“Cuando nosotros los muertos despertamos” es la última obra escrita por Henrik Ibsen (1828-1906) en 1899, estrenada en Londres poco antes de su publicación y que, por supuesto no deja de tener su sello, aunque con algunas características propias (por ejemplo, todas las escenas se desarrollan en espacios al aire libre…).
En un balneario con vistas a un fiordo pasan sus vacaciones el matrimonio conformado por Maia, elegante como aparentemente frívola, y su esposo el escultor Arnold Rubek, destacado artista que ha llegado a tener fama y fortuna, alcanzando la cima del reconocimiento con la escultura titulada “Resurrección” (cuya modelo misteriosamente abandona el atelier una vez terminada la obra). A partir de allí sólo se dedicará a realizar obras por encargue; en conversación íntima ambos manifiestan su infelicidad y sus diferencias. Allí se encuentran con un cazador de osos, Squire Ulfheim (quien irá de cacería a la montaña con su equipo y su jauría), apareciendo una misteriosa mujer, casi espectral, acompañada por otra dama de negro, cual si fuera su sombra.
Entre los cuatro personajes se produce una inmediata atracción entre Maia y Ulfheim, quien la invita a ver los preparativos para la caza que se llevará a cabo en la montaña. Así, quedan solos el escultor y la misteriosa mujer, dándose cuenta Arnold que se trata nada menos de su modelo para “Resurrección”, Irena, con quien había establecido una especial relación. Irena, inicialmente distante, se refiere constantemente a sí misma como “muerta”, pues su alma había sido capturada por el artista y puesta en la escultura, a quien ella llama “su hijo”. Ambos pues sienten la “misma muerte interior” desde la finalización de aquella obra. En un posterior encuentro, Arnold e Irena deciden “resucitar su relación” viviendo juntos, mientras que Maia regresa con Ulfheim, manifestando que finalmente se siente “libre”. La historia seguirá su curso…
Es en este punto cuando Ibsen nos plantea una encrucijada…, dos caminos; ¿uno y otro serán posibles, validos, exitosos? Por un lado, “romper” con un insatisfactorio presente y seguir adelante por un nuevo camino, sin vínculos con el anterior (tal es el caso de Maia). Otro, “volver” al pasado para remediar o corregir una situación que generó un conflicto, el quiebre para continuarlo en la actualidad, como si el tiempo entre aquella situación y el presente no hubiera existido (con todo lo que esto conlleva). ¿se puede “despertar de la muerte” y seguir cual si nada hubiera pasado? Esta segunda posibilidad ¿está condenada al éxito o la fracaso?
Ibsen nos lo muestra, nos da la respuesta…, pero como siempre nos deja reflexionando y profundizando sobre la problemática planteada. Es lo que hacen los grandes creadores.
El Teatro Nacional Cervantes ha iniciado su temporada 2022 con esta obra del gran dramaturgo noruego, con dirección del consagrado Rubén Szuchmacher (también responsable de la adaptación junto a Lautaro Vilo), quien a través de su puesta jerarquiza el texto, alejándose del naturalismo formal. Concienzudo trabajo, tal como nos tiene acostumbrados. Como es habitual (numerosos proyectos han encarado juntos) la escenografía es de Jorge Ferrari -uno de nuestros notables escenógrafos, de quien acaba de publicarse un excelente libro que resume su obra – al igual que el vestuario (con aires de los años 30). La iluminación es de Gonzalo Cordova; el sonido y música original son de Bárbara Togander.
En cuanto al elenco, se destaca notablemente Horacio Peña en el rol de Arnold, junto a Verónica Pelaccini (Maia), Claudia Cantero (Irena) y José Mehrez (Ulfheim). Completan el elenco Alejandro Vizzotti y Andrea Jaet.
“Cuando nosotros los muertos despertamos” nos acerca a uno de los grandes dramaturgos del siglo XIX pero siempre vigentes, y en un ámbito especial como es la Sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes.