Eugene Onegin, de Tchaikovsky,Teatro San Carlo di Napoli …»Cuando la mermelada es el desencadenante «…

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Director | Fabio Luisi

Regia | Barrie Kosky

Escenografia | Rebecca Ringst Vesturio| Klaus Bruns

Iluminacion| Franck Evin

Interpretes

Larina | Monica Bacelli

Tat’jana | Elena Stikhina

Olga | Nino Surguladze

Filipp’evna | Larissa Diadkova

Evgenij Onegin | Artur Ruciński

Lenskij | Michael Fabiano

Principe Gremin | Alexander Tsymbalyuk

Comandante | Antonio De Lisio

Zareckij | Rosario Natale

Triquet | Roberto Covatta

«La última historia de amor antes de la revolución rusa», «la cima de la ópera romántica», «una obra maestra» … Varias definiciones para recoger la esencia e importancia de ‘Eugene Onegin’, la obra de Tchaikovsky basada en la novela de Puschkin. Onegin es la ópera nacional rusa. Es una obra en la que las palabras, surgidas de la propia sensibilidad de Tchaikovsky, hieren profundamente. Es el drama de los sentimientos.

Cuando Tatyana declara su amor por Onegin, ¿sospecha por un momento que él la rechazará, prefiriendo coquetear con su hermana Olga, para gran disgusto de su amigo Lensky? Sin embargo, Onegin no se da cuenta de que, al negarse, llega al punto de no retorno. Y cuando, unos años más tarde, se siente abrumado por una poderosa admiración al ver de nuevo a Tatyana, transformada por su ascenso social, lamentablemente es demasiado tarde. Onegin no tiene más remedio que hundirse en una profunda desesperación.

La novela de Pushkin describe la vida rusa desde la pacífica campiña de los Urales hasta el mundo mundano de Moscú. Tchaikovsky encontró el material para una de sus obras más populares y poderosas. Su música, basada en una fuerte estética emocional, es una especie de confesión individual que pone de manifiesto los torturados sentimientos de los protagonistas.

Esta noche acabo de asistir al estreno napolitano comentada versión del 2016 de Barrie Kosky para la Komische Oper de Berlín, en coproducción con Zúrich , un versión años atrás que puede haber sorprendido, pero que al hoy luego de haber asistido a puesta de seste pseudo intelectual, no ingresa al espectador en el mundo Onegin, sino que lo aleja.

¿Lo que hay en un nombre? ¿Debería la ópera de Tchaikovsky, que, como afirma Barrie Kosky en programa, debe considerarse junto con Pushkin, no como su traducción musical, realmente llamarse Eugene Onegin ? ¿O Tatiana Larina sería el título más apropiado? Eugenio y Tatiana, ¿quizás? Es una pregunta tonta, de verdad; por un lado, nadie va a cambiar el nombre de la obra, aunque alguien, supongo, podría escribir otro. Pero aparte de los nombres, probablemente siempre habrá cierta tensión entre la centralidad atribuida por una producción a los dos personajes principales de la ópera; y también algo, además, de una tensión entre Tatiana y Onegin por un lado y Lensky, aunque más raramente Olga, por el otro. Es difícil imaginar una producción exitosa o casi fallida que no involucrara tales tensiones.

Cuando se abre la ópera, Mme Larina y la enfermera, Filipievna, están haciendo mermelada y para este Kosky será el leimotiv de su producción. El tarro de mermelada será el contenedor de la carta de Tatiana a Onegin. Su enfermera, fingiendo no entender para quién está destinado, jugara con ella echándola a un lado, hasta que cede y pone en marcha la serie de eventos tan bien pautados por Pushkin.

El comienzo abrumante, absurdo y la ropa entremezclada de época, sumado a escenas y letra que dicen lugares que en la vision no aparecen, se convierte en un tedio de onirismo que remarca un concepto antiguo que al hoy se convierte en recurso común de estos “star registas”, que les importa mas su ego en escena que la obra que se representa.

