sí mismas. La fotografía de Frank Lustig, combinada con un uso magistral del 3D, convierte cada escena en una especie de lienzo en movimiento, donde las texturas y formas de las monumentales obras de Kiefer parecen cobrar vida. Es en este uso del 3D donde la película brilla, alejándose de los simples trucos visuales para darnos una inmersión total en el universo de Kiefer, creando una experiencia casi táctil que nos invita a sentir, más que a observar.
Lo que hace de Anselm una verdadera obra de arte es cómo Wenders utiliza la cámara como un pincel. Cada movimiento, cada ángulo, está cuidadosamente diseñado para capturar no solo la magnitud física de las piezas de Kiefer, sino también su profunda carga emocional. La película no intenta explicarnos las obras; en lugar de ello, Wenders permite que el espectador se pierda en la contemplación de las mismas, creando un espacio para la reflexión individual. Es un enfoque que se aparta del didactismo tan común en los documentales sobre arte, y que en su lugar invita a la audiencia a participar activamente en la interpretación de lo que está viendo.
Uno de los momentos más impactantes de la película ocurre cuando Wenders nos muestra recreaciones oníricas de la infancia de Kiefer, escenas que se sienten más cercanas a un poema visual que a una reconstrucción biográfica. Aquí es donde la mano de Wenders como cineasta se siente más palpable: en lugar de mostrarnos al Kiefer histórico, nos presenta una versión casi mítica de su juventud, interpretada por el sobrino nieto de Wenders y el propio hijo de Kiefer. Estas secuencias no solo aportan una capa emocional a la película, sino que nos permiten entender al artista desde dentro, explorando los paisajes mentales que dieron forma a su obra.
Pero más allá de estas recreaciones, lo que destaca en Anselm es cómo Wenders captura al artista en su entorno más íntimo: su estudio. En estas escenas, vemos a Kiefer en su hábitat natural, perdido en su proceso creativo, moviéndose entre lienzos gigantescos y esculturas monumentales. El contraste entre estas secuencias y las recreaciones dramatizadas del pasado es uno de los mayores logros de la película, ya que nos muestra tanto al hombre como al mito, al creador y a su creación, en un delicado equilibrio.
Lo que separa a Anselm de otros documentales artísticos es la forma en que Wenders honra la obra de Kiefer sin convertirlo en un héroe incuestionable. En lugar de buscar la admiración del espectador, Wenders se mantiene como un observador respetuoso, permitiendo que el arte hable por sí mismo. Es un enfoque casi reverencial, que deja espacio para la ambigüedad y el cuestionamiento. Wenders no intenta ofrecernos respuestas fáciles sobre las complejidades de la obra de Kiefer, sino que nos invita a explorar sus capas y texturas de la misma manera en que uno explora una pintura: lentamente, con paciencia y apertura.
Uno de los temas centrales que Wenders decide explorar en el documental es la relación de Kiefer con la historia alemana, una relación que ha generado controversia en más de una ocasión. La obra de Kiefer ha sido objeto de críticas por su uso de simbolismos que evocan el pasado nazi de Alemania, y algunos han llegado a tildar al artista de neonazi. Sin embargo, Wenders aborda esta cuestión con una delicadeza y profundidad excepcionales. En lugar de eludir el tema, Wenders nos muestra a Kiefer como un artista que no teme enfrentarse a los aspectos más oscuros de la historia, utilizando su arte para explorar las heridas del pasado y las cicatrices que aún marcan la identidad nacional de su país.
Es aquí donde la película se convierte en algo más que un simple documental: se convierte en una reflexión sobre la memoria, el arte y la responsabilidad de confrontar la historia, incluso cuando esta es dolorosa. Wenders no nos ofrece una interpretación definitiva del trabajo de Kiefer, pero sí nos da las herramientas para reflexionar sobre cómo el arte puede ser una forma de procesar el pasado, de enfrentarlo y de, en última instancia, superarlo.
En última instancia, Anselm es una obra maestra no solo por lo que muestra, sino por cómo lo muestra. Wenders ha creado una película que es tanto un homenaje al arte de Kiefer como una obra de arte en sí misma. Con su uso innovador del 3D, su enfoque contemplativo y su respeto por la autonomía del espectador, Wenders transforma el documental en algo mucho más profundo, más sensorial, más poético. Es una película que no solo se ve, sino que se experimenta.
Al salir de la sala, uno no puede evitar sentirse transformado por lo que acaba de presenciar. Anselm nos recuerda que el cine, como el arte, tiene el poder de hacernos ver el mundo de una manera nueva, de abrir nuestros sentidos y desafiar nuestras percepciones. Es, en todos los sentidos, una obra de arte viva, una experiencia cinematográfica que quedará grabada en la mente de quienes se atrevan a adentrarse en el universo de Anselm Kiefer a través de los ojos de Wim Wenders.