- Idea Original: Martin Rechimuzzi. Interprete: Martin Rechimuzzi. Músico: Duo Acuarella. Vestuario: La Polilla. Iluminación: Anteo Del Mastro – Juan Pozzo. Diseño de multimedia: Lolo Armendariz. Músico en vivo: Lucia Seles. Sala: Teatro El Nacional Sancor Seguros (Avda. Corrientes 690). Funciones: 25/4 (23,30 Hs) , 2/5 (23,30 Hs), 7/5 (20,30hs), 16/5 (23,30). Nuestra calificación: buena
Alejandra, una perforación a cielo abierto, el unipersonal de Martín Rechimuzzi, es una comedia en tres actos que envuelve al espectador con una calidez que reconforta y una incomodidad que despierta. Escrita, dirigida y protagonizada por Rechimuzzi, la obra nos sumerge en un cumpleaños de 15 en un salón del conurbano bonaerense, un lugar que late con la vida caótica y tierna de una celebración donde se cruzan la risa, el dolor y la verdad. Alejandra es un retrato vibrante de su protagonista —mujer, herida, chispa indomable— y un espejo que nos invita a reconocer nuestras propias contradicciones. Acompañada por las intervenciones del Dúo Acuarela, esta pieza es un abrazo que no suelta y un recordatorio de que la locura, a veces, es solo otra forma de amor.

Rechimuzzi abre la obra con una confesión leída, un susurro que nos lleva de la mano a su mundo y presenta a Alejandra, una figura que trasciende el escenario. No es solo un personaje; es una presencia que encarna la lucha, la euforia, la fragilidad de quienes viven al filo de lo que el mundo llama “normal”. Rechimuzzi la habita con una entrega que desarma: su cuerpo, su voz, su mirada hacen que el público quiera protegerla, entenderla, reír con ella. A través de un desfile de personajes —el animador agotado, la madrina que esconde el dolor tras bromas, los ecos de una familia que celebra y lastima—, Alejandra se revela como un símbolo universal. Todos llevamos algo de ella: esa parte que teme el juicio, pero anhela ser vista. La versatilidad de Rechimuzzi, que salta entre personajes con una precisión casi mágica, sostiene un ritmo que rara vez decae, aunque la ambición de abarcar tantas facetas de la locura puede dejar algunas ideas, como la relación entre pobreza y estigma, más sugeridas que exploradas.
El humor es la llave que abre la puerta a la incomodidad, y Rechimuzzi lo maneja con maestría. Sus gags, anclados en el costumbrismo argentino, arrancan carcajadas, pero siempre hay un trasfondo que punza: la pobreza que enloquece, la familia como refugio y jaula, la locura como un grito que nadie escucha. La cita de Marisa Wagner —“la locura empobrece/la pobreza enloquece”— resuena como un latido, un eco que nos confronta con la fragilidad de la salud mental en un mundo que margina. Esta incomodidad se intensifica cuando Rechimuzzi comparte fragmentos de su propia historia, un acto de valentía que dota a la obra de una autenticidad conmovedora. No hay distancia entre él y Alejandra, entre su verdad y la nuestra.
Las intervenciones del Dúo Acuarela aportan una capa de nostalgia y desborde que enriquece la experiencia. Sus números musicales, con una estética ochentosa que mezcla lo kitsch con lo conmovedor, son un soplo de aire fresco que aligera la intensidad de la narrativa. Las canciones, interpretadas en vivo, evocan la música de los salones de fiestas de antaño y convierten al Dúo en un personaje más, recibido con risas y aplausos que testimonian su conexión con el público.
La puesta en escena, minimalista pero cargada de intención, acompaña la dualidad de Alejandra. Una pantalla de video recrea la magia de un salón de fiestas, pero también interrumpe con frases que golpean, como la de Wagner, que se clava en el pecho. Los maniquíes que sostienen los vestuarios, la iluminación que abraza los instantes festivos y susurra en los íntimos, y un vestuario sencillo pero expresivo refuerzan la narrativa.
Alejandra no es una obra cómoda, y en eso radica su belleza. Es un viaje que hace reír hasta que duela, que conmueve hasta las lágrimas, que incomoda porque es honesto. Rechimuzzi, con una presencia escénica que llena el escenario y el corazón, transforma el cumpleaños de 15 en una metáfora de la fragilidad humana.
Alejandra, una perforación a cielo abierto es una experiencia que calienta el alma y despierta la mente. Martín Rechimuzzi nos regala una figura inolvidable y una pregunta que resuena mucho después de que caiga el telón: ¿quién no lleva una Alejandra dentro? Para quienes buscan un teatro que ría, duela y deje huella, esta obra es un tesoro.
