Porgy and Bess, Gershwin, excelente reposición en el MET

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Todo fue perdonado. El pasado estaba hecho. Se tenían el uno al otro y eran felices. Mañana y tarde, verano e invierno … En los brazos del otro, encontraron la paz y un refugio inesperado, aunque fugaz.

Anoche difrute de la obra cumbre de Gershwin donde plantea una partitura sensible, tanto en su contenido y en la comprometida como afectuosa caracterización de sus personajes como a causa de las polémicas que ha suscitado; con ánimos de servir de retrato de una comunidad afroamericana en Carolina del Sur en la década de 1920, el libreto corrió por cuenta de DuBose Heyward y su esposa Dorothy Heyward, junto a George Gershwin y su hermano Ira Gershwin, todos ellos blancos. Sin quitar méritos a la obra, seguramente no dejarán de suscitarse cuestionamientos en torno a qué tan genuinamente la misma representa a la comunidad en cuestión y cómo es posible que la obra de compositores afroamericanos siga siendo ignorada.

La labor eximia de la coreógrafa Camille A. Brown denota la búsqueda por la “memoria de la sangre”. La suya es una propuesta elegante y terrena, que habilita a cada cantante solista, miembro del coro y bailarín, a hurgar en aquellos movimientos que, en lo personal, mejor sirven en la tarea de representar dignamente a sus personajes. El resultado, sumado a la calidad de las voces, y una adecuada dirección orquestal a cargo de David Robertson, es el de un potente trabajo de conjunto con personajes perfectamente delineados (que, debe añadirse, respondían también a la partitura que, como ya dijera, es de excepcional sensibilidad en el detalle con que desarrolla la vocalidad de cada una de las voces intervinientes).

Eric Owens dio vida a un Porgy íntegro, de buena presencia escénica a pesar de cierta constricción vocal. Desgranando tímidamente los primeros compases de Bess, you is my woman now, su Porgy escucha atentamente y crece junto con el afecto compartido entre ambos personajes. La interpretación general de Owens crecfue creciendo, a medida que avanzaba la obra, especialmente en una delicada a la vez que potente interpretación de la escena final.

Los Gershwin demoran la aparición de Bess, al menos en términos vocales, con extensas escenas de conjunto que permiten adentrarnos en el ambiente de Catfish Road. Desde el momento de su aparición, la soprano Angel Blue se impone por la impronta insolente de su personaje, con destellos de las cualidades que la redimen a los ojos de Porgy. De voz cálida y rica en armónicos, Blue descuella con sus agudos penetrantes y un modo de recorrer la escena en plena sintonía con todas y cada una de sus inflexiones vocales.

Cada uno de los cantantes realizó una labor formidable, en mayor o menor medida. El balance ha sido más favorable en el reparto femenino en que destacan la actuación de la veterana mezzosoprano Denyce Graves como Maria, matriarca protectora de la comunidad, sumada a una Clara sensible a cargo de la soprano sudafricana Golda Schultz (de voz templada y segura, la velada no podría haber tenido mejor apertura que con su Summertime a la soprano estadounidense Latonia Moore ofrece una versión devastadora de My man’s gone now, en tanto velan a su marido, muerto a manos de Crown. La actuación arrolladora de Alfred Walker como este último ha sido sin lugar a dudas de las más acabadas de la función, de presencia dominante y gran poder vocal. Frederick Ballantine ofrece, por su parte, un sinuoso, viperino e inventivo (valga destacar su improvisación durante It ain’t necessarily so) Sporting Life, contracara más astuta y mercurial de Crown.

Latonia Moore como Serena en la obra de los hermanos Gershwin, Porgy and Bess. Foto: Ken Howard / Met Opera

Detrás de una pantalla con la imagen de una mansión derruida dentro de la que se intuye transcurre la acción (parte de la serie de imágenes diseñadas por Luke Hall), el director James Robinson se vale de la plataforma giratoria y la estructura de aquel edificio, en la escenografía de Michael Yeargan, para generar los ambientes externos e internos en que transcurre la escena, logrando que la acción no decaiga, y con efectiva iluminación de Donald Holder. El equipo artístico se completa con vestuarios a cargo de Catherine Zuber.

Una inolvidable versión del clásico americano, en la cual a la salida no puede dejar de tararear alguna de sus canciones y de admirar a las voces protagónicas.

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