BÉLA BARTOK MEMORIAL HOUSE, UNA MIRADA A SU VIDA …

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Al salir del memorial house de Béla Bartok, no podia resisitirme escribir sobre este  genial compositor y sobre todo por su entrega a su Patria aun en el exilio. Un ser enigmatico , una personalidad que impuso estilo pero no se adoso a alguno que se econtraba en boga en la epoca, sino que junto con Kodaly, supo aprovechar su propio folklore.   


   Béla Viktor János Bartók nació en 1881 en Nagyszentmiklós, en la actual Rumanía (ahora se llama Sânnicolau Mare), pero en una región, el Banato, situada en plena confluencia entre las culturas húngara, eslovaca y rumana. Porque sí, Bartók nació en pleno Imperio Austrohúngaro, esa mezcla de regiones centroeuropeas gobernados desde hacía siglos por la Casa de Habsburgo, Imperio que era un polvorín a finales del Siglo XIX y principios de XX, agitado por los múltiples conflictos nacionalistas, religiosos y de otras índoles que acabarían por hacerlo saltar por los aires al final de la Gran Guerra.

Como tantas veces ocurre con compositores clásicos, sus padres eran maestros y fue su madre quien le enseño a tocar el piano a partir de los cinco años de edad. Cuando tenía 7 años, a la muerte de su padre, se mudó a Vinogradiv, en la actual Ucrania, añadiendo una cultura nacional más a su ya ecléctica formación. En fin, cuando tenía 9 años compuso su primera obra, con 11 dio su primer concierto, nada menos que la Sonata Waldstein de Beethoven, se mudó a Budapest con 17 años para dar clases con Erno Dohnányi, etc, etc. 
  El caso es que en Budapest conoció a Zoltán Kodály, y ambos comenzaron a interesarse por la música folklórica tradicional húngara, (no zíngara), así como la música del folklore rumano o transilvano. En estas músicas tradicionales basó buena parte de su obra… y a ellas debe su fama. Bartók resistió razonablemente bien la arrasadora moda imperante en esos años: el atonalismo, el dodecafonismo, el serialismo y otras varias corrientes “avanzadas” de su tiempo.

Compuso una ópera y un par de ballets, de los que el más conocido es El Mandarín Maravilloso, obras para piano o violín, música de cámara, aunque ninguna sinfonía. Entre ellas, una buena colección de canciones populares húngaras, rumanas, transilvanas, etc. Bartók descubrió que dicha música popular era en realidad pentatónica como la mayor parte de la música asiática

Sin embargo, en su faceta como compositor, sus obras, no le daban para comer, así que se ganaba la vida mayormente como profesor de piano y solista ocasional. Sólo en 1935, cuando contaba más de 55 años de edad, pudo dejar de dar clases y vivir enteramente de su música, pero poco le duró.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial cuatro años más tarde Bartók, enemigo visceral del fascismo y no digamos del nazionalsocialismo, emigró como tantos otros a los Estados Unidos, donde encontró la seguridad que nunca hubiera tenido en su patria, pero no obstante lo pasó mal. No se adaptaba, añoraba su país, su tierra y, orgulloso, se negó a dar clases para poder vivir de ellas. Con buena reputación como etno-musicólogo y pianista, sin embargo no era conocido allí como compositor. Con el tiempo las becas se terminaron, los conciertos se fueron distanciando y como consecuencia comenzó a pasar apuros económicos, apuros que sólo fueron mitigados por los encargos que sus amigos músicos le encomendaban… limosnas disfrazadas de encargos para no soliviantar su orgullo.
   Uno de estos encargos es precisamente el el Concierto para Orquesta, encargado en 1943 por el director ruso Serge Koussevitzki al poco tiempo de que se le detectara leucemia. Todavía compuso alguna obra más y, al final de la Segunda Guerra Mundial, en junio de 1945, se le ofreció un puesto como diputado en el precioso Parlamento húngaro de Budapest .
 Bartók aceptó ser diputado… a sabiendas de que nunca podría tomar posesión del cargo. La leucemia terminó finalmente con su vida en Nueva York el 26 de septiembre de 1945, a los 64 años de edad.

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