Dramaturgia: Mariela Asensio y José María Muscari. Intérpretes: Esther Goris, Ana Maria Picchio, Emilia Mazer, Iliana Calabró, Mirta Wons. Dirección: José María Muscari. Sala: Multiteatro Comafi. Funciones: De miércoles a domingos. Nuestra calificación: muy buena.
Por tercera vez, y sin pedir perdón, volvimos a caer rendidos ante el hechizo de Perdida Mente, la comedia escrita por el dúo creativo Mariela Asensio y José María Muscari, que ya va por su tercera temporada y se renueva como si fuera un iPhone: misma esencia, ¡pero con más apps emocionales! Si el teatro fuera un buffet, esta obra sería ese plato que te sirves tres veces… y hasta lames el plato.
El Alzheimer, ese tema espinoso que suele tratarse con guantes de látex dramáticos, aquí se transforma en una montaña rusa de risas y reflexiones. Perdida Mente es como una terapia de risoterapia con toques filosóficos: te hace reír a carcajadas mientras, sin querer, repasas tu lista de «personas a las que deberías abrazar más». ¡Bravo por los autores, que lograron convertir un drama en un stand-up con corazón!
Las titánicas del elenco original, Leonor Benedetto y Ana María Picchio, son como el vino tinto: mejoran con el tiempo. Verlas actuar es como presenciar un partido de tenis entre Federer y Nadal: cada diálogo es un match point de pasión y timing perfecto. Pero ¡sorpresa! En esta temporada, Esther Goris se suma al baile reemplazando a Benedetto, y lo hace con la elegancia de quien cambia una rueda en plena autopista… ¡sin detener el tráfico! Su química con Picchio es tan fluida que uno sospecha que practican en sueños.
Y llegaron los refuerzos de lujo: Iliana Calabró, Emilia Mazer y Mirta Wons se integraron al elenco como si fueran las nuevas integrantes de un grupo de pop. ¡Qué bien suenan juntas! Calabró, en particular, brilla como Selva, la abogada amiga de la protagonista, con un magnetismo que hasta las butacas aplaudían. Si el personaje fuera un postre, ella le habría puesto chantilly, cereza y un par de fuegos artificiales. ¡Qué manera de robar escenas sin necesidad de disfraz de villana!
La obra, en su conjunto, es un experimento audaz: mezclar Alzheimer y comedia es como intentar freír un huevo… ¡en una montaña rusa! Pero aquí el resultado es un soufflé perfecto: ligero, sabroso y con ese toque de emoción que te deja un nudo en la garganta (y otro en el estómago, de tanto reír). Los autores demuestran que hasta en los laberintos de la memoria perdida, hay espacio para chistes bien colocados y guiños al público que son como abrazos en código.
En resumen: Perdida Mente es un recordatorio de que el teatro puede ser tan profundo como un poema y tan divertido como un meme. Si el Alzheimer es olvidar, esta obra es imposible de borrar de la memoria.