Guión y Dirección : Ana Sans y Julio Panno. Dirección musical : José Luis Pagán. Coreografías : Verónica Pecollo. Protagonistas : Alan Madanes, Nacho Pérez Cortés, Sofía Val, Malena Rossi. Producción : Torneos, 3CFilms, UPM Hits. Sala: Teatro Coliseo, Buenos Aires. Nuestra calificación: buena
Qué espectáculo tan deslumbrante y desbocado es «Sandro, el Gran Show», recientemente estrenado en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, donde el fervor por Roberto Sánchez, el eterno Gitano, se desata en un huracán de luces, música y nostalgia que, como un banquete sin fin, aturde al comensal con su opulencia. Este homenaje al ícono de la canción popular argentina, dirigido por Ana Sans y Julio Panno, se alza con la ambición de un musical de Broadway, pero se extravía en su propia grandiosidad, dejando al espectador exhausto y, en última instancia, insatisfecho. A continuación, desentrañemos este torbellino: primero, como espectáculo; luego, por su elenco; y finalmente, por el concepto urdido por sus directores y su equipo.
El espectáculo: Un derroche visual que satura el alma
«Sandro, el Gran Show» se presenta como un festín visual y sonoro que aspira a capturar la magia de Sandro a través de 40 canciones –¡nada menos!– que abarcan desde los himnos imperecederos como “Rosa, Rosa”, “Dame Fuego” y “Penumbras” hasta gemas menos conocidas como “Abriéndole la puerta al diablo”. La escenografía de Mariana Tirantte, con pantallas LED y una estructura de dos niveles, evoca los conciertos vibrantes del Gitano en su apogeo, mientras transporta al público a un escenario digno de los grandes musicales de Broadway o el West End. Las coreografías de Verónica Pecollo, ejecutadas por un ensamble de 16 bailarines, son un torbellino de energía, precisas y llenas de vida, mientras que el vestuario, también diseñado por Sans, destila el glamour sensual que definía a Sandro, con telas brillantes y cortes que despiertan la nostalgia.
La iluminación de Leo Muñoz y Julio Panno es un poema en claroscuros, realzando los climas de cada canción, desde la fiebre de “Atmósfera pesada” hasta la melancolía de “Una muchacha y una guitarra”. El sonido, a cargo de Eugenio Mellano y Luciano Ricardi, es impecable, permitiendo que la banda en vivo, liderada por Pablo Pupillo, brille con arreglos que modernizan los clásicos sin traicionar su esencia. Todo esto compone un espectáculo que, en su superficie, es un triunfo técnico, un despliegue que no desentonaría en los escenarios de Nueva York o Londres, donde los íconos como Tina Turner, ABBA o Frank Sinatra tienen sus propios altares teatrales.
Pero, ay, aquí radica el pecado mortal del show: su exceso. La decisión de encadenar 40 canciones en un flash vocal incesante, sin pausas ni un relato que las sostenga, lleva al espectador a un estado de saturación. Como un orador que no sabe callar, el espectáculo apabulla con su intensidad, convirtiendo lo que podría haber sido una experiencia conmovedora en un desfile monótono de hits. Para los fans de Sandro, este torbellino será un éxtasis, una oportunidad para corear cada verso con devoción. Para los turistas latinos que pasean por Buenos Aires, servirá como un vibrante tributo a un ícono, comparable a los homenajes que Broadway dedica a sus leyendas. Pero para el espectador no iniciado, aquel que busca comprender la grandeza del Gitano, este aluvión de canciones sin un hilo conductor resulta agotador, un castillo de arena que brilla pero se desmorona bajo su propio peso.
Comparemos, si me permiten, con los tributos que he presenciado en Broadway. Hace años, Sweet Caroline, un homenaje a Neil Diamond, tejía la vida del cantante con sus canciones, creando una narrativa que resonaba incluso en los no iniciados. En el West End, Tina: The Tina Turner Musical equilibra música y drama con maestría. En «Sandro, el Gran Show», en cambio, la narrativa es un espejismo: una premisa endeble sobre un joven enfrentándose al legado de Sandro se desvanece rápidamente, dejando solo una seguidilla de cuadros musicales que, aunque visualmente deslumbrantes, carecen de alma. El espectáculo, en su afán de abarcarlo todo, olvida que el arte reside en la selección, no en la acumulación.