Para el desprevenido que busca lineamiento convencional, no convence en ningún momento la relectura, probablemente en el 2016 en Berlín fue un “ideal”, para un publico italiano y en mi caso convencional es un atropello a una obra que no necesita relectura psicológica alguna. Hacer planteamientos homosexuales entre Oneguin y Lensky y colocar la figura de Tatiana como su alter ego, da pauta una idea de vanguardismo obsoleto de pseu intelectualismo absurdo. Colocar el célebre duelo a los protagonistas con borrachera y provocar en escena mientras gira el disco escénico a un duelo a botellazos, no da coherencia. Una propuesta que vuelvo a repetir, ya no atrapa, fue un hecho evidente la caída en aplausos de parte del público que concurrimos a ver este estreno en la célebre sala napolitana.

En términos vocales la noche tenía un gran atractivo, pues reunía a grandes cantantes, Elena Stikhina, Arthur Rucinski, Michael Fabiano, Larisa Diadkova, Alexsander Tsymbalyuk, en los roles principales.

En el rol de Tatiana, Elena Stikhina presento un timbre más bien metálico, merced sobre todo a una colocación no siempre limpia con una proyeccion con ejemplaridad de esfuerzo muscular, lo cual se transformo en parte en un claro ejemplo de voz caprina.

      Artur Rucinski posee, qué duda cabe, un ideal en actitud teatral. Él es Onegin, ese dandy seductor, un vivaz provocador en esta propuesta escenica de modos elocuentes y ademanes condescendientes que ve en Tatiana una suerte de tentación prohibida. Es la suya una encarnación natural, casi asombrosa. Su recreación vocal estuvo más esforzada de lo que cabía imaginar, aunque lograda en última instancia. Y es que Rucinski mostró, como es habitual en él, una línea de canto ejemplar, alternando con idéntico dominio entre los momentos líricos y los enfáticos, pero algo lastrada por una dicción no todo lo impecable que debiera en ruso y por una emisión algo enturbiada por momentos, con sonidos duros en ocasiones. Y sin embargo, es un actor vocal consumado. De ahí que fuera, en términos general, de menos a más. No desmereció en modo alguno su aria del primer acto, tampoco su dúo con Lensky, ni mucho menos su notable dúo final con Stoyanova. Pero en todos los casos hubo alguna esporádica irregularidad vocal, algo más lejos, pues, de otras funciones vocalmente más logradas que uno le ha visto este último año. En todo caso, un Onegin de altura, teatralísimo y vocalmente más que cumplidor.


      Completaban el reparto el Lensky de Michael Fabiano y el Príncipe Gremin de Peter Aleksander Tsymbalyuk . El primero canta con un gusto evidente, sosteniendo una línea poética y ejemplar en su atención al texto, pero fue una voz en exceso ligera para este rol, adoleciendo de un agudo que sonó escaso, sin brillo ni despliegue. Uno queda en todo caso con unas medias voces de buena factura y con un «Kuda, kuda…» más que logrado. En el caso de Tsymbalyuk, el problema fundamental vino de mano de un material vocal demasiado rudo para el rol, donde cabe esperar una voz más noble y añeja, si bien tuvo intención, en todo momento, de sacar adelante su aria con lirismo. Más que digna fue la colaboración de todos los comprimarios: la veterana Monica Baccelli como Madame Larina, una correcta Nino Surgulazde como Olga y un teatral Roberto Covatta como Monsieur Triquet.

Al frente de la estupenda orquesta estable del Teatro San Carlo estuvo el Mtro italinao Fabio Luisi el cual buscó siempre un sonido poético, matizado, intentando siempre regular, modular y sacar partido a la mórbida textura de la sección de cuerdas. Quizá adoleció, aquí y allá, de alguna carencia de entusiasmo y efusividad, no sonando a veces todo lo teatral y arrebatado que la partitura de Tchaikovsky dispone. Un resultado, así las cosas, que sólo cabe valorar como correcto para provenir de una batuta tan reconocida y de tan amplia trayectoria.

En definitiva una premier en Nápoles, que no deja nada notorio para el recuerdo, un realidad de voces que acostumbrado el público en el mundo a escuchar a través de filmaciones o transmisiones en hd , no son la realidad al oírlas en vivo en un teatro italiano de acústica exquisita sin aditamentos tecnológicos.

Reseña
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