El Teatro Roxy de Mar del Plata presentó esta temporada una especie de alineación cósmica teatral: Verónica Llinás, Héctor Díaz y, prepárense, Dario Lopilato en una obra que se atreve a ser todo y nada al mismo tiempo. “Antígona en el Baño” no es solo una obra, es una declaración: aquí se lava todo, desde el honor hasta las miserias más bajas, y no necesariamente con agua caliente.
Llinás: cuando la tragedia alcanza la perfección (y el jabón líquido)
¿Es posible que Verónica Llinás sea demasiado buena para esta obra? Absolutamente, y eso es precisamente lo que la hace funcionar. Como Ignacia, una actriz de renombre que decide reinventar a Antígona en un baño de mármol, Llinás está sencillamente descomunal. Su histrionismo es tan monumental que incluso los azulejos parecen agrietarse ante su presencia. Cada movimiento, cada mirada, cada pausa de Llinás es un tutorial de cómo llevar el drama al límite sin que se convierta en autoparodia.
Llinás nos lleva por un carrusel de emociones que transita desde la tragedia griega más solemne hasta la comedia física más sublime, todo sin despeinarse. Bueno, despeinándose, pero con intención. Es un despliegue de talento tan abrumador que en cualquier otro contexto sería injusto para sus compañeros de elenco… pero aquí no. Porque resulta que Llinás no está sola en esta aventura tragicómica.
Héctor Díaz: el gurú que todos necesitamos (pero no merecemos)
Como Blas, un coach ontológico que promete iluminar la existencia de Ignacia (y, en el proceso, la nuestra), Héctor Díaz está impecable. Su personaje es la mezcla perfecta entre un poeta de manual de autoayuda y un vendedor de humo con diploma enmarcado. Cada palabra suya está cargada de una ironía tan fina que, por momentos, te preguntas si realmente está actuando o simplemente es él mismo canalizando el espíritu de todos los gurús modernos.
Díaz domina el arte de decir mucho sin decir absolutamente nada, y lo hace con una elegancia que transforma hasta las frases más absurdas en pequeñas obras de arte. Es el contrapeso ideal para el torbellino emocional de Llinás: mientras ella se desgarra, él se desliza por el mármol con una calma casi irritante.
Dario Lopilato: de meme a mito
Y luego está él, el descubrimiento de la temporada: Dario Lopilato. Como Junior, el asistente de Ignacia, Lopilato no solo sorprende, descoloca. Su química con Llinás es un fenómeno casi inexplicable, como mezclar caviar con papas fritas y que el resultado sea una delicia. Junior es un personaje caótico, tan incompetente como encantador, un hombre que parece haber llegado al teatro por error pero que, al final, resulta ser el alma de la obra.
Lopilato tiene una capacidad innata para la comedia física que se complementa con la majestuosidad de Llinás. Donde ella es intensidad, él es torpeza; donde ella es grandeza, él es lo cotidiano. Es un dúo tan improbable como irresistible, y por momentos, te encuentras preguntándote si este no era el destino que siempre estuvo escrito para Lopilato: ser el partenaire perfecto de una diva descomunal.
Un baño que lo dice toda
La escenografía, ese baño de mármol que gotea y cruje como testigo del drama humano, es casi un personaje más. Es el espacio donde los egos se exponen, los secretos se desbordan y la tragedia se convierte en farsa. Un baño que, como diría Blas, “no es solo un baño, es un espejo del alma”.
Conclusión: una obra que limpia y ensucia al mismo tiempo
“Antígona en el Baño” es una experiencia teatral tan insólita como fascinante. Es un homenaje al absurdo, un espectáculo que se atreve a poner a Llinás en la cima de su descomunal talento, a Díaz como un gurú que todos necesitamos, ya Lopilato como un partenaire estelar que nunca supimos que necesitábamos.
Ríanse, lloren, reflexionen… y luego vuelvan al baño de sus casas con una mirada renovada. Porque, después de todo, la grandeza también se encuentra entre las toallas húmedas y las cañerías que gotean. Impredecible.