Autoría: Francisco Pesqueira, Emiliano Samar. Actúan: Francisco Pesqueira. Músicos: Pepo Lapouble, Federico Razetti. Diseño de luces: Malena Miramontes Boim. Realización de escenografia: Analía Schiavino. Cantante: Francisco Pesqueira. Fotografía: Gianni Mestichelli. Diseño gráfico: Luis Escudero, Luis Escudero / Leconsag Asesoramiento de vestuario: Sandra Ligabue. Asistencia: Eunice Medina Suarez. Arreglos musicales: Pepo Lapouble Puesta en escena: Emiliano Samar Dirección musical: Pepo Lapouble Dirección: Emiliano Samar
¿Pueden los boleros tener fuerza emotiva y de convocatoria en estos momentos, en este mundo, en estas circunstancias?
Cuando se ponen en escena, hilados con una historia muy original y atractiva, y en una voz que sin duda llega a destino sin intermediación alguna, la respuesta no puede ser otra que un “¡sí!”…
La introducción, a cargo del excelente Pepo Lapouble, solicitando con encantadora inventiva el silencio de los celulares, ya establece un indicio del clima que seguirá. La aparición de Francisco Pesqueira a continuación no deja de impresionar, con un buen toque de humor.
Y más detalles: la novedad de que el intérprete sostenga todo lo que seguirá con su voz sin amplificar, sin uso de microfonía alguna, establece una atmósfera que no puede calificarse de otro modo que como “música de cámara” – la que siempre y en cualquier situación, ha de sobresalir. Por supuesto que Lapouble al piano desliza un acompañamiento en todo coherente, con filigranas cautivadoras aún en un deliberado segundo plano, lo que por cierto no disminuye su atractivo. Otro tanto sucede con el “cajón peruano” a cargo de Federico Razetti; ambos músicos colaboran además, con sus voces o con intervenciones actuadas complementando el desarrollo. La minuciosa dirección de Emiliano Samar no deja detalle alguno al azar.
La sucesión de boleros – algunos tan conocidos que constituyen un estímulo para que el numeroso público participe cantando – se encuentra hilvanada, como mencionamos antes, por una historia insólita, diferente y bien de una época que abraza la diversidad, a veces nostálgica – la tristeza de una separación, comienzo impulsor del relato – y otras desopilante, dentro de la cual se integran a la perfección. Hasta las repeticiones esperadas aparecen en una fusión sin quiebre, y también aquí habrá lugar para la destreza física, sin que por ello el rendimiento vocal se vea afectado en lo más mínimo.
Después de vicisitudes, tropiezos, desencuentros, la narración da un giro inesperado que realiza de modo sorprendente la “elaboración (o trabajo) del duelo”, el imprevisto y satisfactorio remate de toda la narrativa. En una tarde musical donde lo que podría ser un regreso insustancial a un pasado se jerarquiza cargándose de una nueva significación, donde la música alcanza plenamente su meta – esto es, provocar y convocar la emoción – todo culmina en una magnífica entrega.
En conclusión: una hermosa tarde, que alcanza de modo singular e impensado la emoción, la elegancia de reunir viejos y muy nuevos tiempos a la vez.