Festival Argerich #4 (G. Kancheli, R. Strauss, Shostakovich): Martha, la OFBA e invitados prestigiosos en búsqueda de armonía

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El cuarto concierto del Festival Argerich del Teatro Colón reunió numerosos músicos de orígenes diversas en el escenario, incluso solistas estrellas, en un programa ecléctico.

La velada prometió: su cartel tentador y muy cosmopolita ya que se presentó la O.F.B.A., dirigida por el director de orquesta francés Sylvain Gasançon (residente en Ciudad de México), los violinistas de Letonia Gidon Kremer y Madara Pētersone, el trompetista israelí-ruso Sergei Nakariakov, así como a quien está dedicado este festival, la pianista argentina Martha Argerich, también con pasaporte suizo. Es decir,el desafío que representó esta velada fue como un «embrión de humanidad musical» que se propuso como meta tener un lenguaje universal.

Cuerdas y discordia con unos cuantos ahorcados en tiempo prestado

La coherencia del programa no es a priori evidente, y se sospecha que su construcción refleja sobre todo una cierta voluntad de reunir los nombres de músicos de prestigio en torno a obras que les son familiares, sin que estos intérpretes compartan necesariamente ni los mismos tipos de repertorio ni los mismos gustos. Sin embargo, al observar más de cerca, vemos que las tres obras que se ofrecen, pertenecientes a la época moderna y contemporánea, se basan en el uso de una orquesta de cámara dejando un lugar central a los instrumentos de cuerda, y es allí donde, sin duda, se debe encontrar la unidad y coherencia programática de esta velada. Es pues en una formación reducida que la OFBA interpreta sucesivamente Twilight (Crepúsculo) de Giya Kancheli (2004), compositor georgiano muy recientemente homenajeado con la llegada de la directora Zoe Zeniodi al frente de la OFBA (comentado por nosotros para ByBattaglia), Metamorfosis de Richard Strauss (1945) así como el famoso y temido Concierto N°1 para piano y trompeta en Do menor de Shostakovich (1933). Martha Argerich sólo intervino para esta tercera pieza, tras el intervalo.

Si las cuerdas están listas para ejecutar, son las destacadas por el programa de las que estamos hablando. Dado que el humor negro no está prohibido en estas columnas, cabe señalar que el verbo «ejecutar» también sirve, más allá de su significado musical, para designar la eliminación de individuos mediante la pena capital, incluida el ahorcamiento con… cuerdas. Resulta que la exasperación de parte del público y de Martha Argerich al ver a individuos perturbar el concierto es a veces tal que se puede asumir el desastroso destino que les estaría reservado si fueran víctimas de un linchamiento. Caída de teléfonos, tos permanente, portazos repetidos (2do palco lateral izquierdo), manifestación de emoción en voz alta en medio de una pieza: es un festival diferente frente al escenario que da paso a la discordia. Algunos músicos se sorprenden o sonríen. Martha hace una pausa, “fusilando” con su mirada. Evidentemente, estos perturbadores anónimos, si no merecen ser ahorcados, no honran a los anfitriones, extranjeros o no, que subieron al escenario para prodigarles una forma de cordialidad.

Foto gentileza: PRENSA TEATRO COLON / ARNALDO COLOMBAROLI

Acordes, acuerdos y desacuerdos

Atmósferas muy diferentes se escapan de los atriles durante la velada. Al principio del concierto, la tensión es palpable en el escenario y la concentración de los músicos extrema al momento de arrancar, como un vuelo lánguido, Twilight de Kancheli. Los dos violines juegan una mala pasada a los experimentados solistas Gidon Kremer y Madara Pētersone, el calor de la sala (con una temperatura exterior muy superior a la normal) desafina ligeramente esta mecánica de precisión durante los primeros minutos bajo el efecto de los proyectores (obligando a Madara Pētersone a reajustar una de las afinadoras de su violín). La dirección orquestal también es tensa, los gestos precisos y angulosos del director esculpen un universo caótico, a menudo disonante, en busca de una melodía tonal imposible. Los dos violines de los solistas son, a veces, y de manera sutil, como dos cuerpos moribundos entrelazados. El trabajo sobre la partitura destaca el juego sobre la longitud sinusoidal de las vibraciones que emanan de los violines. Es música sin futuro del día anterior que toma cuerpo, siendo los pizzicati de los violines tantas manifestaciones onomatopéyicas de una angustia crepuscular indefinida que la OFBA, bajo la dirección de Sylvain Gasançon, consigue hacer sentir.

