Autora: Audrey Schebat. Dirección: Héctor Díaz. Intérpretes: Luis Brandoni, Soledad Silveyra. Vestuario: Romina Giangreco. Escenografía: Lula Rojo. Iluminación: Stefany Briones Leyton. Sala: Liceo (Rivadavia 1499). Funciones: miercoles y jueves 20,30 hs. Viernes y sábados 19,30 hs y 21,30 hs. Domingo 18 hs. Nuestra calificación: excelente.
¡Qué alegría inmensa, qué privilegio conmovedor es presenciar un momento de alto vuelo escénico como el que ofrecen Luis Brandoni y Soledad Silveyra en Quién es quién! Bajo la dirección sensible e inteligente de Héctor Díaz, esta comedia no es solo una obra, sino un acto de amor hacia el teatro mismo. Una celebración a la altura de los grandes nombres que la protagonizan. Porque cuando dos notables se cruzan con un texto bien hilado, lo elevan, lo engrandecen y lo convierten en memoria colectiva.
Luis Brandoni, con su maestría de siempre, se instala en escena como ese viejo amigo al que uno viene a ver para reírse, para reconocerse, para emocionarse. No actúa: respira al personaje. Cada gesto, cada pausa cargada de intención, cada inflexión porteña nos dice que está en su elemento. Brandoni no representa: evoca. Y cuando lo vemos moverse en ese escenario con la naturalidad de quien ha vivido mil vidas teatrales, sabemos que estamos frente a una interpretación que quedará grabada en el recuerdo del espectador argentino. De esas que se cuentan después, con orgullo y con cariño: “Yo estuve ahí… yo lo vi a Brandoni, en Quién es quién”.
Soledad Silveyra, nuestra eterna Solita, se presenta luminosa, chispeante, con esa gracia entrañable que mantiene intacta desde sus primeros papeles. Lo suyo es más que talento: es carisma puro, vitalidad escénica, entrega absoluta. Fluctúa entre la comicidad fina y la emoción contenida con la elegancia de quien domina todos los registros. Su presencia reconforta, abraza, y nos recuerda por qué la seguimos admirando: porque sigue siendo aquella joven rebelde y adorable de otros tiempos, solo que ahora brilla con la madurez de una artista completa.
Y es que cuando dos actores enormes se encuentran, no hay artificio ni trucos que valgan. Lo que hay es verdad. Esa que vibra en cada escena, en cada cruce de miradas, en cada silencio lleno de sentido. La química entre Brandoni y Silveyra es palpable, emocionante, y convierte esta comedia de enredos matrimoniales en una clase magistral de actuación, ritmo y conexión.
El trabajo de Héctor Díaz como director no puede más que celebrarse: ha sabido dar espacio y contención, ritmo y vuelo, sin forzar los tonos, dejando que los intérpretes respiren, jueguen, se luzcan. La escenografía de Lula Rojo precisa y la iluminación de Stefany Briones Leyton permiten que el foco esté donde tiene que estar: en la humanidad que ambos actores despliegan con generosidad.
Y ahí, entre risas y ternuras, entre las carcajadas del público y el silencio atento de las emociones más sutiles, se dio un raro milagro: el Crítico y el Dr. Merengue, por una vez, no discutieron. No hubo ironías ni dobleces. Al contrario. De pie, como toda la sala, aplaudieron al unísono, conmovidos, casi agradecidos. El uno con la libreta llena de elogios. El otro, con el corazón en la mano, repitiendo:
— ¡Esto es teatro, señores! ¡Esto es arte vivo!
Una función que quedará en el alma de quienes la vieron. Porque es, ni más ni menos, una perla: una de esas obras que se quedan dentro, como los grandes encuentros.
¡Gracias, y Beto! ¡Gracias por recordarnos que el teatro argentino está más vivo que nunca!