El elenco: Un oasis de talento en un desierto narrativo
Si hay un faro que guía a este espectáculo a través de su tormenta de excesos, es su elenco, un conjunto de intérpretes que, con talento y pasión, logran elevar la experiencia por encima de sus limitaciones. Alan Madanes, en el papel de un joven artista que carga con el peso del legado de Sandro, es una revelación. Su interpretación es contenida, matizada, y destila un carisma que captura la atención sin caer en la caricatura. Madanes no imita al Gitano, sino que lo reinterpreta con una voz propia, un acierto que da frescura a temas que podrían haber quedado atrapados en la nostalgia.

Nacho Pérez Cortés, su contraparte, es un torbellino de magnetismo escénico. Su presencia, cargada de energía y sensualidad, evoca el espíritu de Sandro sin copiarlo, creando un juego de espejos que, aunque subdesarrollado por el guion, añade capas a la propuesta.

Sofía Val y Malena Rossi, por su parte, son un regalo para los oídos y el corazón. Sus voces, potentes y emotivas, resignifican las canciones del Gitano desde una perspectiva femenina, dotándolas de una intensidad que trasciende el homenaje. Su interpretación de temas como “Penumbras” o “Se te nota” es un recordatorio de que el legado de Sandro es universal, capaz de dialogar con nuevas generaciones.
El acierto de este elenco, bajo la dirección musical de José Luis Pagán, radica en su rechazo a la imitación. En lugar de convertirse en un espectáculo de imitadores de feria, los protagonistas habitan las canciones con autenticidad, ofreciendo versiones que respetan el original mientras las hacen propias. Este enfoque es un soplo de aire fresco en un show que, de otro modo, podría haber caído en el cliché. El elenco, en suma, es el alma de «Sandro, el Gran Show», un grupo de artistas que merecía un guion más robusto para brillar aún más.
El concepto de Ana Sans, Julio Panno y su equipo: Ambición sin contención
Llegamos, finalmente, al corazón del espectáculo: el concepto urdido por Ana Sans, Julio Panno y su equipo, una visión que, aunque impecable en su ejecución técnica, carece de la contención que distingue al verdadero arte. Sans y Panno han creado un producto prolijo, un caramelo brillante diseñado para los fans de Sandro, quienes encontrarán en este show un deleite ininterrumpido, una oportunidad para sumergirse en el cancionero del Gitano y salir con el corazón latiendo al ritmo de “Dame Fuego”. La producción, respaldada por Torneos, 3CFilms y UPM Hits, no escatima en recursos, ofreciendo un montaje que compite con los estándares internacionales.
Sin embargo, la ambición de los directores los traiciona. En su empeño por abarcar la totalidad del legado de Sandro, han sacrificado la narrativa en el altar de la cantidad. La premisa inicial –un joven enfrentándose al desafío de interpretar al ícono– es apenas un esbozo, una idea que se diluye en los primeros minutos para dar paso a una avalancha de canciones que no cuenta una historia, sino que se limita a apilar éxitos. Este enfoque, aunque efectivo para los devotos, aliena al espectador que busca una experiencia teatral profunda, alguien que no solo quiera escuchar a Sandro, sino entender por qué fue un fenómeno.
El equipo técnico, desde Tirantte hasta Pecollo, cumple con creces, creando un espectáculo que es un festín para los sentidos. Pero el arte, como bien sabía el propio Sandro, no reside solo en el brillo, sino en el alma. Sans y Panno, en su afán de emular los grandes tributos de Broadway, olvidan que aquellos espectáculos triunfan porque equilibran música y drama, emoción y narrativa. «Sandro, el Gran Show» es un grito apasionado, pero carece de la sutileza que lo haría inolvidable.
En conclusión, «Sandro, el Gran Show» es un monumento al exceso, un espectáculo que deslumbra pero no conmueve. Los fans lo adorarán, los turistas lo aplaudirán, pero aquellos que buscan un retrato teatral del Gitano saldrán con la cabeza zumbando y el corazón intacto. Como diría el propio Sandro, hay fuego en este show, pero le falta la chispa que lo haga eterno.