Foto gentileza: PRENSA TEATRO COLON / ARNALDO COLOMBAROLI

La transición musical no es fácil, pero Sylvain Gasançon sorprende con su capacidad para pasar de un ambiente (y estética) a otro. Su interpretación de Metamorfosis de Strauss mezcla rigor rítmico y armonía de formas e intenciones. Los impulsos que dibuja la OFBA son potentes y equilibrados. La obra en construcción es un largo poema narrativo. La maraña de líneas melódicas, los gestos cada vez más corpóreos y orgánicos del director de escena y el sonido de un crescendo volumétrico lento y casi imperceptible: ¡la metamorfosis está en marcha! Las respiraciones de la orquesta son amplias. Sin embargo, éste no siempre parece rápido para responder obedientemente a la energía desplegada por su líder. El bellísimo finale, por el decrescendo orientado de los dedos de la mano del director que se pliegan muy lentamente sobre sí mismos, es lamentablemente aplaudido demasiado pronto por un público que, definitivamente, permaneció en estado de crisálida.

Después del intermedio, el Concierto n.º 1 de Shostakovich para piano (y trompeta) es lo más destacado de la noche. La introducción alborozada de Martha es notable por la brillantez de su forma de tocar luminosa. El sonido es inmenso, conquistador. Es ella quien marca el camino, como si el maestro Gasançon no tuviera más remedio que deslizarse tras sus pasos, a riesgo de perder el control del paso. La agilidad y el virtuosismo de Martha, de una relajación sobrecogedora, se permiten momentos de gracia donde lo cómico, con gran brillantez, se destaca, a través de pasajes muy sutiles donde el teclado del piano ejecuta hábilmente citas desviadas o incluso cuando casi tiende a la autoparodia. La trompeta de Sergei Nakariakov es fiel a la reputación que le precede por la precisión de sus ataques y la autoridad natural de las emisiones de su instrumento: son límpidos y trompeteros, a veces incluso riéndose cuando también se vierten en la parodia de la fanfarria militar. Las líneas melódicas, agudas, secas pero cálidas, son perfectamente homogéneas. La inmensa profesionalidad que tiene no le impide mostrar una meticulosidad extrema a la hora de colocar la sordina durante el 2º movimiento. El momento es conmovedor: este momento de la verdad delata, por la repetición de esta verificación de la colocación de este apéndice, un ligero nerviosismo que no se trasluce ni en el rostro ni en el toque del trompetista. Frases larguísimas se sustentan entonces en un soplo que parece infinito. Si el 2º movimiento también tiene momentos en los que a los músicos de la OFBA les falta a veces un poco de vigor, color o impulso, una hermosa y poderosa energía colectiva se despliega durante los dos últimos movimientos: la orquesta, el piano y la trompeta entran entonces en una sana emulación que destaca las cualidades dinámicas de los solistas y la sólida base proporcionada por la orquesta, aunque Martha Argerich no parece siempre satisfecha con la dirección de Sylvain Gasançon.

La noche es triunfal. La ovación es larga y sin desfallecer, hasta conseguir dos bises. El público perdona y se ríe con ganas de este incidente inusual: Martha interrumpe con autoridad Fantasiestücke de Schumann diciendo, en francés: « Ça va pas ! ». La partitura tiene hojas invertidas que le obligan a retomar la pieza, una vez remendada la partitura, tocándola con su cómplice de la velada, Sergei Nakariakov.

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