El mítico cantante Raphael celebra sus sesenta años en el escenario con una gira por Latinoamérica y España y la presentación de su CD llamado «Victoria» que incluye nuevos temas y sus grandes éxitos de siempre. Ese título llega más alla de la metáfora, porque realmente su recital de anoche en el Movistar Arena fue precisamente eso: una victoria sobre el tiempo y el cambio de las modas. El show es una perfecta sincronización de música, videos de sus momentos de éxito, música, gestos y voz, que imagino controlados por él en una rutina milimétrica y eficaz. Su voz, que por supuesto ha perdido el brillo juvenil, mantiene todos los recursos que lo han hecho perdurable: medios tonos sugerentes, timbre ahogado por la emoción, agudos aún filosos y estratégicos silencios para dar lugar al entusiasmado coreo del público.
La gente lo escucha, canta, lo ovaciona, se pone de pie para aplaudir, algunos lagrimean emocionados. Se suceden sus baladas románticas, boleros, algún tema un poco más rockero que resuelve con ritmo y humor. De pronto suena la introducción de «Puede ser mi gran noche» y en las grandes pantallas Led aparece su encantador rostro juvenil, sustituído lentamente por el rostro de hoy marcado por el tiempo, en una aceptación inteligente de su edad. Y la magia sigue estando. Raphael ha amenguado sus manierismos, su histrionismo a veces excesivo, está más discreto y con pequeños gestos restituye su encanto. Y el show termina en una apoteosis de luces cegadoras y aplausos. Nos vamos con la ilusión de haber revisitado nuestra juventud y hasta podemos decir con él «Yo soy aquél».